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Svetlana Allilúieva, la hija de Stalin que nunca pudo huir de la tragedia y del terror de su padre

Un libro retrata la vida de quien fue la desertora más famosa del mundo.

De izquierda a derecha: Vasili -su hermano-, Andréi Zhdánov, Svetlana, Stalin y Yákov, medio hermano, en 1934. (Gentileza PRH)

─Bueno, quizá no crea esto, pero soy la hija de Stalin.

Svetlana Iósifovna Allilúieva se presentó a las 7 de la tarde del 6 de marzo de 1967 en la embajada estadounidense en Nueva Delhi, India. Había ido a esparcir las cenizas de su marido indio y se la notaba calma: tenía muy en claro que no quería volver a la Unión Soviétca.

Quería desertar.

Una parte de su nombre indicaba “hija de Iósif”, que era como se llamaba Stalin, uno de los dictadores más grandes del siglo pasado. Así que Robert Rayle, el diplomático que recibía a los detractores, pensó que tal vez esa mujer no mentía. Pero también pensó que podía estar loca.

Si de verdad era la hija de Stalin, Rayle estaba frente a la realeza soviética. Y si encima era cierto que no quería regresar a su tierra, tenía enfrente un golpe durísimo para el orgullo enemigo. Y para Estados Unidos representaba una jugada letal en el tablero de la Guerra Fría.

Svetlana dejó atrás a sus 2 hijos y el 21 de abril de 1967 pisó suelo estadounidense. Se convirtió en la desertora más famosa del mundo.

Svetlana llega al aeropuerto JFK de Nueva York el 21 de abril de 1967. (Gentileza PRH)

Su vida fue un constante escape de la sombra de su padre. Criada en un Kremlin que la blindó de las hambrunas, las purgas y los gulags (campos de trabajo forzado rusos) rompió el silencio como escritora en los Estados Unidos con el texto Rusia, mi padre y yo.

Una sensación de abandono la acompañó toda la vida, desde cuando tenía 6 años y su madre se suicidó. Y de hecho perdió a todas las personas que amaba: 2 hermanos, tías y tíos y un novio al que Stalin mandó a Siberia. A pesar de que, hasta los 6 años, había tenido una tierna relación con su padre.

Svetlana y Stalin se mandaban cartas cuando ella era pequeña. (Gentileza PRH)

En Norteamérica siguió cosechando frustraciones, entre mudanzas constantes, malos matrimonios, nuevos exilios y una muerte en la pobreza.

La biógrafa canadiense Rosemary Sullivan tomó la historia trágica de Svetlana como símbolo: para demostrar el terror que Stalin desplegó sobre el pueblo soviético, incluyendo a su propia hija.

¿Cómo fue llevar semejante apellido? La autora, profesora emérita de la Universidad de Toronto, accedió a archivos de inteligencia tanto de la KGB como de la CIA, entre otros, para escribir La hija de Stalin (Debate, 544 páginas, 349 pesos). Y habló con Clarín sobre un libro que se publicó en 2015 y recién ahora se tradujo al español.

─El departamento de Estado de EE.UU. ni siquiera sabía que Stalin tenía una hija. ¿Cómo se le escapó esto a la inteligencia americana?

─Efectivamente, cuando el oficial de la CIA Robert Rayle envió un cable a Washington para obtener los archivos de la hija de Stalin, me contó que le respondieron que el nombre no arrojaba ningún resultado en la CIA, el FBI, o el Departamento de Estado. Lo que pasó fue que Stalin mantuvo su vida familiar en la privacidad total, y Svetlana no participó en ninguna actividad política. Pero deberían haber sabido de su existencia. Winston Churchill contó que la conoció cuando tenía 16 años, junto a su padre, en 194, en su diario de la Segunda Guerra Mundial. Es muy probable que los oficiales americanos no hayan leído el libro de Churchill.

A la izquierda, Svetlana a sus seis años junto a un Vasili de 11, en 1932. A la derecha, con 16 años. (Gentileza PRH)

─Al comienzo del libro se puede ver cómo Svetlana era casi una pieza de ajedrez en el tablero de los Estados Unidos y el Kremlin. ¿Cómo jugaba cada país?

─Luego de su deserción, la respuesta soviética fue que Svetlana era inestable mentalmente y que la CIA la había secuestrado. La KGB obligó a sus hijos a hacer declaraciones públicas sobre la promiscuidad de su madre. Hasta hay evidencia sobre un plan para secuestrarla y llevarla a la URSS de nuevo. Mientras tanto, el Departamento de Estado Americano estaba trabajando en una distensión con los soviéticos y, al creer que su deserción podría desbaratar estos planes, le negaron la entrada a los Estados Unidos. Fue detenida en Suiza. Cuando se le volvió a permitir la entrada a EE.UU. fue apenas con una visa de turista.

─Estados Unidos temía que interfiriera en sus planes de suavizar el vínculo con la URSS.

─Exacto, por eso George Kennan, diplomático que intentaba contener la expansión soviética, escribió un discurso para que ella dijera en el aeropuerto JFK, diciendo que iba a descansar. Pero ella lo desafió y lo cambió: dijo que había llegado al país buscando la libertad de expresión que le había sido negada en la Unión Soviética. Rápidamente fue trasladada a Princeton con un guardaespaldas de la CIA, con el dinero que hizo con su libro 20 cartas a un amigo controlado por un fideicomiso.

Stalin la llamaba, de pequeña, Svetanka, un diminitivo cariñoso. Ella, «papochka».

─¿Cuál era su verdadero nombre y por qué se lo cambió?

─Era Stalina. Se lo cambió al nombre de su madre, Allilúieva, en 1957. Tuvo que atravesar la tremenda situación de pedirle al Presidium del Sóviet Supremo de la Unión Soviética el permiso para hacerlo.

─¿Y por qué se lo cambió?

─Puede haber tenido dos motivos. Luego de la humillación de Nikita Khrushchev con su “Discurso secreto” -una denuncia en un Congreso del Partido Comunista Soviético de la represión de Stalin -, quiso distanciarse del nombre de su padre. Quizás también por la eufórica atmósfera cultural de la época, que le hizo creer que podría rebelarse contra su destino.

─¿Cómo fue su infancia y su relación con Stalin?

─Durante su niñez, luego del suicidio de su madre, Stalin se convirtió en un padre amoroso. Me conmovió leer la correspondencia entre Stalin y una Svetlana de 7 años, en los archivos RGASPI de Moscú. Ella describe su soledad y sus miedos, y él responde con la seguridad de un padre. Todo esto cambió cuando ella cumplió los 16, cuando la relación se vuelve más áspera.

Svetlana a sus 8 años, junto a su hermano Vasili, y Stalin. (Gentileza PRH)

─¿Qué pasó con su madre?

Nadya se suicidó en 1932. Muchos historiadores sugieren que era inestable mentalmente. Pero, así, esto suena simplista. La vida doméstica con Stalin era extremadamente difícil: podía ser distante e inescrutable, con un violento temperamento que sólo Svetlana podía calmar abrazándolo como podía, a la altura de sus botas. Además Nadya era una joven comunista idealista que estudiaba en la Academia Industrial, y estaba claramente desanimada por las políticas de colectivización forzada de Stalin. La noche de su muerte se encontraba en la cena de celebración del 15 aniversario de la Revolución rusa del partido. Después de negarse a brindar por su marido, abandonó la cena y se disparó en el corazón. Sabía que no tenía escapatoria de Stalin.

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─¿Qué tipo de educación tuvo Svetlana?

─Svetlana fue a una escuela de élite, la Modelo 25, luego a la Universidad de Moscú, donde, a partir de la insistencia de su padre, se recibió de cientista política e historia moderna americana. Su último título fue un doctorado en literatura rusaen la Universidad de Moscú.

─¿Cómo fue, para ella, crecer en el Kremlin?

─Cuando su madre aún vivía, Svetlana era feliz. De hecho se refirió a esa época como “ese lugar soleado”. Luego de que su madre se suicidara, cuando Svetlana tenía was 6 años, Stalin reemplazó a todo el personal doméstico con miembros de la NKVD (el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, el departamento gubernamental soviético). Sólo su niñera, Alexandra Andreevna, se quedó en su casa. Svetlana dijo alguna vez que sin el amor de ella, se hubiera vuelto loca. Durante los años de la Gran Purga (o Gran Terror, persecución de anticomunistas a fines de 1930 que consolidó el liderazgo de Stalin), sus amigos del colegio desaparecieron, tuvo un guardaespaldas que la acompañaba al colegio y sus tíos favoritos (los Svanidze) fueron encarcelados en la prisión Lubianka y luego ejecutados. Fue una niñez terrible.

En el funeral de su padre, en marzo de 1953. (Gentileza PRH)

─¿Qué pensaba Svetlana de la Revolución rusa?

─Su pasión era la literatura. Cuando trabajo en el Instituto Gorki y, junto al escritor disidente Andrei Sinyavsky estudió la literatura de los años 1920, pudo ver el jovial entusiasmo por la Revolución que motivó a escritores como Zamyatin. Sin embargo, rápidamente vio cómo la Unión Soviética se transformó en un Estado policíaco, gobernado por su padre.

Svetlana se casó cuatro veces: con Grigori Morozov, Yuri Zhdanov; Ivan Svanidze y con el arquitecto americano Wesley Peters.

─¿Qué impacto tuvo su escape a Estados Unidos?

─Cuando llegó a EE.UU. en 1967, Svetlana fue recibida como la desertora soviética más famosa. Sin embargo, prontamente se replegó a su vida privada. A pesar de que el Departamento de Estado y la CIA la buscaron para involucrarla en la política, ella sostuvo que hacer declaraciones políticas tendría un impacto negativo sobre sus hijos en la Unión Soviética. Luego desapareció de la escena pública.

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─¿Cómo se adaptó al mundo occidental?

─La adaptación fue imposible. Nunca fue libre de lo que llamó la “sombra política” del nombre de su padre. Éste se proyectó sobre cualquier persona que ella conociera. Fundamentalmente no entendía el concepto de dinero de Occidente: el dinero como libertad. Ella había empezado siendo la princesa del Kremlin y terminó como una mujer mayor viviendo en un asilo en Wisconsin, sin una moneda. Pero aceptó su destino de manera estoica.

Svetlana no podía olvidar su pasado: acá, en 1969, mirando viejas fotos familiares. (Gentileza PRH)

─¿Cómo describirías a Stalin a través de los ojos de su hija?

─Svetlana veía a su padre como un hombre que había vaciado todo lo que podía llegar a haber de decente en él en su búsqueda por el poder. Escribió en su libro “Sólo un año”: “Mi padre sabía lo que estaba haciendo. No estaba loco o mal aconsejado. Con cálculo frió cimentó su propio poder, y con miedo; miedo de perderlo más que a cualquier otra cosa en el mundo”. Desde su perspectiva, su padre se convirtió en un hombre “perdido, obturado, que convirtió a su país en una prisión”. Además, dijo: “Mi padre fue un déspota y trajo un terror sangriento, destruyendo a millones de personas inocentes, pero todo el sistema que lo hizo posible estaba profundamente corrupto”.

Estados Unidos le aseguró un editor para su libro. Y una suma inmensa de dinero.

─¿Qué dirías que es lo que mejor describe a Svetlana?

─El sobrino de Stalin Sasha Burdonski admiraba profundamente a su tía Svetlana. Cuando lo entrevisté en Moscú, me dijo: “Tenés que entender. Svetlana tenía la inteligencia de su padre, y su voluntad, pero no tenía su maldad”. Lo más destacable sobre ella fue su fuerza, su resiliencia, y su capacidad para aguantar. Burdonski dijo que ella siempre estaba corriendo hacia una versión de su vida donde pudiese estar en paz. Él sabía que ella nunca llegaría a esa versión. Su destino fue trágico, pero se negó a la autocompasión. Cuando un amigo le comentó que había sufrido mucho, ella contestó categórica: “Son las personas del Gulag las que sufrieron”.

Svetlana en Spring Green, Winsconsin, EE.UU., con su gato «Black Nose» en 2002. (Gentileza PRH)

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