El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, volvió a jugar ofensivamente en la política doméstica de la Argentina al afirmar que “bandidos de izquierda comenzaron a volver al poder”. Buscó de ese modo manifestar una vez más su respaldo a la reelección de Mauricio Macri , pero el problema es que esa apuesta sin red, que supone un ataque agrio al vencedor de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del último domingo, Alberto Fernández, pone en juego el futuro de la relación bilateral en caso de que este último se imponga en las elecciones de octubre.
“No vamos a hacer comentarios”, fue la respuesta que encontró Ámbito Financiero en la embajada de Brasil cuando pidió una postura sobre la cuestión.
Más allá de su impronta general de extrema derecha, el Gobierno de Bolsonaro está cruzado por diferentes tendencias que desde hace un tiempo colisionan cada vez con mayor dureza a los ojos de la opinión pública.
Una de las principales es la llamada “ideológica”, la más dura y que cuenta, entre otros, al canciller Ernesto Araújo y a Flávio y Eduardo Bolsonaro, los hijos del mandatario. Todos ellos responden a los lineamientos del ensayista Olavo de Carvalho, referente de la “nueva derecha” y cruzado contra el “marxismo cultural”, la “ideología de género” y el “globalismo”. La otra es la pragmática, en la que se enrolan burocracias de peso como Itamaraty y el ala militar del Gobierno, la que, sorprendentemente, ha debido moderar los costados más filosos y las apuestas más temerarias de sus rivales y del propio jefe de Estado.
El traslado de la embajada brasileña en Israel a Jerusalén quedó desactivada por influencia de los segundos, quienes le hicieron entender al presidente que ese paso habría generado un boicot comercial gravoso para el país por parte de las naciones árabes y musulmanas. Asimismo, moderaron su negacionismo sobre el cambio climático, lo que evitó que Francia vetara el acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea. Por último, lo disuadieron de ensayar una colisión frontal con la Argentina sobre el futuro del bloque regional.
Sin embargo, con sus nuevos dichos, el exmilitar parece optar por la línea dura de los ideológicos, al menos en lo que respecta al proceso electoral argentino.
“Miren lo que está pasando ahora en la Argentina. La Argentina se está sumergiendo en el caos. La Argentina comienza a seguir el rumbo de Venezuela porque, en las Primarias, bandidos de izquierda empezaron a volver al poder”, disparó ayer Bolsonaro en un acto en la localidad nordestina de Parnaíba.
El ultraderechista sobrevoló en el lugar plantaciones de frutas y luego, de regreso en el aeropuerto, pronunció un discurso ante un grupo de seguidores, en el que eligió al Frente de Todos como nuevo enemigo.
Lo hizo, claro, con la mira puesta en la política doméstica, al asociar al kirchnerismo con el Partido de los Trabajadores y al asegurar que trabajará para “barrer a la banda roja (…) y derrotar la corrupción y el comunismo” en Brasil.
Es improbable que los dichos de Bolsonaro sobre Fernández tengan algún impacto sobre el electorado argentino y, si tienen alguno, sería solo sobre el núcleo más duro del macrismo; un esfuerzo inútil. Lo llamativo es que haya insistido en esa línea de máxima confrontación varias veces en los últimos días.
El lunes, al día siguiente de las PASO, fantaseó con que si el peronismo confirma su victoria, podría desatarse un éxodo de refugiados argentinos hacia el sur Brasil similar al de los venezolanos que llegaron al estado norteño de Roraima. “No queremos eso: hermanos argentinos que huyen hacia acá, viendo las cosas horribles que podrían pasar si el resultado de la votación se confirma en octubre”, dijo.
Horas después, Fernández recogió el guante en declaraciones periodísticas y le respondió al calificarlo de “misógino, racista y violento”, al invitarlo con ironía a liberar a Luiz Inácio Lula da Silva y al declararse honrado por los ataques del brasileño.
No deja de resultar curioso el alineamiento agresivo de Bolsonaro con Macri, a quien ha apoyado públicamente varias veces en su intento reeleccionista. Justamente uno de sus caballitos de batalla en lo que respecta a las relaciones con la Argentina y al futuro del Mercosur es que deben basarse en vínculos pragmáticos, de intereses y no ideológicos. Todo lo contrario de lo que hace.
Por otro lado, echa por la borda los esfuerzos de la diplomacia brasileña, que durante el primer tramo de la campaña se esforzó en tender puentes hacia los diferentes sectores opositores ante la posibilidad de que Macri no venciera en los comicios.
En ese sentido, el embajador Sérgio França Danese mantuvo, entre otros contactos, uno especialmente significativo con Fernández un tiempo antes de que fuera promocionado por Cristina Kirchner como el presidenciable del espacio.
El encuentro tuvo lugar en la casa del argentino, que estuvo acompañado por Santiago Cafiero y por el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. França Danese se retiró ese día con la tranquilidad de que la relación con un eventual Gobierno peronista no se ideologizaría sino que priorizaría los acuerdos y el lazo estratégico entre ambos países.
Sin embargo, dadas las visiones de los actores, eso es más fácil de decir que de aplicar. Las concepciones de Bolsonaro y de Fernández sobre el Mercosur difieren mucho. Mientras el primero impulsa en su actual presidencia pro tempore del club del Cono Sur una rebaja fuerte del arancel externo común y la posibilidad de que el mismo permita a sus miembros negociar acuerdos de libre comercio individualmente o a distintas velocidades con otros países o bloques, el kirchnerista aboga por uno que proteja y fomente las industrias locales y evite una apertura indiscriminada. Con sus dichos explosivos sobre la Argentina, Bolsonaro hace, por un lado, política interna, básicamente anti-PT, al inclinarse en el ala más dura de su Gobierno, en un momento en que este aparece atravesado por conflictos internos y cuando la economía no hace más que desmentir sus promesas y debilitarse. Pero, además, su agresividad responde a las discrepancias objetivas que, intuye, podría encontrar en una Argentina gobernada por el peronismo.
Lo lastimoso es que dé por tierra con los esfuerzos de su propia diplomacia y pretenda marcar el paso de la peor manera, cayendo él mismo en el pecado que tantas veces denunció: la ideologización de una relación clave a ambos lados de la frontera.