En la Argentina viven una estoniana que escribe en el chat de mamis en un rioplatense enrevesado y un pakistaní que huyó de una estructura familiar agobiante, se refugió en Once y vende alfombras y túnicas. También hay un comerciante que vino desde los Pirineos y descubrió el poder que puede tener un soborno cotidiano en el conurbano bonaerense, y un joven de Azerbaiyán que subtitula telenovelas turcas para audiencias chilenas desde el living de su casa en la provincia de San Juan.
Son apenas algunos casos de una lista mucho más larga. Desde 2012 hasta marzo pasado hubo 800.161 inmigrantes de 160 naciones que obtuvieron la radicación temporaria en la Argentina. Los primeros lugares están dominados por personas que nacieron en países de la región , que concentran el 90% de los formularios que se llenaron en la Dirección Nacional de Migraciones, un grupo encabezado por paraguayos y bolivianos. De manera mucho más silenciosa papuanos, turcomanos y malgaches son los gentilicios que completan el porcentaje restante.
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La ciudad y la provincia de Buenos Aires concentran al grupo más grande de inmigrantes en el último tiempo. Allí se radicaron unas 665.000 personas. Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Misiones y Salta completan los siete destinos más tentadores para quienes vienen de afuera, pero en total solamente suman 76.800 extranjeros.Entre los solicitantes de la residencia temporaria hubo casi 19.000 personas que vinieron a trabajar, 16.000 que acompañan a su familia y 12.500 estudiantes. También hay madres, comerciantes y cónyuges que llegaron de países del este de Europa, del sur de Asia y de islas del Pacífico.
Dos miradas sobre la informalidad
Son 11 las personas de Estonia que solicitaron la residencia permanente desde 2012. La nación del este de Europa tiene un tercio de la población de la Ciudad de Buenos Aires y en los últimos años se destacó por sus avances en ciudadanía digital. Su DNI con chip y su declaración de Internet como derecho humano la convirtieron en el paraíso de los fanáticos de la tecnología. Es comprensible, entonces, que una de las primeras quejas de Onneliis Telgma sea la burocracia local. Esta ama de casa de 28 años vive en Palermo con dos hijos que tuvo con un argentino.
Onneliis Telgma, de Estonia, conoció a su expareja argentina en Estados Unidos Onneliis Telgma, de Estonia, conoció a su expareja argentina en Estados Unidos
El amor le ayudó a conseguir su residencia permanente hace seis años. Como otros 180.042 inmigrantes con historias similares desde 2012, aprobaron su trámite rápidamente porque en la casilla «motivo de radicación» marcó la opción «familiar argentino». Ingresar como turista y tener hijos o cónyuge locales es una de las maneras más simples de obtener la residencia. Es también el camino que siguió David Edfra, que prefiere no revelar su verdadero nombre porque teme que aparecer en una nota periodística afecte su negocio, donde no faltan las informalidades. Se trata de uno de los cuatro andorranos que solicitaron vivir en la Argentina.
Las historias de Telgma y Edfra están atravesadas por distintas caras de la informalidad presente en la economía cotidiana. Aun con papeles, la estoniana dice que se encontró con muchas frustraciones en el ámbito laboral. Trabajó un tiempo en la gastronomía de manera informal, por lo que le fue imposible abrir una cuenta bancaria y obtener tarjetas de crédito, dado que no podía demostrar ingresos.
A Edfra, en cambio, le sirvió la tolerancia doméstica a ciertas irregularidades. Por ejemplo, estuvo tres años sin tramitar la residencia. Cuando la tuvo, abrió un comercio en la zona sur del Conurbano, pero luego se mudó al oeste junto a su novia. «Acá hay muchas leyes, pero pocas que se cumplen. Para tener un negocio en Andorra, tenés que jugar la Champions League, porque vienen 25 inspectores y lo de la coima no existe», insinúa.
Emprendedores de importación
Para encontrar más historias de la inmigración silenciosa hace falta mirar de cerca las vidrieras de Buenos Aires. Entre restaurantes con chefs cameruneses y peluquerías de dominicanos, también hay tiendas de especialidades con banderas de puntos lejanos de Asia. Una de ellas es La Casa de Pakistán, en Once.
En una escenografía hecha de alfombras y vestidos típicos está uno de los nueve pakistaníes que cruzaron a la Argentina en los últimos seis años. Desde la mirada de sus compatriotas, Muhammad Faisad es un rebelde. Escapó del mandato musulmán del jefe de familia por el que todas las personas que viven en un hogar deben responder al patriarca, que recibe el dinero de los integrantes que trabajan y reparte discrecionalmente los recursos entre sus hijos y esposa.