Soledad: una epidemia silenciosa que puede detenerse

Nuevos estudios científicos explican cómo los efectos nocivos de la soledad crónica llevan al cuerpo a desarrollar enfermedades y piensan que atender las circunstancias y el dolor de quienes se ven obligados al aislamiento es la asignatura pendiente para la salud pública

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El dolor que provoca el sentimiento de soledad podría ser mucho más que una preocupación de poetas y compositores. De una metáfora romántica que nos hace cantar bajo la ducha o acompañan alguna pena pasajera, a la constatación de que la soledad puede provocar cambios observables a nivel celular, hay todo un camino que la ciencia ha empezado a recorrer.

¿De dónde viene toda la gente sola, adónde pertenecen? Cuando en la década del ’60 Los Beatles compusieron Eleanor Rigby, el famoso tema sobre aquella anciana solitaria que recogía del piso el arroz después de una boda, no imaginaban que medio siglo después estaríamos frente a una epidemia de soledad.

En el siglo XXI varios investigadores advierten que el aislamiento de las personas en las sociedades contemporáneas (principalmente para los ancianos) es una asignatura pendiente para la salud pública. Y desde las neurociencias empiezan a estudiarse los mecanismos para entender cómo y por qué se puede verdaderamente morir de soledad.

Entre los científicos que explican cómo sus efectos llevan al cuerpo a desarrollar enfermedades se encuentran aquellos que asocian la soledad con una mayor presión arterial y enfermedades del corazón. En 2015, una meta-revisión de 70 estudios un grupo de investigadores de la Universidad Brigham Young (BYU), una universidad cristiana localizada en Utah, Estados Unidos, quienes aseguran que la soledad es un asunto de salud pública, responsable de daños peores que los del tabaco o la obesidad.

Según el reciente estudio, publicado en la revista Perspectives on Psychological Science, el sentimiento subjetivo de soledad aumenta el riesgo de muerte en un 26%. En tanto que el aislamiento social -o la falta de conexión social- y la vida aislada resultaron ser aún más devastadores para la salud de una persona que el sentirse solos, factores que aumentan respectivamente el riesgo de mortalidad en un 29% y 32%.

Las cifras superan a las de otros factores psicológicos, como la depresión y la ansiedad, que se asocian al aumento del riesgo de mortalidad en un 21 por ciento.

Cómo afecta la soledad a los ancianos en Argentina

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Según el Observatorio de la UCA y la Fundación Navarro Viola la soledad aumenta el grado de infelicidad de los ancianos, una población que ya se encuentra en estado de vulnerabilidad en la Argentina. Como parte del programa Observatorio de la deuda social argentina, barómetro de la deuda social con las personas mayores ambas instituciones patrocinaron un estudio titulado Las personas mayores en la Argentina actual: ¿vivir solo es un factor de riesgo para la integración social?, realizado por Enrique Amadasi y Cecilia Tinoboras y publicado en noviembre de 2016.

Para el informe se trabajó con bases apiladas 2010-2015, con un total de 7.511 encuestados de 60 años en adelante, y un universo de 16.963 personas mayores relevadas. Además de los datos censales disponibles, se analizaron sus estrategias de subsistencia, condiciones habitacionales y de salud, algunos de sus atributos psicológicos, sus relaciones sociales en general, la relación con su entorno familiar y también su sociabilidad.

A lo largo de treinta páginas de análisis de datos cuantitativos y cualitativos, el trabajo sugiere que son necesarias políticas sociales puntuales para «quienes por opción o circunstancias de la vida, voluntaria o involuntariamente, para bien o para mal, viven en soledad», y señala que es necesario diseñar programas diferenciales para los adultos mayores que viven solos.

Los investigadores observan que los déficits más elevados en materia de relación con los otros entre quienes viven solos ponen de manifiesto que estas personas carecen en gran medida de las relaciones sociales necesarias para llevar adelante una buena vejez.

En la Argentina, una de cada cinco personas mayores vive sola, según el informe de la UCA. Según el Censo 2010, el 10,2% de la población argentina es mayor de 65 años, uno de los países con mayor cantidad de ancianos en América Latina. Se estima que en 2025 esa población alcanzará el 12,7% y en 2050 el 19%. Para entonces, la población de personas mayores de 65 años, sobrepasará en proporción a la cantidad de niños y adolescentes de menos de 15 años. Se trata de un fenómeno que se registra a escala global en Occidente.

¿Cómo influye la soledad en nuestra biología?

En la actualidad muchos investigadores buscan comprender exactamente cómo el sentimiento de soledad provoca enfermedades a nivel celular. Gracias a distintos avances, están descubriendo que la soledad es mucho más que un dolor psicológico, un malestar del alma, sino que es una herida biológica que provoca daños concretos e identificables en nuestras células.

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Uno de estos científicos es Steve Cole, un investigador de genética de la Universidad de California en Los Ángeles, autor de un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) que demuestra que la soledad tiene efectos fisiológicos en nuestro organismo. Junto con John y Stephanie Cacioppo, psicólogos de la Universidad de Chicago, realizaron un estudio titulado «Hacia una neurología de la soledad» en el que observan que «el nivel de toxicidad de la soledad es impresionante» y que «el aislamiento es uno de los grandes riesgos de salud de la época actual».

El estudio consistió en observar la regulación de leucocitos (o glóbulos blancos, las células sanguíneas responsables de defender el organismo contra bacterias y virus) de 141 adultos durante un lapso de cinco años. Los resultados mostraron que, en los pacientes que estaban aislados, se producía un aumento de los genes que producían inflamación y un descenso de la actividad de las células que combaten estas inflamaciones. Por esto, concluyeron que la soledad hace que disminuya la actividad de las células de defensa del organismo contra las infecciones provocadas por virus dado que todo el esfuerzo del sistema inmune se concentraba en luchar contra las bacterias, responsables de las infecciones. El estudio también incluyó la observación sobre primates, en los que se evidenciaron los mismos efectos.

Cómo prevenir los efectos nocivos de la soledad

Los investigadores enfatizaron la diferencia entre el sentimiento subjetivo, auto-reportado de soledad y el estado objetivo de estar socialmente aislado. Ambos estados son potencialmente dañinos. Las personas que están objetivamente aisladas y las que pese a vivir acompañadas se sienten subjetivamente solas pueden estar en mayor riesgo de muerte, que aquellas que están felices con sus circunstancias.

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Para el psiquiatra Diego Sarasola, especialista en Neuropsiquiatría, director del Instituto de Neurociencias Alexander Luria de La Plata, en la atención de adultos mayores, es vital distinguir a quienes quedan solos de aquellos que eligen estar solos. «Muchos pacientes mayores, definen su irse quedando solos, como una consecuencia de las pérdidas que se van sucediendo con los años y el fallecimiento de los seres queridos», apunta. Por ese motivo, comenta que en la consulta es importante discriminar el cuadro de soledad como circunstancia que el paciente podría sobrellevar con algunos cambios en el modo de vida, de una depresión. «Las frases que deben llamar la atención son aquellas que relacionan la soledad con el displacer, y es allí donde debe discriminarse si la persona elige aislarse porque tiene ya un cuadro depresivo, o si los avatares de la vida la fueron llevando a esa situación. Muchos pacientes manifiestan su inquietud por no sentir ganas de tener contacto con pares, en cambio otros, tienen esas ganas, pero no encuentran un ámbito adecuado donde canalizarlas», distingue. En ese sentido, si bien no acuerda con el término «epidemia de soledad», reconoce que «la comunidad médica debería preocuparse más por esta condición, ya que numerosos estudios vinculan la falta de contacto y el aislamiento con mayor índice de enfermedades psiquiátricas y cardiovasculares. De hecho, «uno de los factores que se consideran vinculados a bajar el riesgo de demencia, tienen que ver con el estímulo a la actividad social», subraya el doctor Sarasola.

En ese sentido opina que sería deseable desde los ámbitos pertinentes «estimular a los profesionales que indaguen sobre este tema y sus consecuencias en la salud».

Para los autores del estudio de Universidad Brigham Young, en Estados Unidos, así como surge del informe de la UCA y la Fundación Navarro Viola, en Argentina, lo urgente es reconocer que el problema de la soledad es un problema de todos.

Qué hacer cuando uno se siente solo

Cuando la soledad es una cuestión subjetiva, algo que la persona siente a pesar de estar rodeado de gente, o cuando al sufrir una pérdida afectiva se atraviesa un duelo -todo duelo confronta con la soledad-, las ganas de salir adelante juegan a favor. Es cuando la inteligencia emocional, la inteligencia social y las herramientas de psicología cognitiva pueden ayudar.

En ese aspecto, la licenciada en psicología y especialista en vínculos Cecilia Zugazaga, considera que hay una herramienta clave para poner en práctica: la empatía. «Todo vínculo conlleva siempre altos índices de tolerancia a la frustración», expone la psicóloga.»La soledad no es en sí misma una entidad tratable, lo que es tratable es la neurosis de quien no estando en circunstancias de aislamiento, dice sentirse solo», explica. Así, cuando en la sesión terapéutica el consultante refiere frases como «estoy solo/a, me siento solo/a, no me siento cómodo/a en situaciones donde hay otras personas, no me gusta que me observen, no me gusta que me pregunten», para el profesional estos cuadros refieren a sintomatologías derivadas de desordenes en la personalidad, principalmente depresivos, evitativos, dependendientes, fóbicos, entre otros. La orientación en estos casos consistirá en guiar al paciente a salir de la caracteropatía que lo lleva a procesar la información de manera egocéntrica e infantil, llevándolo al aislamiento por disconformidad con quienes lo rodean: «los demás no complacen mis pedidos, los demás son amenazantes, los demás son poderosos…», son algunos de los pensamientos que complican la posibilidad de un vínculos de calidad para estos pacientes.

El esfuerzo para quien no estando solo se siente solo, en ese caso pasará por aprender a empatizar, es decir, a aceptar que las otras personas que nos rodean tienen sus propios pensamientos, intereses y deseos. Puntualiza Zugazaga que para desarrollar la empatía es importante aceptar a los demas con sus propias necesidades. «Las cosas que hacen o dicen las personas que nos rodean no se refieren siempre a nosotros sino a ellos mismos. Las personas que nos quieresn tienen derecho a ser diferentes (y ahi está lo divertido) y poder entrar en sintonía con ellos, aun no estando de acuerdo», subraya.

Finalmente, la experta recomienda que, en tiempos de hiperconexión, podamos aprender a regular el uso de los dispositivos y de las redes sociales. «Los diálogos de un chat virtual favorecen la introyección solipsista y cuando esta es la única vía de contacto con los demás termina convirtiéndose en una excusa para el aislamiento».

En definitiva, salir del agujero interior, poner el cuerpo y el bocho en acción, como cantaba Virus, porque epidemia o no, la soledad jamás dejará de ser también un asunto de poetas.