La historia de Frank Brown: el payaso angloargentino dueño de uno de los circos más espectaculares de América

Entre sus admiradores estaban Sarmiento y Rubén Darío; el trágico incidente que sufrió

Frank Brown nació 6 de septiembre de 1858 en Brighton, Inglaterra, y murió el 9 de abril de 1943 en Buenos Aires. Fue un personaje clave en la génesis del teatro argentino. Y dueño de uno de los circos más espectaculares de América. Parte de su público argentino, sin embargo, lo traicionó con un serio incidente.
Frank fue hijo y nieto de payasos. Desde chico realizó presentaciones en Moscú y México. Llegó a Buenos Aires en 1884, pensando que la ciudad sería una más de una larga gira. Sin embargo, nunca se fue del país, y se convirtió en «el rey de los clowns» del teatro argentino.

Trabajó en el circo de los hermanos Carlo, y luego con el más famoso payaso criollo: José Podestá, conocido como «el 88». A Frank se lo conocía como «El Payaso Inglés».
Brown, considerado heredero del bufón shakespereano, era extremadamente exitoso, y tenía entre sus seguidores a Rubén Darío, Roberto Payró y los presidentes Pellegrini y Sarmiento.

También era acróbata: sus pruebas más conocidas se llamaban «El Lucero del Alba» y el «Salto de las bayonetas». Pero en 1893, después de un accidente, sólo se dedicó a ser payaso.
En 1910 levantó la carpa de su circo para celebrar el centenario argentino, pero el circo fue quemado intencionalmente. El episodio fue relatado por Ezequiel Martínez Estrada en «La cabeza de Goliat»:

«Para la celebración del Centenario, en 1910, Frank Brown levantó su carpa en un baldío de la calle Florida. Quería asociarse así, el clown que a tantos hombres serios de hoy hizo reír, a las festividades nacionales, como Lugones y Darío con sus poemas. A semejanza del juglar de Notre Dame, él no podía ofrecer en su devoción otra cosa del alma que algunas piruetas. La juventud no lo entendió así.

Juzgó que era una afrenta a la ciudad y a la fecha, sobre todo desde el punto de vista de la ornamentación, profusa de gallardetes y de luces. El pobre circo de madera y lona, en la calle Florida y cerca del Jockey Club, parecía una barraca antigua y evocaba alguna novela de Hugo, que muchos habían leído, y los viejos conflictos entre el pueblo incivil y el clero.

El circo de Frank Brown no sólo atentaba contra la arquitectura, sino que metía al cocoliche en la epopeya. Los jóvenes se pusieron de acuerdo con los bisabuelos y lo quemaron. Frank Brown había repartido caramelos a los mismos enemigos de esta vez, los había hecho cabalgar en su asno blanco por la pista, había hecho piruetas para ellos, como un padre en su casa, y ése era el pago. Las llamas destruían con el sentido alevoso de una demolición. A Frank Brown lo quemaron vivo por hereje: le quemaron el circo, que era como quemarlo a él en efigie.»

Se retiró en 1924 y vivió con su esposa, la Rosita de La Plata (Rosalía Robba) que había estado casada con Antonio Podestá, uno de los ocho hermanos de José Podestá, con quien trabajó.

Está enterrado en el Cementerio Británico contiguo al Cementerio de la Chacarita.

Hoy en día, una calle del Bajo Flores lleva el nombre de Frank en honor al payaso. La calle corre paralela a Mariano Acosta y Pergamino, a metros de la Autopista 25 de Mayo y la avenida Perito Moreno.