Un modelo de relato autobiográfico y de experiencia, que renovó el canon a comienzos de siglo, encuentra su lugar en los catálogos de editoriales independientes
Junto con el comienzo de este siglo, irrumpió y se masificó en la Argentina un modelo de crónica poco apegada al canon realista e inclinada a valorizar el sueño, el pensamiento introspectivo, el tiempo muerto, el mito, el relato oral y lo autobiográfico: una generación de narradores de lo real propuso, en un campo atípico -el de los medios gráficos de gran tirada-, escribir una novela de la subjetividad.
Al desafiar los parámetros de la entonces exitosa no ficción realista, la crónica íntima expandió los límites de lo que se podía narrar; ensanchó el campo de intereses de diarios y revistas, muchos de los cuales dieron marco a un modo de intervención política orientada a desestigmatizar a través de diarios y partes de enfermos, a promiscuos, adictos a las drogas o el sexo, perezosos y desviados de cualquier «normalidad» en general. Entre líneas, se reveló el desplazamiento de la sociedad civil hacia las nuevas disposiciones familiares, la mediatización de la experiencia y la tecnologización de la vida cotidiana, entre otros temas.
Quizás, una función de la nueva crónica argentina haya sido devolver al sujeto la capacidad de tramar argumentos propios, de explicarse y contar lo que experimentaba, ampliando las fronteras de lo narrable a través del diario íntimo, la autobiografía, el psicoanálisis y la etnografía. Los cronistas de lo íntimo se rebelaron ante quienes pretendían preservar el dominio de las «anomalías», y buscaron desregular el sentido sobre las prácticas personales.
Hoy, la intensidad de un estado de campaña política permanente, la complejidad de la violencia a escala planetaria, la velocidad y fugacidad del soporte digital y el avance avasallante del «periodismo de datos» parecen haber expulsado la crónica íntima de los medios masivos, y ésta se refugia en los catálogos de la narrativa independiente. Vuelve la experimentación formal al territorio más permeable y posible que ofrece el soporte «libro», en formatos radicales y experimentales, que alejan a los textos íntimos del estándar más frecuentado de las tramas lineales.
La época dorada
En los primeros años del siglo XXI, la crónica íntima creció como género mediante renovados y reciclados permisos y operaciones formales. A partir de esta potente irrupción subjetiva se cuestionó una concepción de lo real como objetivo o verdadero, poniendo el énfasis en que ninguna escritura puede responder a un grado cero, y que ninguna escritura es neutra. Inclusive las que parecen ser más despojadas están persiguiendo la búsqueda de un efecto de sentido.
Tomando como hitos de inicio los primeros años de la revista Latido (dirigida por Daniel Ulanovsky Sack, 1999-2002) y las columnas de «Convivir con virus» (de Marta Dillon, en el suplemento No de Página/12) e hitos de cierre la aparición de la revista Orsai (dirigida por Hernán Casciari, en 2010) y la publicación de Cosmópolis (primer tomo de la colección Nuestra América, dirigida por María Moreno, en Eterna Cadencia, 2010), en el camino hubo una década dorada que fomentó un estallido de iluminaciones, confidencias, chismes, rumores, ensoñaciones y secretos familiares que forzaron la relación entre objeto y método imponiendo un hacer que debía sostener y contener al decir.
En ese período es cuando, localmente, el «yo» del cronista quiebra el tabú de no introducir ficción en el periodismo narrativo: empiezan a fingirse identidades a puro efecto narrativo. Así lo hicieron el periodista Emilio Fernández Cicco, convertido en actor porno para una crónica («Secretos de un pornostar», Gatopardo, septiembre de 2005), el cronista Alejandro Seselovsky, en su diario como empleado precarizado de un call center para Rolling Stone (2007) o durante su deportación de España para Orsai(en la «Crónica del deportado», 2010) y el escritor Enzo Maqueira, en el rol de un visitante a un bar leather («Sado gay, sufrir por amor», en Anfibia, 2012).
Fue tomando forma un periodismo local de la suplantación, con raíces en el llamado periodismo gonzo, que surgió en la década de 1960 con la obra del estadounidense Hunter Thompson, quien vivió 18 meses con la banda de motociclistas Hell’s Angels para escribir un reportaje para la Rolling Stone, y con un antecedente latinoamericano en las páginas hechas de representación performática de la revista colombiana SoHo, con su propio hito en la publicación del artículo «Seis meses con un salario mínimo» (de Andrés Felipe Solano, en 2007).
Son estos años de Latido, La Mujer de mi Vida, TXT, Rolling Stone hasta llegar a Orsai los que dieron cabida a ciertas crónicas que -vistas retrospectivamente- podrían ser consideradas como un movimiento. Hubo picos altos de narración de intimidad en las exploraciones sexuales de Lola Copacabana, las narraciones ensayísticas de María Moreno en El fin del sexo y otras mentiras (compilación de sus crónicas y ensayos de Las12), las reconfiguraciones de lo cotidiano en la colección In Situ (Sudamericana 2006/2007: Edgardo Cozarinsky, Alan Pauls, María Moreno, María Sonia Cristoff), lasCrónicas filosas editadas por la Rolling Stone (2007) -con Cristian Alarcón, Josefina Licitra, Pablo Plotkin, otra vez Dillon-, las crónicas de barrio de la antología Buenos Aires: escala 1.1, que compiló Juan Terranova.
Algunos hitos de esta crónica íntima masiva se pueden registrar en «Hotel de señoritas», de 2001, en la que Jonathan Rovner relató sus días alojado en un hotel de Palermo habitado por travestis para Radar, de Página/12; en la columna «Te cuento mi análisis», en 2005, que narraba el devenir por distintos consultorios de varios escritores, publicada en La mujer de mi vida; en «El humanitario negocio de vender tu cuerpo para la ciencia», de Leonardo Faccio para Etiqueta Negra, en 2008; en «La irreverente vida sexual de una señora mayor», de Esther Díaz para Mundos íntimos, en Clarín, en 2012, en la que sacó a la sexualidad de los adultos mayores de una zona de privación de deseo; en «La ceremonia del adiós», de Juan Forn en Orsai, en la que narra los días previos a la muerte de su madre, en 2013; o en «Abstinencia: una historia de amor», escrita el año pasado por Sonia Budassi en Anfibia.
Si durante la década pasada el desafío fue el intento de transgresión de los moldes del periódico y la revista de interés general a través de secciones o entregas que perturbaban los marcos frecuentes (con María Moreno y Alan Pauls en Radar; Martín Caparrós en Viva; Jorge Fernández Díaz en La Nacioón; Daniel Riera, Leila Guerriero y Javier Sinay en Rolling Stone), por estos días el tono «subjetivo de ruptura» se escapa a páginas menos expuestas, más seguras y confortables de editoriales como Marciana, Mansalva, Marea, Iván Rosado y Blatt & Ríos, según pudo comprobarse en los catálogos y stands de la reciente VI Feria de Editores.
Expresiones librescas
Ahí se dieron, últimamente, fuertes patadas al canon de la no ficción realista. En 200 ideas de libros (Iván Rosado, 2017), Mariano Blatt realiza una enumeración de ideas de futuros y poco probables títulos que van desde un catálogo razonado de etiquetas de cerveza a la historia del dengue en la Argentina. El tema del libro es el propio narrador -el editor- y su compulsión a «idear» a través de una lista que no implica personajes ni historia: sólo es una mente que elucubra títulos de libros posibles; es la revisión de sí mismo mediante un solo ángulo y, a la vez, un manifiesto a favor de la inaprehensibilidad de las (sus) ideas y anti copyright, porque después del libro cualquier editor o escritor podría utilizar esas posibilidades de obra.
En El nervio óptico (Mansalva, 2014), María Gainza dice: «Sentada ahí, en esa camioneta, practicaba mi propio surf mental.». Alterna la memoria familiar con la interpelación que producen en la narradora algunas obras, habilitando una historia del arte que avanza sin otras prerrogativas que no sean las impresiones personales. La actitud desenfadada ante la expectación -la asociación libre como motor de la trama- pone de manifiesto el abuso ideológico que hay en determinados mandatos sobre cómo se debe apreciar el arte y otros tantos preceptos que inhiben la libertad de elegir y disfrutar.
Entre otras formas recientes de textos íntimos, Liliana Villanueva plasma en Las clases de Hebe Uhart (Blatt & Ríos, 2015) un homenaje al maestro a través de una serie de mamushkas de discurso encastradas unas dentro de otras: son todas primeras personas que corresponden a la figura de Hebe Uhart: está la recreación de la voz de sus clases -de las que Villanueva participó como alumna-, pero también una manifestación más directa a través de ensayos firmados por la autora de Viajera crónica. Y, además, hay epígrafes entrecomillados con la voz rectora, para que -coralmente- se reconstruya el perfil de un personaje omnipresente y lleno de matices.
Por su parte, Notas al pie (Nacha Vollenweider, Maten al Mensajero, 2017) es una crónica gráfica que despliega la memoria de una iniciación en el contexto de una Argentina represiva a través de un texto «de verdad», que es puro efecto de realidad, vivencialidad, identificación. La autobiografía fue y sigue siendo una constante en los autores de cómic periodístico, y ésta no es la excepción. La autora no parte de una formación periodística, por lo que su acercamiento a los hechos se da a partir de herramientas creativas: la unión de cómic y periodismo narrativo tiene un gran potencial comunicativo, mediante la combinación original de tiempo e imágenes en un relato de cuadros discontinuos.
La historia de Vollenweider plantea un doble acceso -como crónica o ficción- a partir de un juego de identificación entre autor, narrador y personaje, en otro intento de hacer estallar las fronteras entre los géneros y de tensar los límites hasta saber si existe una clasificación que los mantenga vigentes. Esta obrase inscribe en un proceso colectivo de emancipación subjetiva a través de la palabra y el dibujo: hay cuerpos rebelados, mandatos transgredidos, familias elegidas, belleza en lo abyecto, adolescencia tardía, lucha contra la enfermedad, militancia en el «yo».
Es la gran ciudad narrada con las técnicas de los nuevos géneros del periodismo gráfico latinoamericano, con el estilo de los escritores que están cambiando las reglas de la narración de realidad del siglo XXI.