Lo que cuenta la serie de Netflix lo vivió Deborah Feldman, y escribió sobre eso. Ahora habla con Clarín desde Berlín.
Eso, «lo peor fue cuando mi familia dijo que había preparado mi tumba y estaba impaciente por bailar sobre ella», nos dirá enseguida Deborah Feldman, la mujer que vivió lo que cuenta la serie Poco ortodoxa y lo narró en un libro. Hubiera sido bueno verle la cara cuando lo decía pero la entrevista se hace por mail.
Ya vieron a Esty, el personaje de la serie. Vieron su mundo: matrimonios arreglados, asesoras prenupciales, mujeres casadas rapadas que usan peluca para salir, la religión ordenando la vida entera. Vieron los hombres con esos grandes sombreros de piel. Vieron a esa chica que no sabe ni si tiene vagina y el horror de la noche de bodas y las noches que siguen. ¿Vieron eso? Es lo que contó Feldman en Unorthodox: the scandalous rejection of my hasidic roots (algo así como «Poco ortodoxa, el escandaloso rechazo de mis raíces jasídicas»). Deborah Feldman nació en 1986, no en el siglo XIX. En Nueva York, no en un pueblito perdido de Polonia. La serie es una radiografía muy precisa de la colectividad jasídica de Williamsburg, Brooklyn, que transcurre en paralelo a la contemporaneidad extrema de la Gran Manzana.
Su vida fue similar a las de Esty pero no exactamente igual: Netflix tiene sus licencias aunque es fiel al clima opresivo. En la realidad, Deborah creció con sus abuelos porque su madre -que había llegado desde Inglaterra para casarse- dejó la comunidad cuando ella era chica y su padre tenía problemas mentales.
Una casa tradicional donde cualquier sensualidad femenina es abortada, donde la abuela canta pero sólo si no está el abuelo -la voz es sensualidad-, donde el inglés es considerado una puerta a Satán -hablan en idish– y aunque la vida de los varones está consagrada a la lectura y la interpretación de los textos sagrados, una mujer no puede leerlos.
En la ficción, como en la realidad. Una escena de «Poco ortodoxa», serie de Netflix.
De hecho, una de las rebeldías de Deborah es comprar… ¡Un Talmud! (es decir, una obra sobre discusiones rabínicas). Allí descubre que el Rey David no era tan santo como le habían dicho (había mandado al frente de batalla al marido de una mujer para quedarse con ella que, horror, ¡no era virgen!). Ahí, dice, perdió su inocencia. «Dejé de creer en la autoridad y empecé a sacar mis propias conclusiones sobre el mundo en el que vivía»). Al menos una vez por capítulo, Esty aclara que no tuvo «una educación adecuada».
Pero Deborah es una nena, al fin y al cabo. También lee y esconde un Harry Potter, Mujercitas y los libros de Roald Dahl, textos que suelen leer los chicos y que, quieran o no, le muestran que hay otras vidas posibles, con finales felices.
De chica. Deborah Feldman y su familia.
«El arrepentimiento es tarea cotidiana -escribe Deborah-, en las oraciones de cada mañana nos arrepentimos por adelantado por los pecados que cometeremos en el resto del día» .
Pantalones, prohibidos. Y el pelo, claro, el pelo. Una «vanidad» no permitida: las mujeres judías ortodoxas suelen llevar pañuelos o pelucas pero en esta comunidad, además, les rapan la cabeza cuando se casan, no sea cosa. Por eso entre las imágenes promocionales de la serie está la del momento en que tira la peluca: se está sacando de encima ese pasado. No es fácil.
El casamiento. Deborah Feldman, tapada según las tradiciones.
Cuenta Deborah en el libro: «La asimilación, dice siempre mi maestra, fue lo que motivó el Holocausto. Tratamos de mezclarnos y Dios nos castigó por traicionarlo».
En la serie Moishe es un primo matón que la va a buscar a Alemania y le deja a mano un revólver «por si lo quiere usar». En la vida de Deborah hubo un primo Moshé que trató de violarla en un sótano. Cuando ella se anima a contar algo, otra mujer de la familia simplemente murmura: «Son todos animales». Pero Deborah se venga. A Moshé ya lo echaron de la escuela y es difícil de casar. Cuando logren encontrarle una novia la llamarán para pedir referencias y ella no será tan elogiosa. Ese matrimonio cae y finalmente le traerán una chica religiosa de Israel porque «los padres en Israel son tan pobres que entregan a sus hijas a cualquiera que pueda pagar».
En la serie la chica se va con lo puesto y embarazada -se enterará después- a Berlín, donde vive su madre, que también escapó. En la realidad, Deborah se casó -¡a los 17 años!-, tuvo un hijo casi dos años después y empezó a estudiar literatura en la universidad Sarah Lawrence. Quería escribir, quería llevar un diario íntimo pero temía que el marido lo descubriera, así que -no era el siglo XIX, dijimos- arrancó con un blog anónimo al que llamó «Hasidic feminist». El nombre del blog marcaba al contradicción: no se puede ser jadísica -una corriente ultrarreligiosa del judaísmo- y feminista. En el blog escribió sobre cómo había vivido y las cosas que le decían y, ah, llamó la atención. Tanto que, para refutarla, alguien hizo un contrablog con el mismo título: si hoy se busca «Hasidic feminist» aparecerá una refutación de la historia de Feldman. «Poco ortodoxa y poco veraz», dice.
Con marido e hijo. Deborah Feldman, la verdadera protagonista de «Poco ortodoxa»
En ese momento, cuando el blog era el blog de la joven Feldman, hubo quienes no le creyeron, quienes le dieron consejos, quienes le contaron sus propias historias. Finalmente, le hicieron un contrato para publicar el libro. Con el contrato en la mano y una estrategia para que no le sacaran al nene -algo bien difícil en esos casos según muestra el documental One of us– se fue de casa.
La escena no es tan extrema como la de la serie -una jovencita que prácticamente no salió del barrio y de repente vuela sola a otro continente y se las arregla para dormir en cualquier lado- pero conmueve: «Me alquilé un Kia blanco chiquito y lo llené con tantas cosas como podía aguantar. Senté a Yitzy en su asientito y vi cómo observaba las cajas y bolsas de residuos que había apretujado en cada centímetro. No dijo nada, sólo se puso el pulgar en la boca y se quedó dormido apenas subimos a la autopista».
Pero lo más importante que muestra el libro -y la serie no- es la evolución de una conciencia. «Quizás no hay plagas, sólo la inestabilidad de la naturaleza. Quizás no hay consecuencias, sólo fealdad. Quizás el castigo solo viene de la gente, no de Dios», piensa en un momento, contra toda enseñanza. Y qué incomodidad tener esas ideas. Después deslizará que ya no piensa en idish… shhh. Y la paradoja: ¿en serio Dios se preocupa por el largo de la pollera de una chica en Brooklyn?
Es esa chica, la que realmente no supo que tenía vagina hasta días antes de casarse -una de sus amigas sangra porque el marido, que tampoco sabía «se equivocó de agujero»-, la que va a la biblioteca clandestinamente, la que denuncia pedofilia en vano, la que un día se pregunta qué pasa si deja de ser jasídica, es ella, Deborah Feldman, quien contesta, desde Berlín, donde vive desde hace cinco años, las preguntas de Clarín.
El compromiso. Deborah Feldman, en su vida como judía ortodoxa.
-¿Cómo es su vínculo con su pasado? ¿Tiene contactos con la familia?
-No tengo contacto con la comunidad. Mi ex marido también se fue, cuatro años después que yo, y vive una vida normal, así que nos vemos con frecuencia y nuestro hijo lo ve seguido.
-¿Qué piensa su hijo de su historia? ¿Qué vínculo tiene con la familia de su padre?
-Durante un tiempo, cuando era más chico, me preguntaba mucho, pero lo dejó atrás rápidamente y ahora está más preocupado por su propia vida, en el presente, en su mundo. Nuestro pasado no es algo a lo que él necesariamente esté conectado: era muy chico para recordarlo y lo siente como algo abstracto. Ve a su padre, como dije antes, pero no a la familia de su padre, dado que él también dejó la comunidad.
-¿Cuál fue el momento de inflexión? ¿Cuándo supo que tenía que dejar atrás el mundo en el que había sido criada?
-El día en que nació mi hijo supe que me iría de allí. Si no por mí, por él.
-¿Extraña algo?
-Extraño mucho a mi abuela, pero ella sufría de demencia senil cuando me fui, ya no me reconocía, así que de alguna manera ya la había perdido.
-¿Hubo reacciones de su familia o de la comunidad ortodoxa antes el libro?
-Por supuesto. Hubo muchas reacciones durante muchos años. Dejé la comunidad hace una década y publiqué el libro hace ocho años. Me condenaron, me amenazaron. Lo peor fue cuando recibí una carta de mi familia, en la que me decían que habían preparado mi tumba y estaban impacientes por bailar sobre ella. Me aconsejaron que me suicidara.
Otra vida. Deborah Feldman, en la actualidad, en Berlín.
-¿Cómo vive este momento de éxito internacional?
-Bueno, mi vida cotidiana es de lo más común, nada distinta de la de cualquiera. En particular, en tiempos de coronavirus el «éxito» se siente más bien abstracto, lejano. Y además nunca pensé en esos términos porque para mí el éxito es algo que sentís adentro, no algo que nadie pueda poner en tu currículum o en un perfil de red social.
-¿Como si no hubiera pasado nada con su historia?
-Seguro que estoy muy feliz porque mi historia haya conmovido a tanta gente. Pero en el día a día eso no es algo que necesariamente se sienta, no es algo concreto.
Poco ortodoxa: el libro, con tapa nueva.
-¿Qué sigue? ¿Insistirá sobre estas cuestiones?
-Desde hace dos años vengo trabajando en una novela en alemán, que está casi terminada. De alguna manera tiene que ver con ese mundo y los conflictos dentro de él pero, a diferencia de mi trabajo anterior, no está ligada directamente a mi propia vida. Es que todavía el mundo del que vengo es una fuente muy rica de ideas para escribir, y voy a seguir usando esa fuente.