Un nuevo circuito binacional propone recorrer dos parques naturales en la Patagonia de Argentina y Chile. De la estepa, la mesetas y las pinturas rupestres de Santa Cruz a los valles boscosos, ríos y lagos en la Región de Aysén.
La ruta 40 atraviesa la estepa en el noroeste de Santa Cruz. Al fondo, la silueta de la Meseta del Lago Buenos Aires, donde está el Parque Nacional Patagonia (Foto: Florian von der Fecht).
Ni bien salimos del aeropuerto de Comodoro Rivadavia, subimos a la camioneta al mando de Guido Vittone, nuestro guía por los próximos cuatro días. Llegamos para conocer un nuevo recorrido que propone esta Patagonia tan inmensa como rica en paisajes, historias, contrastes: la nueva ruta del Parque Patagonia, un circuito binacional que combina dos parques, uno en Argentina y otro en Chile.
De este lado de la Cordillera, el más joven de los parques argentinos: el Parque Nacional Patagonia, creado en 2015 para proteger más de 50.000 hectáreas en lo alto de la meseta del lago Buenos Aires. Del otro, una reserva que lleva el mismo nombre –Patagonia– y hoy es privada pero espera convertirse en un nuevo parque nacional chileno. Ambos, iniciativa de la fundación TLC, creada por el empresario Douglas Tompkins, que se enamoró de la región, tanto que aquí dejó su vida, y aquí está enterrado.
Partimos del mar azul hacia el oeste, abriendo camino en la estepa por la ruta provincial 26. Los cerros rulos, la meseta árida, los pozos petroleros de Pampa del Castillo, el oasis de Sarmiento, la ruta que va trepando hacia la Cordillera. Nuestro destino es la ciudad de Perito Moreno, en el noroeste de la provincia de Santa Cruz, a 398 km de Comodoro, 450 de Puerto Deseado, 625 de El Calafate. Patagonia profunda.
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Llegamos así al punto de partida de este circuito “redondo”, de unos 500 km, que se propone para recorrer en una semana o 10 días como plazo ideal, con tranquilidad, disfrutando de los paisajes. El nuevo Parque Patagonia no cuenta con servicios, pero se puede visitar con guía y una 4×4. En este recorrido lo vamos a rodear enterito, comenzando desde el norte, para conocer paisajes únicos, especies en peligro de extinción, sitios arqueológicos, lagos profundos y ventosos, bosques, montañas con nieves eternas, ríos caudalosos y pintorescos pueblos en la estepa y la montaña.
Primera escala: La Ascensión, una típica estancia patagónica que, como tantas otras por aquí, dejó la cría de ovejas y se convirtió al turismo. Para pasar, ver y disfrutar: un hermoso casco antiguo, un aula donde estudiaban los hijos de peones y encargados, la matera –circular, con el fogón al medio– y un impecable galpón de esquila, con el fardo de la última faena colgando del techo. Todo a orillas del inmenso lago Buenos Aires, que del otro lado de la imaginaria línea que divide países se llama Gral. Carrera.
Manos en el cañadón
Es un día de pleno sol y nada de viento cuando nos asomamos a la ruta 40 y giramos hache el sur para ir en busca de uno de los imperdibles de este circuito: la Cueva de las Manos. Se suma una camioneta de Chelenco Tours que lleva a Ana y Eduardo, que son de Avellaneda y están de vacaciones por la zona, y a Flor, una francesa que anda recorriendo la Argentina de sur a norte, a su ritmo y sin apuro.
Un par de choiques corren entre los coirones cuando, a los pocos km, Guido propone desviarnos por una huella en la colina y abrir una tranquera para llegar a una zona que muy probablemente luzca igual que cuando por aquí anduvieron el perito Moreno o George Musters; tan poca gente pasa por la zona que bien podemos sentirnos como aquellos célebres exploradores. Tanto, que antes de almorzar hacemos un trekking hasta la cima de un volcán sin nombre: ¿y si lo bautizamos? Los que van adelante tienen suerte y logran ver a dos pumas; los de atrás, nos conformamos con las fotos.
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El vado del cañadón caracoles, rojizo, con el suelo blanco por una salina y un mallín donde picotean los flamencos rosados, es sólo un gran anticipo. Pocos minutos después nos asomamos al espectacular cañadón del río Pinturas, un impresionante tajo de unos 300 metros de profundidad en la meseta árida, en el fondo del cual zigzaguea el río sembrado de sauces y pastos siempre verdes. El paisaje impacta por su belleza, pero hay algo más … una especie de rumor de fondo, “algo” que genera una suerte de extraña intranquilidad, y en lo que caigo en la cuenta más tarde: esa inquietud, entiendo, proviene de la sensación de que estar “asomándonos” a un mundo primitivo, a un planeta que todavía no se ha enfriado, en el que el hombre aún no ha puesto sus pies. Esa inquietante y a la vez fascinante sensación de ser los exploradores de un viaje al pasado. En el valle verde hay muchas vacas, pero no suena descabellada la idea de que en cualquier momento pueda aparecer un velocirráptor o un enorme milodón arrastrando su pesado cuerpo.
Pero fue sobre todo el hombre quien dejó sus antiguas huellas aquí. Entre las decenas de pinturas de manos, guanacos, flechas y cazadores que decoran la Cueva de las Manos, las más antiguas están datadas en unos 9.300 años. No se sabe exactamente quiénes las hicieron –antepasados de los tehuelches es la teoría más aceptada–, pero sí se puede –y vale la pena– admirarlas. Tomaban alguna roca de color, la molían y la mezclaban con agua u orina, llenaban algún hueso con el líquido, colocaban la mano abierta en la pared y soplaban sobre ella: un negativo perfecto.
Los hay de adultos y de niños, en distintos colores, y curiosidades como una mano de 6 dedos o animales e insectos que no se sabe bien qué son, además de admirables escenas de caza. “Las pinturas más nuevas datadas tienen unos 3.500 años”, dice la guía Natalia Morrone, y la belleza de este arte primigenio se complementa a la perfección con la belleza del paisaje bajo el sol dorado del atardecer. La estancia Los Toldos, a la que pertenecen estas tierras, también fue recientemente adquirida por la fundación TLC, para asegurar su preservación.
Cuando pa Chile nos vamos
Ya es de noche cuando, luego de casi 90 kilómetros por la ruta provincial 39, llegamos a Lago Posadas, un pueblo que tiene exactamente 6 calles de este a oeste y 5 de norte a sur, y una paisajística tranquilidad. El restaurante de “La Posada del Posadas” está cerrado y oscuro, pero Guido cruza al hotel, justo enfrente, y su dueño, Pablo Fortuny, viene a abrir y a cocinarnos: cena rápida y a la cama. Fue un día largo.
El sol de la mañana siguiente nos revela de un sopetón la belleza del lugar: el valle por el que merodea el río Tarde, cercado por dos altas mesetas: del Águila al sur, y del lago Buenos Aires al norte. A 7 km está la orilla del lago Posadas y ese tan particular delgado istmo que lo separa de su vecino más al oeste, el lago Pueyrredón: de este lado, un lago relativamente pequeño, de aguas turquesa; del otro, apenas una decena de metros más al oeste, un enorme lago de aguas azul oscuro en las que el viento levanta un gran oleaje, casi como de mar.
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Guido detiene la camioneta en una salina y sobre un piso blanco, que cruje bajo nuestros pies, visitamos otro sitio de pinturas rupestres, de los muchos que hay dispersos por la Patagonia. Y unos km más allá, nos metemos en una cueva que nos protege del sol y el viento para dar cuenta de un glorioso almuerzo de sándwiches y frutas. Vamos rumbo a Chile: paso Roballos es la meta.
Formulario y sellos por aquí, formulario y sellos por allá. Estamos en Chile, y el paisaje empieza a cambiar. La meseta ahora está totalmente rodeada de altas montañas, y nos acompaña como un vigía el cerro San Lorenzo, que con sus 3.706 metros y sus glaciares permanentes, es el más alto de la provincia. La vegetación se hace mucho más tupida, y aparecen los primeros árboles cuando llegamos a la entrada al Valle Chacabuco: una “u” entre montañas que, dicen los investigadores, era el paso natural entre uno y otro lado de la Cordillera ya para los pueblos que habitaban estas tierras hace miles de años, que nos siguen mandando mensajes con sus manos de colores.
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El valle verde
Con el objetivo de crear el Parque Nacional Patagonia, la fundación Conservación Patagónica adquirió en este valle más de 70.000 hectáreas de la que, por décadas, fue una enorme estancia en la que el sobrepastoreo de miles de ovejas causó grandes daños ecológicos. Desde que la adquirió, la fundación aplicó un plan de restauración de pastizales y desmanteló más de 600 km de alambrados para permitir la libre circulación de animales silvestres, especialmente guanacos y los preciados huemules, en peligro de extinción. Nos lo explica el guía local, Sergio, mientras vemos un video en el super confortable living del lodge, con grandes ventanales por los que parece entrar la montaña.
La actual reserva Valle Chacabuco tiene 72.000 hectáreas, pero el proyecto del parque nacional propone unirla a las reservas vecinas Jeinimeni y Tamango, para llegar a nada menos que 263.000 hectáreas protegidas, una inmensa área natural en plena Cordillera y en el límite con Argentina. Para dar una idea: algo así como 13 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires.
Mientras tanto, ex gauchos y peones de la estancia se transformaron en guardaparques, se instalaron rastreadores de vida silvestre –especialmente para seguir a pumas y huemules–, se está construyendo una excelente infraestructura de servicios –los baños y parrillas de los campings, por ejemplo, podrían dar envidia a más de un hotel de lujo– y se está creando una red de senderos para invitarnos a disfrutar de este espectacular paisaje desde sus entrañas.
Para muestra de infraestructura, nada mejor que el centro administrativo, con edificios de piedra y madera, un lodge a todo confort, bar, restaurante y una huerta orgánica propia a cargo de Francisco Vio, que llegó de Viña del Mar a trabajar la tierra patagónica y a quien acompaña una serie de voluntarios.
La Carretera Austral
Seguimos viaje por la sinuosa ruta 83, de ripio en muy buen estado, para encontrarnos pronto con un cruce importante: el del río Neff con el Baker, que luce un increíble color turquesa casi fosforescente. Aquí también se cruzan rutas, y la 83 se rinde ante la 7, más conocida como Carretera Austral, una célebre ruta del sur de Chile que tiene fama de ser una de las más bellas del mundo.
Y esta breve muestra lo corrobora: la ruta va serpenteando por la falda de una montaña mientras al otro lado, decenas de metros más abajo, corre el hipnótico río, entre montañas y bosques y nubes grises. Hasta ayer vivíamos la aridez de la meseta patagónica argentina; aquí, en cambio, comienza a llover, lo que explica tanto lago, tanto río y los bosques de ñires, lengas y colihues.
Una parada espontánea se transforma en un nuevo momento mágico: preguntamos en la entrada del Green Baker Lodge y “al tiro”, con una amabilidad que siempre sorprende a bichos de ciudad, nos ofrecen un fogón con techo junto al río para que podamos saborear nuestros sandwiches y disfrutar del increíble paisaje: en este meandro del Baker, donde junto a un muelle reposan gomones a la espera de aventureros, y en el agua salpican las gotas de lluvia y algunas truchas que saltan como para entretenernos el almuerzo.
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Quedan más sorpresas a lo largo de esta vuelta. Como la belleza de Puerto Guadal, con sus casas de madera y colores; el impresionante cañadón del río Las Dunas, al que asoma la casa de Leonardo San Martín Avilés, quien nos guía en una caminata para ver decenas de fósiles plasmados en la piedra y una cascada de cuento; o ese largo mirador natural en que se transforma la ruta 265 cuando serpentea al filo del abismo a orillas del lago General Carrera, la bienvenida apacible a Chile Chico, con su Plaza del Viento y su costanera. De pronto, como por arte de magia, vuelve la estepa, el cielo se despeja, el viento vuelve a soplar. Bienvenidos al regreso.
De vuelta en el lago
Apenas a unos metros, la frontera otra vez, y a unos metros más, Los Antiguos, un oasis verde a orillas del lago, con hileras de álamos que protegen chacras de manzanas, frutillas, grosellas y especialmente cerezas, la estrella del lugar: cada año se hace aquí la Fiesta Nacional de la Cereza. De paso, anote y reserve: la próxima será del 13 al 15 de enero.
Con la vuelta completa, el alma hace algo parecido: se llena de paisajes, de aromas, de cielos infinitos. Impresionante todo lo visto, pero queda más. Quedan las Cuevas de las Manos de Chile –sí, también hay, de este lado, cerca de Chile Chico–, queda más de la Carretera Austral, quedan las surrealistas Capillas de Mármol –extraordinarias cavernas a las que se llega navegando por el lago–. Queda tanto por ver. Nos miramos y sabemos qué estamos pensando, aunque no lo digamos: ¡volveremos!
IMPERDIBLE
El macá tobiano
Esta pequeña y simpática ave, parecida a un “patito”, es el principal responsable de este enorme esfuerzo conservacionista en la Patagonia: el macá tobiano, ave endémica de la Patagonia austral que fue descubierta hace relativamente poco, en 1974. Y está en peligro: se estima que su población decreció más de 80% en los últimos 25 años y hoy no supera los 800 individuos.
Principalmente para protegerlo fue que se creó el Parque Nacional Patagonia en la meseta del lago Buenos Aires, porque es allí arriba, en las lagunas de ese ambiente árido, ventoso y frío, donde el macá –declarado “Monumento Natural Provincial”– anida y se reproduce cada verano. Pero el parque –creado por ley del Congreso en diciembre de 2014– protege también a varios reptiles que habitan la meseta, al chinchillón anaranjado y a la flora de alta montaña. La iniciativa surgió en 2009 a partir de las ONG Aves Argentinas y Ambiente Sur, y luego se sumó la entonces Fundación Flora y Fauna, hoy CLT, con la compra de estancias que fueron cedidas al Estado Nacional y se sumaron a las 19.000 ha fiscales de la zona. Luego CLT adquirió otras tierras aledañas, que espera sumar al parque en breve.
MINIGUIA
Cómo llegar De Buenos Aires a Perito Moreno son 2.083 km por ruta 3 hasta Bahía Blanca, rutas 22 y 251 h/San Antonio Oeste, 3 h/ Comodoro Rivadavia, provincial 26 y ruta 40.
A Comodoro por Aerolíneas y LATAM, desde $ 2.388 ida y vuelta. De allí son 398 km hasta Perito Moreno, por rutas 26 y 40.
Dónde alojarse En Perito Moreno, hotel Cueva de las Manos: $ 1.506 habitación doble con desayuno.
En Lago Posadas, La Posada del Posadas: $ 1.650 doble c/desayuno; hosp. Los Pioneros: $ 700 s/desayuno.
En Valle Chacabuco, lodge: doble con desayuno, US$ 500; cuádruple, US$ 600. Campings Casa de Piedra y West Winds: US$ 15 por persona.
En Los Antiguos, hotel Mora: $ 1.611 la doble con desayuno; hostería Refugio de Rocas, $ 1.641.
Dónde informarse
florayfaunaargentina.org
www.parquepatagonia.org
www.conservacionpatagonica.org
www.parquesnacionales.gob.ar
www.cuevadelasmanos.org
www.chelencotours.tur.ar
www.santacruz.tur.ar