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¿Por qué ya no progresamos como progresábamos antes?

Eres un típico americano en 1870. Vives en una granja. Si eres un hombre, probablemente comenzaste una vida de trabajo manual cuando eras un adolescente, que terminará cuando estés discapacitado o muerto. Si eres mujer, dedicas tu tiempo a las tareas domésticas que requieren mucho trabajo. Si eres negro o cualquier otra minoría, la vida es aún más dura.

Estás aislado del mundo, sin teléfono ni servicio postal. Cuando cae la noche, vives a la luz de las velas. Defecas en un retrete afuera de la casa.

Un día, te quedas dormido y despiertas en 1940. La vida es totalmente diferente. Tu casa está «conectada a la red»: tienes electricidad, gas, teléfono, agua y alcantarillado.

Te maravillan las nuevas formas de entretenimiento, como el fonógrafo, la radio y el cine. El Empire State Building se cierne sobre Nueva York, rodeado de otros edificios imposiblemente altos. Puede que tengas un coche, y si no lo tienes, habrás conocido a gente que sí lo tiene. Algunas de las personas más ricas que conoces incluso han volado en avión.

Estas transformaciones surgieron gracias a un «siglo especial» de crecimiento económico inusualmente alto entre 1870 y 1970. Fueron documentadas en el libro de 2016 del historiador económico Robert Gordon, «The Rise and Fall of American Growth» (Auge y caída del crecimiento americano) – y se detallan en un próximo libro del filósofo William MacAskill titulado «What We Owe The Future» (Qué le debemos al futuro).

Y no fue solo una historia de Estados Unidos: las naciones industrializadas experimentaron transformaciones vertiginosas durante los primeros años del siglo XX.

Explosión tecnológica

Durante la mayor parte de la historia, el mundo mejoró a un ritmo lento, cuando mejoró. Las civilizaciones subieron y bajaron. Las fortunas se acumularon y se dilapidaron. Casi todos los habitantes del mundo vivían en lo que hoy llamaríamos pobreza extrema.

Durante miles de años, la riqueza mundial -o nuestra mejor aproximación a ella- apenas se movió.

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Pie de foto,La economía rural anterior al siglo XIX fue lentamente superada por la industrialización y la urbanización de la sociedad.

Pero a partir de hace unos 150-200 años, todo cambió. La economía mundial empezó de repente a crecer exponencialmente. La esperanza de vida mundial pasó de menos de 30 años a más de 70. La alfabetización, pobreza extrema, mortalidad infantil e, incluso, la altura mejoraron de forma igualmente espectacular.

Puede que la historia no sea positiva para todos, ni que los beneficios se hayan distribuido de forma equitativa, pero según muchos indicadores el crecimiento económico y los avances en ciencia y tecnología han cambiado la forma de vida de miles de millones de personas.

¿Qué explica esta repentina explosión de riqueza relativa y poder tecnológico? ¿Qué ocurre si se ralentiza o se estanca? Y si es así, ¿podemos hacer algo al respecto?

Estas son las preguntas clave de los «estudios sobre el progreso», un naciente campo académico de un autodenominado movimiento intelectual, que pretende diseccionar las causas del progreso humano para hacerlo avanzar mejor.

Fundada por un influyente economista y un empresario multimillonario, esta comunidad tiende a definir el progreso en términos de avance científico o tecnológico y de crecimiento económico, por lo que sus ideas y creencias no están exentas de críticas.

«Frutos maduros»

Una de las primeras formas de entender el movimiento de los estudios sobre el progreso es comprender sus temores. En los últimos años, varios investigadores y economistas han expresado su preocupación por la posibilidad de que el progreso científico y tecnológico se esté ralentizando, lo que temen que provoque un estancamiento del crecimiento económico.

Para ilustrar esto de forma más tangible, Gordon invita a sus lectores a reflexionar sobre el ritmo de progreso entre mediados y finales del siglo XX y la década de 2020.

Ahora imagínate que después de esa primera siesta como estadounidense típico en 1870, te hubieras tomado una segunda siesta en 1940, despertando en la década de 2020.

Tu refrigeradora tiene ahora un congelador y tu nuevo microondas le permite recalentar las sobras. El aire acondicionado te refresca. Ahora es mucho más probable que tengas un coche, y es más seguro y fácil de conducir. Tienes un ordenador, un televisor y un teléfono inteligente.

Son inventos impresionantes, y algunos parecen mágicos, pero con el tiempo te das cuenta de que tu nivel de vida no se ha transformado tanto como cuando te levantaste en 1940.

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Pie de foto,La velocidad del desarrollo humano se ha ralentizado según teóricos de los estudios del progreso.

Gordon afirma que los asombrosos cambios que se produjeron en EE.UU. entre 1870 y 1970 se basaron en innovaciones transformadoras y puntuales, por lo que los estadounidenses no pueden esperar que vuelvan a alcanzar niveles de crecimiento similares en breve, si es que alguna vez lo consiguen.

Lo sorprendente no es «que el crecimiento se esté ralentizando, sino que haya sido tan rápido durante tanto tiempo«, escribe. En su opinión, este fenómeno no es culpa de nadie:

«El crecimiento estadounidense se ralentizó después de 1970 no porque los inventores hubieran perdido la chispa o estuvieran desprovistos de nuevas ideas, sino porque los elementos básicos de un nivel de vida moderno ya se habían alcanzado para entonces en muchas dimensiones».

Estancados

Gordon se basa en los temores que hicieron famosos el economista Tyler Cowen en su libro de 2011, «The Great Stagnation» (El gran estancamiento), en el que argumenta de forma similar que EE.UU. se comió la mayor parte de la «fruta madura» que permitía un crecimiento constante de los ingresos medios estadounidenses, y que el país no puede esperar crecer como antes.

Hemos encontrado los descubrimientos fáciles y ahora nos esforzamos más para lo que queda.

Por ejemplo, comparen los descubrimientos que Albert Einstein hizo como empleado de patentes, o que Marie Curie realizó en un laboratorio rudimentario, con megaproyectos multimillonarios como el Gran Colisionador de Hadrones o el telescopio espacial James Webb.

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Pie de foto,Marie Curie en su laboratorio.

Hemos compensado parcialmente este declive aumentando la proporción de la población que se dedica a la investigación, pero esto, por supuesto, no puede durar siempre. El crecimiento de la población mundial puede ayudar, pero se espera que se ralentice y luego se invierta antes de que acabe el siglo.

También es posible que la inteligencia artificial (IA) ayude a invertir el declive -o incluso a iniciar una nueva era de crecimiento explosivo-, pero algunos investigadores temen que la IA superinteligente pueda traer otros riesgos que perjudiquen el progreso, o algo peor.

La hipótesis del estancamiento no es universalmente aceptada. Algunos han señalado que si se mide la productividad y los beneficios de la investigación de forma diferente, el panorama es mucho más halagüeño.

No obstante, el miedo al estancamiento es una motivación central para muchas personas de la comunidad del progreso. Sin embargo, a diferencia de Gordon, otro son optimistas en cuanto a su capacidad para cambiarlo, lo que nos lleva a la historia de cómo se fundó el movimiento de los estudios de progreso.

El origen de los estudios de progreso

Alrededor de 2016, Cowen recibió un correo electrónico inesperado del multimillonario irlandés Patrick Collison, que se interesó por su libro sobre el estancamiento. Unos años antes, Collison había cofundado la empresa de pagos por internet Stripe y ahora quería hablar de temas más importantes. Ambos cenaron juntos en San Francisco y congeniaron.

Cowen es un economista de 60 años, autor de unos 20 libros y 40 artículos, seis años de columnas en Bloomberg, más de 150 episodios de su podcast y casi 20 años de publicaciones en su popular blog de economía Marginal Revolution. En 2020, ocupó el puesto 17 en una lista de los 100 economistas más influyentes.

Collison, casi tres décadas más joven y dirigiendo la cuarta startup privada más valiosa del mundo, ha escrito menos, pero aún ha encontrado tiempo para publicar colecciones de enlaces sobre temas como la contaminación del aire, la cultura, el crecimiento, la historia de Silicon Valley y, por supuesto, el progreso.

La valoración de Stripe, de casi US$100.000 millones, sitúa el patrimonio neto de Collison en torno a los US$11.000 millones. La empresa de pagos en línea combina la elevada retórica de «cambiar el mundo» de las startups de Silicon Valley con la mundana y competente construcción de tuberías de una empresa de infraestructuras.

Durante sus reuniones, me dice Cowen, «los dos estábamos hablando de las ideas, encontrando que teníamos ideas comunes, y de alguna manera dimos con la noción de un artículo». Así, en 2019, fueron coautores de un ensayo en The Atlantic que abogaba por «una nueva ciencia del progreso».

«No existe un movimiento intelectual de amplia base centrado en la comprensión de la dinámica del progreso, ni dirigido al objetivo más profundo de acelerarlo. Creemos que merece un campo de estudio específico», escribieron. «Sugerimos inaugurar la disciplina de los ‘estudios del progreso'».

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Desde que Cowen y Collison inauguraron el campo, otros han elaborado lo que podrían ser los estudios de progreso y sus principios fundamentales.

Entre los más influyentes se encuentra el empresario Jason Crawford, que llevaba años escribiendo sobre el progreso antes de que se acuñaran los «estudios de progreso». Su blog, Roots of Progress, explora ejemplos de desarrollo científico y tecnológico como, por ejemplo, por qué la combustión interna superó al vapor.

Crawford ha tratado de sistematizar lo que significan los estudios del progreso. Sostiene que el movimiento sostienetres premisas. En primer lugar, que el progreso es real. El nivel de vida material ha mejorado enormemente en los últimos 200 años aproximadamente y, por la razón que sea, «es evidente que algo ha ido muy bien».

En segundo lugar, que lo bueno del progreso se define en términos humanistas: «lo que nos ayuda a llevar una vida mejor: una vida más larga, más sana y más feliz; una vida con más opciones y oportunidades; una vida en la que podamos prosperar y florecer».

Por último, que las sociedades tienen la capacidad de acelerarlo o frenarlo: «el progreso continuo es posible, pero no está garantizado«.

Cuando se describen así, las creencias de los estudios de progreso parecen tan amplias que casi cualquier cosa podría caer bajo su extenso paraguas. Al fin y al cabo, muchos movimientos afirman estar a favor de la mejora del bienestar humano. Entonces, ¿en qué consisten exactamente los estudios de progreso? Aún es pronto, pero hay temas comunes que están surgiendo.

Todo por el PBI

Por un lado, los estudios sobre el progreso no desean un mundo en el que los humanos vivan más armoniosamente con la naturaleza. Como escribe Crawford: «El humanismo dice que cuando la mejora de la vida humana requiere alterar el medio ambiente, la humanidad tiene prioridad moral sobre la naturaleza».

No quiere necesariamente un mundo con menos desigualdades y prefiere centrarse más en el crecimiento del pastel que en cómo se divide.

Tampoco le importan mucho las normas sociales que se interponen en lo que concibe como progreso, incluso las que comparten todas las culturas (por ejemplo, en la revista Works in Progress, la investigadora Aria Babu defendió recientemente los úteros artificiales para acabar con la onerosa norma del embarazo).

Aunque Crawford y otros líderes de la comunidad del progreso se cuidan de incluir en sus definiciones de progreso cosas más sutiles como el avance moral, en la práctica, las organizaciones y los escritores que la componen se centran casi exclusivamente en los avances materiales, como el impulso del crecimiento económico, la mejora y la aceleración de la investigación científica, y el aumento de la oferta de viviendas y de la inmigración (sobre todo la «altamente cualificada»).

Crawford y Cowen también tienen una visión específica del tipo de bienestar que pretenden fomentar mediante el progreso. No es la felicidad -ni siquiera la métrica más establecida de la «satisfacción vital»-, sino que su máxima prioridad es aumentar el «PIB (producto bruto interno) per cápita».

El libro de Cowen de 2018 «Stubborn Attachments» (Apegos obstinados), sostiene que el «crecimiento económico sostenible» debería ser la estrella norte de la civilización mundial. Como señalan habitualmente los estudiosos del progreso, el PIB per cápita se correlaciona positivamente con todo tipo de cosas que consideran deseables, como el consumo, el ocio, la longevidad e incluso el progreso moral.

Lo que este relato omite es que el PIB per cápita ha sido durante mucho tiempo un objetivo para los gobiernos. Y, como señalan habitualmente los críticos, también se correlaciona con cambios menos deseables, como el aumento del consumo de combustibles fósiles y de carne.

En resumen, los estudios sobre el progreso despliegan un marco y un lenguaje para el progreso que parece ser global y omnicomprensivo, pero en la práctica se sustenta en un conjunto particular de visiones sociales y políticas del mundo. Es sólo una idea del progreso y una idea de lo que significa el florecimiento humano.

Progreso y riesgo

Otra creencia fundamental de la comunidad del progreso es que un progreso tecnológico más rápido es mejor. Pero, ¿y si no lo es?

La humanidad sobrevivió a las amenazas de extinción natural durante cientos de miles de años y sólo obtuvo el poder de acabar teóricamente con nuestra especie en 1945, tras el Proyecto Manhattan. La bomba atómica y la destrucción sin precedentes causada por la guerra a la que dio fin ponen de manifiesto el lado oscuro del progreso.

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Pie de foto,La destrucción nuclear en Hiroshima.

Holden Karnofsky, que dirige el trabajo de la fundación Open Philanthropy para mejorar el futuro a largo plazo, cree que, en conjunto, la tecnología ha mejorado la vida humana en la historia reciente. Pero le preocupa que la aceleración del desarrollo tecnológico pueda aumentar el riesgo de catástrofes que acaben con la humanidad o la paralicen permanentemente.

Karnofsky quiere que la comunidad del progreso se cuestione una de sus premisas fundamentales, diciendo que es importante preguntarse «¿queremos más avances científicos y tecnológicos? ¿Qué tipo de avances queremos?».

Tratando de encontrar el quid de la cuestión entre el progreso y los riesgos que plantea, Crawford escribe: «Mi opinión es que el progreso tecnológico es bueno por defecto, pero debemos estar atentos a las malas consecuencias y abordar los riesgos específicos».

Comparando a la humanidad con los pasajeros de un viaje por carretera en «un coche que viaja por la autopista del progreso», Crawford plantea que los investigadores que quieren reducir los riesgos del progreso piensan «que el coche está fuera de control, que necesitamos un mejor agarre del volante, que no deberíamos acelerar hasta que podamos dirigir mejor y, tal vez, que incluso deberíamos reducir la velocidad para evitar estrellarnos».

Por otro lado, los estudios de progreso, «piensan que ya estamos frenando, y por eso quieren poner una atención significativa en volver a acelerar».

«Seguro que también necesitamos una mejor dirección, pero eso es secundario», opina.

Acción

Esta diferencia filosófica tiene implicaciones prácticas. Consideremos la biotecnología, quizá la mayor fuente de riesgo existencial en el futuro próximo.

Muchos estudiosos del progreso están a favor de acelerar ampliamente la investigación biotecnológica mediante la reforma de los modelos de financiación y la flexibilización de las restricciones a los investigadores, señalando las enfermedades que pueden curarse con nuestros nuevos conocimientos.

Pero los frutos de un progreso más rápido en este ámbito también podrían beneficiar a actores con intereses oscuros o aumentar el riesgo de accidentes catastróficos.

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Pie de foto,Los avances en el campo de la biotecnología pueden ser tan revolucionarios como riesgosos.

O consideremos el enfoque centrado en el progreso para abordar el cambio climático. Crawford ha sugerido que con «algún tipo de nanotecnología muy avanzada que nos diera esencialmente la capacidad de terraformación (procesos orientados a la intervención de un planeta, satélite natural u otro cuerpo celeste para recrear en este las condiciones óptimas para la vida), el cambio climático no sería un problema. Simplemente controlaríamos el clima».

Sin embargo, no reconoce -hasta que se le cuestiona- que esta tecnología puede aumentar los riesgos más que mitigarlos.

Este intercambio revela algo importante sobre las intuiciones que subyacen a gran parte del pensamiento en la comunidad del progreso. Existe un sesgo empresarial hacia la acción.

Los posibles beneficios de una nueva tecnología dominan las consideraciones sobre lo que un mal líder podría hacer con ella. El miedo a perderse algo supera al miedo a perderlo todo.

Crawford habla de la seguridad como una prioridad importante y una parte fundamental del progreso. Pero, en última instancia, como reconoce, las reflexiones sobre la seguridad y el riesgo se añaden a los estudios sobre el progreso, en lugar de estar grabados en su ADN.

El futuro

En su manifiesto de The Atlantic, Cowen y Collison hacen una sutil referencia a la famosa cita de Karl Marx: «Los filósofos sólo han interpretado el mundo, de diversas maneras. La cuestión, sin embargo, es cambiarlo». A pesar del nombre, pues, no se conforman con estudiar el progreso; quieren acción (Cowen dice que Marx estaba «obsesionado con los estudios del progreso»).

En febrero, Crawford esbozó su visión de un próspero movimiento de progreso en los próximos 10 años, esperando, entre otras cosas, el reconocimiento académico de los estudios de progreso como un valioso campo interdisciplinario y un plan de estudios de progreso en todas las escuelas secundarias del mundo.

Crawford considera que los estudios de progreso son mucho más que un movimiento político: «Creo que el cambio que necesitamos es a un nivel mucho más profundo, filosófico».

En última instancia, la comunidad del progreso quiere que sus seguidores crean que pueden hacerlo mejor. En nuestras conversaciones, varias fuentes parafrasearon el eslogan «un mundo mejor es posible».

A Crawford la visión de ese mundo le anima: «Quiero que la humanidad recupere su autoestima y su ambición, que alcance figurativa y literalmente las estrellas. Quiero que soñemos con coches voladores, energía de fusión, fabricación nanotecnológica, terraformación de planetas, exploración de la galaxia. Así que no se trata sólo de política, sino de las actitudes fundamentales de la gente hacia la humanidad y nuestro lugar en la naturaleza».

Si te quedas dormido durante otros 70 años, ¿podría esperarte el mundo de Crawford? ¿Vivirías una vida más feliz y rica? Tal vez. Pero el hecho de que consideres esta visión como progreso o no dependerá probablemente de tú definición de lo que significa realmente progreso.

 

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