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Las historias detrás de la increíble muestra homenaje a los grandes hitos de la fotografía mundial

Doisneau, Arbus, Ródchenko y Brassaï son solo algunos de los grandes artistas que son reinterpretados por la fotógrafa francesa Catherine Balet, quien usó al argentino Ricardo Martínez Paz como modelo para su ambiciosa exposición que se presenta en FoLa

Como el Picasso que retrató Robert Doisneau en 1952
Como el Picasso que retrató Robert Doisneau en 1952

La palabra homenaje resulta un poco torpe a la hora de definir el conjunto de obras que cuelgan de las paredes del FoLa. La muestra se titula Looking for the masters in Ricardo´s golden shoes y busca emular las grandes obras de la historia de la fotografía. Una exposición extranjera, sí, aunque el protagonista, el modelo, la persona que posa en cada una de las imágenes, es argentino. Se llama Ricardo Martínez Paz, nació en Pringles, al sur de la provincia de Buenos Aires, pero vive en Francia, en París específicamente, hace más de treinta años. La persona que hizo cada una de las imágenes que cuelgan de las paredes es Catherine Balet. Son amigos y esa amistad es la que los llevó a trabajar cada una de las representaciones —remakes, dirían en el cine— de las fotos más icónicas del mundo.

“La de Picasso ya la vi hasta en la sopa”, dice Ricardo y se echa a reír. Es la imagen que lo desencadenó todo. Su parecido con el cubista español es notable. Eso le decía todo el mundo. “Sos igual, sos igual”. La foto original la hizo Robert Doisneau y es de 1952. Picasso está sentado frente a un plato vacío, esperando que esté la cena. Una serie de panes están dispuestos sobre el mantel dando lugar a que se confundan con sus dedos. Él mira hacia su izquierda, seguramente hacia la ventana, de la misma manera que lo hace Ricardo, sesenta y pico año después. La epifanía ocurrió en 2013, una mañana de verano en Arles, durante el famoso festival fotográfico Les Rencontres photographiques.

Ricardo Martínez Paz, un joven dandy de 73 años, cuyo parecido con Picasso es sorprendente, está sentado adelante de unos panes. Lleva una camiseta de rayas marineras y su aspecto es algo evasivo. Catherine Balet lo mira y recuerda al Picasso de Doisneau. Entonces corre a su bolso, saca su cámara, le dice que no se mueva —”no te muevas, no te muevas”—, apunta, hace foco y dispara. Le muestra lo que acaba de tomar y ambos quedan maravillados, varios segundos, mirando la pantalla en el reverso de la cámara. Luego la bajarán a un iPad y verán en mejor tamaño el primer escalón del largo camino que transitarían. Uno de esos escalones, muy lejano al inicial, pero también lejano del último, es este, hoy, octubre de 2019, FoLa, presentando esta muestra en Argentina.

Representaciones de una foto de Nadar en 1864 y una de August Sander de 1914

Catherine Balet sonríe con timidez. Tiene unos anteojos de marco oscuro, un flequillo pomposo y los labios pintados. Ricardo Martínez Paz es un dandy excéntrico de traje floreado y manos delicadas como un maniquí. Su edad parece una broma: tiene 79 años. Comenzamos la recorrida por la muestra y a la izquierda, la primera imagen emula el primer autorretrato de la historia: Robert Cornelius, 1839. “Catherine hizo la fotografía y después la imprimió en metal, como era en la época. Está rayado para que dé ese efecto”, cuenta Ricardo, y ella agrega: “La idea fue lograr la textura original, entonces imprimí sobre metal y luego pinté. Trabajo con Photoshop: el proceso tiene mucha posproducción”.

Martínez Paz nació en General Pringles el 9 de agosto de 1940. Su infancia y adolescencia transcurrieron como un péndulo entre el campo y la ciudad hasta que finalmente se inclinó por lo urbano. Hizo teatro y dramaturgia hasta que partió a Buenos Aires en 1960 cuando murió su madre. Se metió de lleno en el mundo del arte, la literatura, la bohemia. En 1977 viajó a París donde ocurrió el flechazo. Su primer trabajo fue como asistente de escena en la pieza Etoile du nord. Luego viró al periodismo de espectáculo, los chimentos y la moda hasta que su excentricidad lo dejó en la puerta de las agencias de fotos. Desde los noventa, ese es su terreno.

“Nos conocimos hace más de veinte años. Yo era director artístico de una agencia de fotos, en la época de las agencias de fotos, y Catherine era fotógrafa así que nos conocimos así”, cuenta. Ella, por su parte, empezó su carrera desde una lateralidad que no lo sería tanto: la pintura. Se graduó en Bellas Artes en la Ecole des Beaux-Arts de París, y desde principios del 2000 inició la pasaje de los cuadros impresionistas a las fotografías sociológicas. Identity y Strangers in the Light son dos de sus series más famosas, y en Moods in a Room desdibuja la frontera entre la fotografía y la pintura.

Representación del primer autorretrato: Robert Cornelius, 1839

Podría decirse que Ricardo y Catherine son una dupla graciosa. Se tocan, se ríen, se pelean, se vuelven a tocar. “¿Querés hablar en francés y yo le traduzco?”, se ofrece él. «Oui», dice ella y se lanza a responder en su idioma natal. Luego él traduce. “Fue una cosa natural. No es que lo elegí, que pensé que él tenía que ser, mi modelo preferido. Después sí se convirtió en mi modelo preferido. Al principio no teníamos ni idea qué queríamos hacer. De la selección que hizo, muchas fotos las descartamos porque eran demasiado complicadas, pero después el proyecto se fue agrandando y agrandando. Miralo. Él es muy dúctil. Su piel, su rostro… mirá sus manos, son increíbles. Es un modelo muy interesante para cualquier fotógrafo».

“Ella sacó muchas cosas de mí que no estaban. Yo jamás pensé en vestirme de mujer y mirá”, dice y señala la foto donde posa como George Sand —pseudónimo de la escritora Amantine Dupin— tomado por Nadar en 1864. Luego, al paso, mira otra foto y dice: “El desnudo lo hice a lo último. Yo decía: ‘no, esa foto no, esa foto no’”, y se ríen cómplices los dos. “Los amigos nos decían que hagamos más. Tendríamos unas doce fotos. Entonces en el verano de 2013 nos fuimos cada cual por su lado con la idea de pensar fotos. Ella a Inglaterra, yo a Italia. Nos encontramos en septiembre en un bar de París donde íbamos siempre, porque vivimos en el mismo barrio, y Catherine me dice: ‘¿nos vamos a Deauville?’ ‘Ok’. Y salimos a Deauville para hacer fotos en la playa”.

Ricardo es «La Môme Bijou, Bar de la Lune» de Brassaï de 1932

Si este proyecto fotográfico fuera una película documental, muchos de los giros narrativos ocurrieron en un tren. En enero de 2014, por ejemplo, cuando Catherine iba de camino a Inglaterra, se cruzó al director del Festival de Arlés en uno de los vagones. El proyecto estaba bastante avanzado pero atravesaba una meseta. Se acerca, conversa y le muestra las fotos. Queda maravillado. “¿Cuántas podrás tener en julio?” Quería hacer una proyección para el festival. “Aunque no llegamos, eso nos dio una energía extra para ponernos a trabajar”, cuenta Catherine.

“¿Te molesta si mando una foto a un concurso de Londres?», le preguntó Catherine a Ricardo un día. La idea era empezar a dar a conocer el proyecto que aún estaba en plena construcción. Ya tenían el rumbo claro, la cuestión era escalar a plena motivación. Eligieron un retrato de Diane Arbus de 1966 donde Ricardo es la joven trans con ruleros en la cabeza y cigarrillo en mano que mira a la cámara. Sin dudas, una de las más logradas de esta serie. Finalmente quedaron seleccionados y viajaron a Londres a la exposición de las sesenta fotos finales.

Ahora, en FoLa, Ricardo cuenta: “Cuando la presentamos en Londres me preguntaban si yo era esa persona, porque las edades dan. Y que era el mismo gesto, el mismo dolor de la foto”. Y Catherine confiesa: “Los retratos de Diane Arbus me tocan, me emocionan, son muy humanistas. Cuando la terminamos de hacer terminamos los dos muy melancólicos”.

Representaciones de “Madre” (1924) de Aleksandr Rodchenko y de la famosa foto de Annie Leibovitz donde posan Yoko Ono y John Lennon

El regreso a París desde aquella exposición en Londres fue en tren, el vehículo de la suerte. Corría noviembre de 2014. “Subimos y estaba Martin Parr con un fotógrafo amigo. Le mostramos en el iPad la foto que hicimos basada en la suya. Le encantó. Dijo: ‘¿Puedo seguir mirando?’ Le encantó, y nos invitó a un festival de libros y fotos que él hace en Bristol con todos sus amigos ingleses y toda la crema de allá. Eso también nos dio coraje para seguir haciendo fotos”, cuenta Ricardo.

Finalmente fueron a la ciudad británica de Bristol en mayo donde les propusieron un juego. Proyectaron en una pantalla gigante las imágenes y la gente tenía que adivinar quién era el fotógrafo original de la foto. «Fue increíble porque la gente se empezaba a reír, les daba gracia. Hay fotos que son angustiosas y otras que te dan ganas de reír. Fue muy hermoso lo que pasó ahí. Ahí también Catherine encontró editor, así que ya empezaba a construirse el mundillo», cuenta Ricardo.

¿Cómo tomarse con seriedad la idea del homenaje? ¿Acaso es una homenaje o se trata, en realidad, de una recreación, una resignificación, un eslabón más en la cadena de sentido? “Yo soy una artista muy personal —responde Catherine— y en un momento me preguntaba: ¿los estoy copiando? También me pregunté si era importante hacer un homenaje a los maestros, y sí, claro que sí; es importante pisar el freno un momento y pensar quiénes son los que construyeron la historia de la fotografía, esa que hoy tanto utilizamos y admiramos”.

Reversión de «El pequeño parisino» de Willy Ronis de 1952

Cuando era chico, Ricardo decía que no quería ser una persona, sino una fotografía en blanco y negro. Ahora, frente a las obras que cuelgan en FoLa, es un hecho: su pase a la inmortalidad ya está decretado. «Esa foto para mí es como el chico que yo soy aún con la edad que tengo. Yo siempre llevo un niño adentro”, dice mientras pasamos frente a la reversión de El pequeño parisino de Willy Ronis de 1952. “Como yo soy muy esteta, esta foto me encanta. Además Anders es un fotógrafo maravilloso”, comenta sobre la que emula a Jóvenes agricultores de August Sander de 1914.

A Catherine le gusta mucho Saul Leiter, un fotógrafo norteamericano que también es pintor, como ella. Por eso este tributo. “Esta me gusta mucho por el tratamiento del color. Tuvimos muchos momentos mágicos en el proyecto, y este es uno de ellos, con todas esas personas que estaban ahí, son como personajes de los años cincuenta”, cuenta, y Ricardo agrega: “Catherine estaba afuera y me escribía al teléfono cómo posar. Tenía que pedir un café, y me equivoco y pido un cortado, entonces le pedimos a la pareja de al lado que me lo cambie para la foto”.

“Cada uno tiene su recuerdo. Hay una foto en que ella me dice siempre: ‘no’. Para mí es de una manera y para ella de otra”, dice Ricardo entonces las historias se bifurcan. Hay coleccionistas que tienen las originales de los artistas reversionados que compraron estas fotos. Por ejemplo, el que tiene la de Picasso, también tiene la de Balet. “Un día fuimos a verlo al bisnieto de Anders a Paris Photo con el libro para que él vea la foto de Catherine. Entonces nos lleva adonde él tenía su colección de cuadros y estaba la obra original, así que hicimos una foto con el libro y con la original”, recuerda.

A la foto de Brassaï —donde Ricardo es una señora llena de joyas y oscuridad de los años treinta— la hicieron en un bar —el original no existe más— “que tenía el mismo decorado. Nos dijeron que vayamos a las nueve de la mañana porque entraba la gente a almorzar. Así que fuimos a esa hora con nuestra maquilladora, una japonesa maravillosa que conseguí, me preparó todo en casa, fuimos y en media hora hicimos la foto”, cuenta Ricardo. Además de las casi sesenta imágenes, hay una vitrina con el par de zapatos dorado que el modelo suele usar. Marca registrada.

Versión de una foto de Saul Leiter

Dos amigos divirtiéndose. Eso son Catherine Balet y Ricardo Martínez Paz cuando se juntan. Se tocan, se ríen, se pelean, se vuelven a tocar. “Nosotros no le pedimos permiso a nadie. Hicimos todas las fotos pensando que por ahí se nos iba a venir todo el mundo encima. Y todos se lo tomaron bien”, cuenta ella con más sorpresa que orgullo. “Esta es una historia de amor y encuentros”, resume él, porque estas obras de arte ya no son sólo eso, al menos para ellos; ahora están cargadas de experiencia, de anécdotas, de sensibilidad. Y ya casi que ni les pertenecen.

Ahora, mientras se paran en medio de una de las dos salas donde está montada la muestra, se sienten extraños. Quizás ya estén pensando en hacer nuevas fotos. Quizás ya estén listos para subir al siguiente escalón. Su propia excentricidad se los pide. Saludan con mucha amabilidad —sus sonrisas son como la del niño parisino de Willy Ronis— y se saltan adentro de una de las fotografías. Quizás, allí, las ideas fluyen mejor.

* “Looking for the masters in Ricardo´s golden” de Catherine Balet shoes se puede visitar hasta el 1 de marzo de 2020 en FoLa (Fototeca Latinoamericana), Godoy Cruz 2620, Ciudad de Buenos Aires.

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