La impactante noticia que parecía anunciar el inminente fin de la II Guerra Mundial, la desaparición del hombre que «se había convertido ante los ojos de prácticamente todo el mundo en la encarnación del mal absoluto» -según el Times de Londres-, fue recibida con una incredulidad que duraría décadas.
A las 21:30 horas del 1 de mayo de 1945, la radio de Hamburgo informó que en breve haría «un anuncio grave e importante para el pueblo alemán», tras lo cual comenzó a transmitir música solemne de Richard Wagner, el compositor predilecto del líder nazi Adolf Hitler, seguido de un fragmento de la Séptima sinfonía de Anton Bruckner.
«Nuestro Führer, Adolf Hitler, ha caído esta tarde en su puesto de comando en la Cancillería del Reich luchando hasta su último aliento en contra del bolchevismo y por Alemania», dijo a las 22:20 un locutor antes de dar la palabra al comandante en jefe de la Armada alemana, Karl Dönitz, quien afirmó que el líder nazi había tenido «la muerte de un héroe» y que previamente le había nombrado como su sucesor.
La información oficial despertó muchas dudas.
«Los nazis han usado tanto la mentira como parte de su política y los informes sobre los supuestos dobles de Hitler están tan extendidos que esos anuncios van a dejar en muchas mentes la sospecha de que el maestro de la mentira intenta cometer un gran fraude final ante el mundo en un esfuerzo por salvarse», advirtió The New York Times (NYT) en una nota publicada al día siguiente.
En esa misma edición del periódico estadounidense se daba cuenta de cómo los habitantes de la ciudad alemana de Weimar, así como los exprisioneros del cercano campo de concentración de Buchenwald, cuestionaban la noticia.
«Los presos políticos alemanes con los que conversé, en general, no confían en la información. Sospechan que hay un truco detrás del anuncio. Hitler había sido tan bandido que algunos creen que era incluso incapaz de morir honestamente«, reseñó el corresponsal.
Las muchas muertes del Führer
Con la ocupación soviética de Berlín, afloraron distintas versiones sobre lo ocurrido. Las historias cambiaban y se contradecían entre sí.
El 3 de mayo de 1945, el Ejército Rojo informó que Hans Fritzsche, el número dos del ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels, había dicho que que este y Hitler se habían suicidado en el búnker del líder nazi en la sede de la cancillería en Berlín.
Ese mismo día, una emisora de radio en París afirmó haber recibido reportes según los cuales el Führer había sido asesinado la noche del 21 de abril, tras una disputa con sus propios generales sobre la conveniencia de continuar la guerra.
Las versiones se multiplicaban con los días.
La agencia de noticias japonesa Domei informó que había muerto durante un ataque de artillería soviética sobre su residencia.
Un despacho de la agencia informativa UP citaba a un ex alto funcionario del Ministerio de Exteriores nazi que creía que Hitler había fallecido varios días antes a causa de una hemorragia cerebral y que había sido llevado a la capital alemana para morir como un héroe. «Pueden estar seguros de que el cuerpo de Hitler no será descubierto», vaticinó.
Los esfuerzos por encontrar el cadáver parecían fracasar.
El 4 de mayo, la prensa soviética indicó que el Ejército Rojo no había logrado entrar en la sede de la Cancillería alemana -donde estaban las oficinas de Hitler- pues se encontraba en llamas y sus estructuras estaban al borde del colapso.
Dos días más tarde, los soviéticos afirmaron que habían hallado gran cantidad de cadáveres en la Cancillería, pero ninguno coincidía con Hitler ni con Goebbels. «Entre los rusos persiste la creencia de que la información sobre sus muertes es otro truco nazi y que Hitler y sus allegados están vivos y ocultos», señalaba desde Moscú la agencia AP.
El 8 de mayo, un general ruso anunció el hallazgo en las ruinas de Berlín de un cuerpo abaleado que fue identificado como Hitler por miembros de su propio servicio doméstico, aunque un chofer aseguraba que era el cadáver de uno de los cocineros que también servía como «doble» del Führer.
Dos semanas más tarde, la inteligencia soviética reveló que de acuerdo con el personal que atendía a Hitler, este había recibido la eutanasia el 1 de mayo a manos de un médico de nombre Morel debido a que se hallaba medio paralizado y sufría mucho dolor.
De Berlín a Argentina
En junio de 1945, las autoridades soviéticas informaron que los restos de Hitler no habían sido encontrados y que, probablemente, él aún estaba con vida.
Ese mismo verano, empezaron a circular informaciones según las cuales el líder nazi había sido visto en diferentes lugares y muy distantes entre sí.
«Se informó que Hitler estaba viviendo como ermitaño en una cueva cerca del lago Garda, en el norte de Italia. Otro reporte decía que ahora era pastor en los Alpes suizos. Una tercera versión apuntaba que era croupier en un casino en Evian (Francia). Fue visto en Grenoble, en St. Gallen (Suiza) e incluso frente a las costas de Irlanda», escribieron los historiadores Ada Petrova y Peter Watson en el libro «La muerte de Hitler».
Las autoridades estadounidenses interceptaron, en julio de 1945, una carta en la que se aseguraba que Hitler vivía en una hacienda en Argentina, ubicada a unos 700 kilómetros de Buenos Aires. El caso llegó hasta las manos del jefe del FBI, Edgar J. Hoover, quien terminó por desestimarlo.
Una década más tarde, un informe del jefe de la oficina de la CIA en Venezuela daba cuenta de que una fuente de la agencia había sido contactada por un exsoldado de las SS que decía haberse encontrado con Hitler un mes antes en Colombia. El documento aclaraba que esa oficina no estaba en condiciones de verificar la veracidad de la información y adjuntaba una foto del ex SS junto al supuesto Führer.
El engaño soviético
Pero ¿qué sucedió en realidad con Hitler?
Tras el éxito de su ofensiva sobre Berlín en abril de 1945, las fuerzas soviéticas se hicieron con el control del refugio que el Führer tenía en la sede de la Cancillería alemana.
El 2 de mayo, miembros del cuerpo de contrainteligencia soviética -conocido como Smersh- sellaron el jardín de la Cancillería y el búnker donde el líder nazi se había instalado desde enero cuando el Ejército Rojo avanzaba sobre Polonia rumbo a Alemania.
La operación de búsqueda del cadáver fue ejecutada bajo el más absoluto secreto al punto de que, según el historiador Anthony Beevor, incluso al mariscal Georgy Zhúkov, comandante de las fuerzas soviéticas que ejecutaron el asalto sobre Berlín, le fue negado el acceso con el argumento de que «el lugar no era seguro».
Al mismo tiempo, iniciaron los interrogatorios a todo el personal que lograron identificar. De acuerdo con Beevor, el proceso era seguido con mucha atención e interés desde Moscú.
«(Josef) Stalin estaba tan desesperado por recibir noticias que un general del NKVD, predecesor de la KGB, fue enviado a supervisar los interrogatorios. Él recibió una línea telefónica segura con un codificador para que pudiera informar a Moscú después de cada entrevista», contó Beevor en un artículo publicado en The New York Times.
El 5 de mayo, los agentes del Smersh hallaron el cadáver de Hitler y de su pareja, Eva Braun, enterrados en un hueco abierto por una bomba en el jardín de la Cancillería.
Los cuerpos habían sido rociados con gasolina y estaban parcialmente quemados. El de Hitler era difícil de reconocer, por lo que una vez en la morgue le removieron la mandíbula para intentar identificarlo a partir de la dentadura. Esto pudo hacerse pocos días después, cuando los soviéticos ubicaron a Käthe Heusermann, asistente del dentista del Führer, quien les facilitó su historial médico y los datos requeridos con los que confirmaron que, en efecto, se trataba de él.
Posteriormente, un estudio de odontología forense realizado por los doctores Reidar F. Sognnaes, de la Escuela de Odontología de UCLA (California), y Ferdinand Ström, de la Universidad de Oslo, ratificó en 1973 que el cadáver recuperado era, en efecto, el de Adolf Hitler.
De una tumba a otra
Dado que los soviéticos habían confirmado desde el principio la muerte del líder nazi, ¿por qué siguieron alimentando durante años la idea de que estaba vivo?
«La estrategia de Stalin, evidentemente, era asociar a Occidente con el nazismo y hacer ver que los británicos o los estadounidenses debían estar ocultándolo», escribió Beevor en su libro «Berlín, la caída 1945».
Luke Daly-Groves, historiador en la Universidad de Leeds, considera que era una jugada política del dirigente comunista.
«Él sabía que los soviéticos habían hallado los restos del Führer cuando decía que Hitler podía haber escapado a España o a Argentina. Pero diciendo esto ayudaba a debilitar a sus oponentes políticos y fortalecía su posición en las disputas territoriales», escribió Daly-Groves en la revista NewStatesman.
Al final de cuentas, la derrota del nazismo abrió las puertas al inicio de la Guerra Fría.
Moscú contaba con una gran ventaja para defender su versión: tomaron y controlaron Berlín de forma exclusiva de mayo a comienzos de julio de 1945, cuando se establecieron las zonas de ocupación.
Además, detuvieron y mantuvieron cautivos por años a varios de los sobrevivientes del búnker, incluyendo al ayudante de cámara de Hitler, Heinz Linge; a su asistente de campo, Otto Günsch, y a su piloto, Hans Baur.
En su empeño por ocultar la verdad, detuvieron en secreto a Käthe Heusermann, la asistenta dental que les ayudó a identificar el cadáver. Tras seis años en aislamiento, la condenaron por haber participado voluntariamente en el tratamiento odontológico del Führer.
Los restos de Hitler permanecieron al cuidado de la unidad Smersh que los encontró. Cada vez que esta se trasladaba, los llevaba consigo.
Así, estuvo enterrado en un bosque a las afueras de Berlín, luego en la localidad de Rathenow (en el estado de Brandemburgo) y finalmente en una base que los soviéticos instalaron en 1946 en Magdeburgo, en el centro-este de Alemania.
No fue sino hasta 1968 cuando en un libro escrito por Lev Bezymenski, un periodista y agente de inteligencia soviético que participó en el asalto final a Berlín, se dieron a conocer públicamente detalles de los archivos que Moscú tenía sobre Hitler, así como de su autopsia.
Unas tres décadas más tarde, en 2009, el entonces jefe de Archivo de la policía secreta FSB (sucesora de la KGB), Vasily Khristoforov, informó que los restos de Hitler fueron incinerados en 1970 y las cenizas lanzadas al río Biederitz.
La medida fue recomendada por el entonces jefe de la KGB, Yuri Andropov, después de que la Unión Soviética acordó traspasar a Alemania oriental el control de la base en Magdeburgo.
Según explicó Khristoforov, los restos de Hitler fueron convertidos en ceniza para evitar que su tumba se convirtiera en un santuario nazi.
Moscú, sin embargo, conservó en la sede de la FSB la mandíbula con la dentadura de Hitler y en el Archivo del Estado un fragmento de su cráneo.
Entre el veneno y la bala
Un informe presentado en noviembre de 1945 por el historiador Hugh Trevor-Roper, quien durante la II Guerra Mundial sirvió como oficial de inteligencia británica y estuvo a cargo de investigar la muerte de Führer, sostuvo que este se suicidó en torno a las 15:30 del 30 de abril de 1945, junto a Eva Braun, con quien se había casado el día anterior. Él se quitó la vida detonando una pistola en su boca, mientras que ella habría ingerido una cápsula de cianuro.
Esta versión fue puesta en duda en el libro de Bezymenski, en el que se menciona además que al cadáver de Hitler le «faltaba una parte del cráneo».
Los periodistas Jean-Christophe Brisard y Lana Parshina, a quienes el gobierno de Vladimir Putin dio acceso parcial y controlado en 2016 a los archivos de Estado de la Federación Rusa, así como a archivos militares y de la policía secreta relacionados con el caso, señalaron que en la dentadura de Hitler se hallaron trozos de vidrio -lo que sugeriría que él tomó cianuro- y pusieron en duda que se haya pegado un tiro.
En una entrevista en 2018 con el diario Times of Israel, Parshina refirió que el líder nazi daba muestras de sufrir Parkinson durante sus últimos días, por lo que se preguntaba cómo pudo dispararse con su mano derecha en esas condiciones.
Brisard, por su parte, destacó que no hallaron rastros de bala en la boca de Hitler, aunque cree posible que él haya pedido a alguien de confianza -como su asistente Heinz Linge- que le diera un tiro de gracia tras tomarse el veneno.
Otras versiones sugieren que se suicidó ingiriendo veneno y, luego, disparándose en la sien.
Brisard y Parshina creen que Putin está utilizando la historia de la muerte de Hitler como un instrumento político para sus propios fines, como hizo en su momento Stalin.
En todo caso, en general, los expertos coinciden en que el cadáver hallado por las fuerzas soviéticas es el de Hitler y en que la versión que ofreció la radio de Hamburgo y el almirante Dönitz aquel 1 de mayo de 1945 erraba en dos cuestiones centrales: el líder nazi no había muerto aquel día y, más importante aún, no lo hizo en combate.
No estaba en la vanguardia sino, más bien, se batía en retirada para evitar sufrir la suerte de Benito Mussolini -de cuya ejecución sumaria había sido informado dos días antes- o tener que rendir cuentas por sus actos ante la justicia.
El hombre que había prometido construir un imperio que duraría un milenio abandonaba la carrera tras pasar en el poder 12 años, en los que sacudió al mundo a sangre y fuego, dejando una Europa en ruinas y una Alemania destruida y ocupada.