La mayoría de los padres han visto a su hijo adolescente tener un humor razonablemente bueno al inicio del día para luego regresar de la escuela envuelto en una pesadumbre y un silencio estremecedores. Puede ser difícil apoyar a nuestros hijos cuando nos dicen qué les pasa, pero es mucho más difícil ayudar a un adolescente claramente molesto cuando rechaza una invitación cálida para conversar sobre algún problema.
Estas interacciones normalmente se desenvuelven en una secuencia extraña y predecible. Les preguntamos con seriedad: “¿Estás bien?” y responde con un paralizador “No”, un poco sincero y vago “Sí” o nos ignora mientras enfoca su atención en el teléfono. Luego solemos sentirnos heridos porque nuestro adolescente ha desairado nuestro apoyo.
Sin embargo, cuando nuestros adolescentes se guardan sus problemas, muchas veces tienen una buena razón. Para calmar nuestras mentes y ser de más utilidad para ellos podemos considerar algunas de las más comunes, aunque muchas veces ignoradas, explicaciones de su reticencia.
Les preocupa una posible reacción equivocada
Nuestros hijos muchas veces nos conocen mejor que nosotros mismos, pues han pasado sus jóvenes vidas aprendiendo de nuestras respuestas impulsivas. Cuando un adolescente se siente terrible por reprobar un examen y sabe que lo más probable es que le digas que debería haber estudiado más, no estará dispuesto a hablar.
Si sospechas que esta puede ser una barrera y que puedes escuchar sin estar a la defensiva, solo pregúntale: “¿Te preocupa que pueda tener una mala reacción?”. Podrías comenzar una conversación valiosa —incluso si no es la que tú estabas buscando— al mismo tiempo que allanas el camino para mejores charlas en el futuro. Además, probablemente deberíamos pensar dos veces sobre las implicaciones a largo plazo cuando les soltamos un “Te lo dije” a nuestros adolescentes (incluso cuando sí se lo advertimos).
Anticipan repercusiones negativas
Los padres que se enfocan en las preguntas limitadas a lo que estuvo mal pueden olvidar que nuestros adolescentes, que tienen más información que nosotros, están probablemente pensando en el panorama general. El silencio aparentemente impasible puede esconder las deliberaciones que revolotean en la cabeza del adolescente: “¿Mi papá limitará mis privilegios para conducir si le digo que le hice una abolladura al auto?” o “Si le explico que Nikki se asustó porque pensó que estaba embarazada, ¿mi mamá se va a poner rara cuando quiera salir con Nikki el próximo fin de semana?”.
No siempre podemos evitar sentirnos algo moralistas cuando se trata de los adolescentes. Y, claro, hay adolescentes (y adultos) que se quedan atorados en rutinas que despiertan preocupación. Sin embargo, como psicóloga, hay dos reglas que siempre sigo: los buenos chicos hacen tonterías y nunca tengo la historia completa.
Ser capaz de reconocer que los adolescentes (y también los adultos) se equivocan de vez en cuando puede mejorar la comunicación. En los días que sí quieren compartir y dialogar, podemos hacerles notar a los adolescentes nuestra postura compasiva e indulgente al decirles cosas como: “Sé que estás preocupado por lo del auto. ¿Qué sugieres para arreglar la situación?”, o: “Eso debe haber sido muy aterrador para Nikki, ¿está mejor ahora?”.
Saben que los padres a veces chismean
Muchas veces, los adolescentes están preocupados de que podríamos compartir con alguien más lo que nos dicen. Algunas veces solo nos damos cuenta en retrospectiva de que las noticias que divulgamos eran consideradas secretos máximos por nuestro adolescente. Y a veces nos cuentan cosas importantes —como noticias sobre un compañero suicida— que deben comunicarse.
Ya sea que le debas a tu adolescente una disculpa por indiscreciones pasadas o estés tratando de hacer avances en el asunto, creo que es justo y amable prometerles un alto grado de discreción en casa. Nuestros adolescentes merecen tener un lugar donde puedan procesar, o al menos enunciar, detalles delicados sobre sí mismos o sus opiniones sobre otros chicos con los que tienen que encontrar alguna manera de coexistir.
Los padres, al igual que los terapeutas, pueden establecer los límites de lo que podemos mantener en privado. Los adolescentes suelen ser inteligentes; esperan que los adultos reaccionen ante noticias de que ellos o algún compañero podrían estar en peligro inmediato. Sin embargo, podemos ayudar a los adolescentes a hablar con más libertad si les aseguramos que, sin contar las crisis, guardaremos sus secretos y les ofreceremos apoyo moral mientras ellos y sus amigos logran calmar las aguas turbulentas comunes entre adolescentes; por ejemplo, rompimientos dolorosos. Asimismo, cuando nuestros adolescentes nos compartan información importante sobre sus compañeros, podemos incluirlos en el proceso de decidir cómo comunicar lo que nos han dicho.
No creen que hablar sea una solución
Un sabio adolescente en mi consultorio una vez me dijo: “¿Sabes qué? Estoy 90 por ciento recuperado de lo que pasó en la escuela una vez que llego a casa. Discutirlo de nuevo con mi mamá no me ayuda a superarlo”.
Incluso cuando no conocemos la fuente del sufrimiento de nuestro hijo o hija, deberíamos actuar basados en la suposición de que nuestro adolescente se va a sentir mejor pronto. Por supuesto, hay bases sólidas para preocuparse cuando los adolescentes se sienten muy mal todos los días y no pueden recuperarse de sus reveses emocionales. Sin embargo, la mayoría de las veces el bienestar psicológico es como el bienestar físico: la gente sana se enferma, pero se recupera.
No tomamos los resfriados de nuestros adolescentes como afrenta personal y probablemente tampoco deberíamos tomar sus malos humores como algo personal. Por suerte, el apoyo que les damos a los enfermos de gripa también funciona cuando los adolescentes caen en el silencio gruñón. Sin ahondar en qué sucede, podemos preguntar si hay algo que podamos hacer para que se sientan mejor. ¿Les gustaría que los acompañáramos en silencio o prefieren estar solos? ¿Hay alguna comida reconfortante que les podamos dar o hay algo que quieran ver en la televisión?
Hay más valor en ofrecer apoyo general y cariñoso del que podemos imaginar. Para los adolescentes es difícil mantener la perspectiva todo el tiempo. La rapidez del desarrollo adolescente a veces los hace perder su estabilidad emocional y les preocupa que nunca puedan sentirse bien de nuevo. Les mandamos un poderoso y reconfortante mensaje a nuestros adolescentes cuando los aceptamos y no nos asustamos de su inescrutable malestar: puedo soportar tu sufrimiento y tú también puedes.