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Rolling Stone cumple 50 años: cómo fue hacer el primer número

En 1967, Jann Wenner y un pequeño grupo de creyentes del rock & roll se juntaron en un loft en San Francisco con grandes ideas y poco dinero para crear ‘Rolling Stone’

A principios de 1967, una joven empleada de un estudio de abogados llamada Angie Kucherenko regresó a su departamento en el barrio de Haight-Ashbury en San Francisco y encontró al novio de su roommate, un joven de 21 años que había abandonado la Universidad de Berkeley llamado Jann Wenner, despatarrado en el sofá y rasgando una guitarra acústica. Tenía una gran idea que no veía la hora de compartir. «Se sentó más erguido, puso la guitarra a un costado y dijo: ‘Quiero empezar una revista de rock & roll'», recuerda Kucherenko. «Yo le dije: ‘¿Rock & roll? ¿Eso no es una moda pasajera?’.»

No para Wenner. Para él, los Beatles, Bob Dylan, los Rolling Stones y bandas locales como los Grateful Dead eran figuras culturales enormemente importantes, que merecían un medio que se las tomara en serio. «No había nada que se llamara periodismo de rock como profesión», dice Wenner. «Si agarrabas la Billboard, podías tener cierta idea de la industria de la música, pero no iba a ser parte de tus lecturas regulares si te interesaba el rock & roll.»

Un columnista de un diario local tenía la misma pasión que Wenner: Ralph J. Gleason del San Francisco Chronicle. El hombre de 48 años, que fumaba en pipa, llevaba años escribiendo sobre jazz, pero había empezado a dedicarle espacio a artistas como Dylan y los Dead. En octubre de 1965, Wenner estaba en un concierto en el Fisherman’s Wharf de San Francisco, armado por los promotores locales The Family Dog, cuando abordó a Gleason. «El dijo: ‘Ya sé quién sos'», dice Wenner. «Había leído lo que yo escribía para The Daily Cal [el periódico estudiantil de Berkeley]. Nos llevamos muy bien de inmediato, y me volví una visita habitual en su casa. Toda su familia me recibió.»

Más allá de la brecha de 30 años, Gleason y Wenner se hicieron amigos íntimos. «A diferencia de otros críticos de jazz, él tenía mucho sentido del humor», dice Wenner. «Era el fumón más grande. Le encantaba Lenny Bruce y la política. Tenía mente abierta y los oídos abiertos. Admiraba a los poetas del rock, pero siempre tuvo perspectiva, que era el nombre de su columna: ‘Perspectives’. Yo le decía: ‘¡Jerry García es el mejor guitarrista del mundo!’. Y él: ‘Pero, Jann, ¿escuchaste a Wes Montgomery?’.»

A principios de 1967, San Francisco se había convertido en el centro de la contracultura. En el Human Be-In del 14 de enero, decenas de miles bajaron al Golden Gate Park para tomar ácido y bailar con la música de los Dead, Jefferson Airplane, y Big Brother and the Holding Company. «Las bandas estaban inundando la región», dice Kucherenko. «Jann estaba muy, muy entusiasmado. Ninguno de nosotros podía explicarlo exactamente, pero se palpitaba una energía.»

Wenner empezó a idear una revista que reportara la escena de rock, en rápido crecimiento, y convocó a Gleason como socio. El dúo consideró nombres como Electric Typewriter y New Times antes de quedarse con Rolling Stone. La inspiración salía de un ensayo escrito por Gleason para The American Scholar llamado «Like a Rolling Stone», por la canción de Dylan. El tema: la importancia del rock y la sabiduría de la juventud.

A pesar de tener un gran título, un concepto inteligente y un socio con un gran Rolodex, Wenner no tenía un centavo para que despegara su revista. «Cuando me contactó para ser fotógrafo de la revista, yo dije: ‘Suena divertido, contame más'», recuerda Baron Wolman. «Me dijo: ‘Bueno, antes que nada, ¿tenés 10.000 dólares que te gustaría invertir?’.» Wolman no los tenía. Pero se le ocurrió la idea de trabajar a cambio de acciones en la compañía y de los derechos de sus propias fotos, un arreglo que le daría dividendos en los años y décadas futuras.

Wenner armó un pequeño grupo de inversores, incluyendo a los padres de quien sería su esposa, Jane Schindelheim; sus propios padres, Gleason; y Joan Roos, una amiga de la universidad (quien, dicho sea de paso, era prima de un joven actor llamado Robert De Niro). Entre todos le dieron 7.500 dólares a Wenner. El y su staff se mudaron a un loft en 746 Brannan Street que les ofrecía un espacio gratis si usaban los servicios de imprenta del dueño. Ya era momento de empezar a trabajar en el primer número.

En septiembre de 1967, Wenner subió las escaleras de madera de la imprenta y llegó a un loft con un pequeño staff formado en su mayor parte por voluntarios que incluían a Kucherenko, Schindelheim, John Williams, el director de arte, y Michael Lydon, antiguo periodista de Newsweek y Esquire. «Había polvo y no mucho más ahí», dice Lydon. «Tenía la sensación de una tabula rasa, de una pizarra en blanco. Esto no era un grupo de chicos empezando un periódico. Era Jann Wenner juntando gente alrededor suyo para hacer realidad su sueño.»

«Recuerdo entrar ahí con Jann muy temprano», dice Kucherenko. «Había un piso de madera y rayos de luz que entraban por los arcos de las ventanas. Todo el mundo ayudó a mover muebles. Encontramos viejos sofás, y todo el mundo traía lo que podía. Fue como hoy en día empezaría cualquier startup, pero sin capitales de riesgo.»

Wenner tenía grandes ambiciones para su revista nueva. Una de las primeras tareas que le asignó a Lydon -que terminaría siendo la nota principal, en la primera página- trataba sobre un dinero faltante en el Monterey Pop Festival. «Jann no quería un fanzine», dice Lydon. «Quería periodismo de investigación.» Muchos artículos -incluyendo piezas sobre cómo despidieron a David Crosby de los Byrds, y sobre el arresto a los Dead por tenencia de drogas- no tenían firmas. «No poníamos nuestros nombres en todos lados», dice Lydon, «porque eso hubiera dejado en evidencia que éramos pocas las personas que trabajaban en el periódico.»

En esa época, los puestos de diarios estaban inundados de publicaciones alternativas, pero eran en general cosas descuidadas, que desaparecían luego de un par de números. «Jann no paraba de decir que lo que nosotros hacíamos y lo que ellos hacían eran cosas diferentes», dice Wolman. «‘Lo nuestro es totalmente profesional. Quiero tener integridad del más alto calibre. Somos serios, y nos tomamos en serio’.»

En su columna «Perspectives» inaugural para Rolling Stone, Gleason vapuleó a las cadenas de televisión por no dedicar más tiempo a cantantes de soul como Wilson Pickett, Otis Redding y Jackie Wilson. «Son negros», escribió. «Y en Estados Unidos, en los escalones más altos del poder, que controlan estas cosas, el color es una discapacidad.» Jon Landau, el escritor de Boston de veintitrés años, envió una larga reseña que comparaba Are You Experienced, de Jimi Hendrix, con el debut de Cream, Fresh Cream («Más allá del brillo musical de Jimi, y la absoluta precisión del grupo, la pobre calidad de las canciones y la inanidad de sus letras muchas veces son obstáculos»). En el centro había una entrevista de dos páginas estilo Rolling Stone con Donovan, en la que hablaba del cantante de folk Bert Jansch, del movimiento hippie, y del viaje reciente de George Harrison a Haight-Ashbury. «Por más amateur que fuera en ese momento», dice Wenner, «la columna vertebral de la revista estaba ahí.»

Casi 50 años más tarde, todo el mundo que estuvo involucrado en el primer número recuerda la energía irrefrenable de Wenner. «Estaba siempre caminando», dice Kucherenko. «Estaba tan electrizado que podía estar hablando por teléfono, hablando con alguien y saludando a una tercera persona, todo el mismo tiempo. Era algo extraordinario de ver. Se subía a escritorios y sillas para hablar con alguien, y después saltaba para otro lado, como una pelota rebotando por ese loft.»

Para encontrar una imagen para la tapa, Wenner buscó en una pila de fotos hasta que encontró una de John Lennon con su traje de la Segunda Guerra Mundial, para la película How I Won the War, de Richard Lester. «Faltaban dos días para entrar en imprenta, y no sabíamos qué poner en la tapa», dice Wenner. «Era lo mejor que teníamos. Es definitiva, porque englobaba música, películas y política. Ese fue un accidente fortuito. Pero empezó nuestra asociación con John, que duró toda una vida.»

Para la página 2, Wenner escribió una carta a sus nuevos lectores: «Probablemente se estén preguntando lo que estamos tratando de hacer. Es difícil decirlo: una suerte de revista, una suerte de periódico. Los periódicos se volvieron falsos e irrelevantes, y las revistas de fans son un anacronismo. Rolling Stone no es sólo sobre la música, sino también sobre las cosas y actitudes que esa música incluye. Hemos trabajado mucho y esperemos que les guste. Describirla más sería difícil sin escribir basura, y la basura es como acumular musgos.»

En octubre de 1967, estaba lista para entrar a imprenta, y el staff bajó para ver cómo se imprimía. «La máquina empezó a hacer ka-bunk, ka-bunk, ka-bunk», dice Lydon. «Con cada ruido, salía una Rolling Stone, todavía húmeda. Descorchamos un champagne y brindamos.»

Pero mientras Wenner miraba cómo su sueño se hacía realidad, no pudo evitar sentirse un poco abrumado: «Me acuerdo de pensar: ‘Dios mío, no vamos a poder parar esto. ¿Qué vamos a hacer después?’.»

Andy Greene

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