Lunfardo: historia y origen.

El lunfardo es una jerga que surgió entre las personas de clase baja en la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Con el paso de los años, numerosas palabras y expresiones del lunfardo se incorporaron al habla coloquial de Argentina.

La llegada masiva de inmigrantes europeos a Buenos Aires, sobre todo españoles e italianos, fue propiciando el avance del lunfardo, que ya en sus inicios también irrumpió en Rosario y en la ciudad uruguaya de Montevideo. En un principio era un lenguaje usado por delincuentes y luego fue extendiéndose entre los sectores de clase baja, incluso formando parte de obras literarias de varios géneros, como ser la poesía y, por su puesto, de letras de canciones. Finalmente el lunfardo llegó a la totalidad de los estratos sociales.

Tanto Buenos Aires como Rosario y Montevideo se encontraban en un momento muy similar desde el punto de vista sociocultural, en gran parte a causa de su actividad portuaria y al volumen considerable de inmigración de varias partes de Europa que tuvo lugar a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Dicha afluencia de personas de diferentes países europeos se concentró sobre todo en el Río de la Plata, donde también la economía creció especialmente para Argentina y Uruguay.

El tango, en este marco, cumplió un rol importante en la expansión del lunfardo. Muchas de las canciones más populares del género incluyen términos y locuciones de la jerga que se popularizaron y se sumaron al lenguaje convencional.

En el desarrollo del lunfardo se conjugan la mezcla de idiomas conocida como cocoliche; la alteración de sílabas para formar nuevas palabras; y el habla gauchesca, por ejemplo. También se incorporan términos de lenguas aborígenes como el guaraní y el quechua.

El escritor y ensayista argentino Mario Edigio Teruggi señala que el lunfardo se compone de términos y expresiones que no figuran en los diccionarios normales de castellano ya que son parte de un habla «subestándar» que no debería mezclarse con el habla culta.

En la actualidad, muchas décadas después del nacimiento y del auge del tango, el lunfardo sigue presente en la sociedad, más presente en ciertas regiones que en otras, más fácil de detectar en ciertos estratos que en otros, pero sigue allí.

Más allá de la herencia de términos extranjeros, no debemos olvidar que el castellano de Argentina y Uruguay difiere mucho del que se habla en España, dada la mezcla cultural que se produjo a partir de la Conquista. Esto siempre ha trazado una línea divisoria y es en parte gracias al lunfardo que en estos países el habla pudo encontrar su propia identidad.

Argentina siempre ha sido un país con una gran variedad cultural y racial. El lunfardo es una de las formas en las que se manifiesta dicha fusión: como otros de sus rasgos, este conjunto de palabras nació de la llegada de nuevas culturas y se consolidó cuando las aceptó como partes esenciales de su estructura.

En el año 1878 el diario La Prensa publicó un artículo de título «El dialecto de los ladrones», en el cual se listaban veintinueve palabras propias del habla de Buenos Aires en aquel momento y se incluía «lunfardo» con el significado de «ladrón».

El tango tuvo a su gran poeta del lunfardo, que fue Celedonio Esteban Flores. En muchos de sus versos se expresa en ese lenguaje, con el talento que le caracterizó. Incluso Edmundo Rivero, que lo admiraba, en su etapa de solista llevó al disco muchos de sus temas. Juan D’Arienzo utilizó también a letristas de mucha capacidad para versear en lunfardo, como Carlos Bahr o el mismo Carlos Waiss, que lograron temas muy rentables y populares.

El ciruja simboliza magistralmente el buen uso poético del lunfardo, trasladado al tango. Los versos le pertenecen a Francisco Alfredo Marino y la música es de Ernesto De la Cruz. Una sociedad perfecta para este tango que grabó Gardel en 1926 con la guitarras de José Ricardo y Guilllermo Barbieri.

Como con bronca y junando

de rabo de ojo a un costado,

sus pasos ha encaminado

derecho p’al arrabal.

Lo lleva el presentimiento

de que, en aquel potrerito,

no existe ya el bulincito

que fue su único ideal.

En esta pintura genial Marino nos muestra al hombre que sale de la cárcel, con mirada desconfiada, buscando  aquella casita donde vivía y hacía el amor con la moza que le sacaba dinero por ello.

Recordaba aquellas horas de garufa

cuando minga de laburo se pasaba,

meta punguia, al codillo escolaseaba

y en los burros se ligaba un metejón.

Cuando no era tan junao por los tiras

la lanceaba sin tener el manyamiento,

una mina le solfeaba todo el vento

y jugó con su pasión.

La descripción es perfecta. No trabajaba, se dedicaba a punguiar (robar), jugaba por dinero a los naipes, a las carreras de caballos… Los tiras (los policías) todavía no le habían echado el ojo y el dinero que conseguía con sus delitos y vicios, se lo llevaba la mujer de la cual estaba enamorado.

Era un mosaico diquero

que yugaba de quemera,

hija de una curandera,

mechera de profesión:

pero vivía engrupida

de un cafiolo vidalita

y le pasaba la guita

que le shacaba al matón.

Marino la pinta como un mosaico diquero, o sea: una moza ostentosa, que se pavoneaba y que hurgaba en los restos de basura que se amontonaban en la Quema. Su madre era ladrona, robaba en las tiendas y la moza estaba enamorada de un cafiolo (proxeneta), que se quedaba con el dinero que ella le limpiaba al protagonista.

Frente a frente, dando muestras de coraje,

los dos guapos se trenzaron en el bajo,

y el ciruja que era listo para al tajo,

al cafiolo le cobró caro su amor…

Hoy, ya libre’e la gayola y sin la mina,

campaneando un cacho’e sol en la vedera

piensa un rato en el amor de la quemera

y solloza en su dolor.

En duelo criollo a cuchillo, mató al que explotaba a su amada, y purgó su pena en la cárcel por ello. Y ese final del tipo derrotado «campaneando un cacho’e sol en la vedera» (es invierno y se asoma a un poco de sol en la vereda para calentar su cuerpo envejevecido), es la culminación genial del poema lunfa de Francisco Marino.