El capo mexicano Joaquín Guzmán Loera fue calificado como un asesino despiadado el jueves por uno de sus exsicarios. En esta imagen un equipo periodístico trabajaba afuera de la corte, la semana pasada. Credit Kevin Hagen/Associated Press
Una gran hoguera ardía en el escondite montañoso de Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera, durante una noche en la que sus guardaespaldas le llevaron a dos soldados enemigos en unas cuatrimotos. Los hombres, miembros de los Zetas, un cártel rival, habían sido torturados durante horas y tenían muchos huesos rotos. Los zetas parecían “muñecas de trapo” y apenas podían moverse, según un testigo que presenció la escena.
A la luz del fuego, Guzmán ordenó que los hombres fueran colocados junto a las llamas y sus guardaespaldas se les acercaron con un rifle. El Chapo maldijo a la madre del hombre mientras le apuntaba a la cabeza y abruptamente apretó el gatillo. Después de hacer lo mismo con el segundo, le dijo a sus hombres que se deshicieran de los cuerpos.
Esta mórbida historia fue relatada el jueves por Isaías Valdez Ríos, un exsicario del cártel de Sinaloa, en el juicio contra Guzmán que se celebra en Nueva York. Aunque docenas de asesinatos han sido descritos en el tribunal desde que el juicio comenzó hace 10 semanas, el juez Brian M. Cogan ha tratado de restringir los detalles sangrientos.
Pero el testimonio de Valdez fue excepcionalmente cruento y marcó la primera vez que los miembros del jurado escucharon ejemplos gráficos del derramamiento de sangre por el que los carteles mexicanos son célebres desde hace mucho tiempo. También fue la primera vez que se mostró evidencia que describía la violencia cometida personalmente por el acusado.
Durante tres largas horas, Valdez hechizó al jurado de la Corte del Distrito Federal en Brooklyn con desgarradoras historias sobre las sangrientas guerras de las drogas en México. Habló sobre cómo atropelló a una persona en su camioneta durante un frenético tiroteo en una autopista y contó sobre una ocasión en la que asesinó a un informante cerca de varias mujeres y niños. También recordó cuando enterró a un hombre atado y con los ojos vendados, que aún estaba vivo, por órdenes de Guzmán.
Valdez es el último testigo colaborador de la fiscalía, y su aparición sugiere que la argumentación del gobierno está llegando a su final. Pareciera que fue llamado a testificar para impresionar a los jurados. Su testimonio fue brutal, implacable e indiscutiblemente dañino para Guzmán.
Valdez comenzó su participación con una vívida descripción de su primer día de trabajo en lo que describió como el “círculo de seguridad” de Guzmán. Ese día, en 2004, recuerda que un hombre conocido como Fantasma lo recogió en Culiacán y lo llevó a una pista de aterrizaje donde abordó un avión para un vuelo corto hacia las montañas de la Sierra Madre. Según Valdez, cuando aterrizó en el escondite de Guzmán, alguien le entregó un chaleco antibalas, un fusil AK-47 y un lanzacohetes.
Luego le explicaron las reglas de su nuevo trabajo: estaría de servicio durante un mes, y luego tendría un mes libre.
Isaías Valdez Ríos, exsicario del cártel de Sinaloa, relató diversas operaciones que ejecutó durante las sangrientas guerras del narcotráfico en México. Credit Oficina del Fiscal Federal para el Distrito Este de Nueva York
Dormía en el piso, afuera de la cabaña del capo y le pagaban 2000 pesos al mes (un poco más de 100 dólares). Nunca debía acercarse al jefe. Si Guzmán quería hablar con él, lo mandaba a llamar.
Según Valdez, el capo pidió hablar con él unos 10 o 15 días después de llegar al campamento conocido como el Cielo. Guzmán le preguntó en tono amigable: “Amigo, ¿cómo está?” y quería saber sobre su experiencia en las fuerzas especiales de México. También le advirtió que tenía que estar especialmente alerta en las montañas.
Poco después, Valdez tuvo que acompañar al jefe de seguridad del capo, Alejandro Aponte, conocido como el Negro, para capturar y ejecutar a un informante. Valdez dijo a los jurados que otros tres asesinos lo acompañaron. Uno era conocido como el Ocho. El otro fue apodado Mojo Jojo.
Después de que el equipo llegó a la casa del informante, dijo Valdez, sometieron a las mujeres y los niños y luego encontraron al hombre escondido en un dormitorio. Los llevaron a un patio interior donde, aparentemente desesperado, se agarró a una columna. Valdez dijo que Aponte descargó una ráfaga de disparos automáticos sobre la víctima. Después de que cayó al suelo, otro sicario le disparó en la cabeza.
Luego el equipo se montó en una camioneta. “Nos dirigimos hacia las montañas”, dijo Valdez.
El testigo también recordó que, años después, presenció cómo Guzmán interrogó y luego mató a un aliado de sus enemigos, los hermanos Arellano Félix. Hablando en voz baja en la sala del tribunal, Valdez contó cómo el capo había llevado al hombre, atado y con los ojos vendados, a un cementerio en uno de sus campamentos de montaña. El hombre ya había sido torturado tan brutalmente con un hierro, dijo, que su camiseta había quedó soldada a la piel. También apestaba, agregó Valdez, porque estuvo encerrado en un gallinero durante días.
Aunque la víctima no pudo verlo, lo habían colocado frente a su propia tumba recién excavada. Valdez dijo que Guzmán le hizo varias preguntas al hombre y, en medio de una respuesta, sacó una pistola calibre .25 y le disparó.
“Quítele las esposas y entiérrelo”, dijo que le ordenó el capo. Pero cuando Valdez y otro hombre se inclinaron para buscar el cuerpo, se dieron cuenta de que la bala de pequeño calibre no había matado al hombre. Todavía jadeaba.
“Y lo lanzamos al hoyo y lo enterramos”, dijo Valdez.