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La caída del Muro de Berlín: la “franja verde” en la cortina de hierro

El Muro de Berlín, caído hace ahora 30 años, encarnó el peor símbolo de la Guerra Fría, pero el telón de acero que dividía Europa entre el mundo occidental y la esfera soviética se plasmaba mayormente en una gran frontera fortificada que separaba las dos Alemanias. A lo largo de 1.393 kilómetros, desde el mar Báltico hasta Baviera y el confín checo, la comunista República Democrática Alemana (RDA) montó a partir de 1952 una barrera infranqueable para impedir que sus ciudadanos se pasaran a la Alemania occidental: vallas de alambrada, fosos, torres de vigilancia, campos minados, y soldados de frontera con instrucciones de disparar a los fugitivos.

Tantos decenios de aislamiento convirtieron esa franja despoblada de la zona germanooriental –de una anchura en torno a los 500 metros– en un refugio natural para animales y plantas. Saltamontes, libélulas, liebres, ranas, nutrias, ciervos y gatos salvajes hallaron un espacio tranquilo. Entre las plantas, destaca la presencia en algunos tramos de unas raras orquídeas. En total, unas 1.200 especies en peligro de extinción hallaron cobijo en la franja.

“Esto era una zona restringida y peligrosa para la gente, ahora debido a eso está llena de vida animal y vegetal”, dice Olaf Olejnik, de 50 años, apasionado de los pájaros, que en 1989 era un soldado de la RDA destinado en la frontera junto Salzwedel, localidad del land de Sajonia-Anhalt, en el norte del país. Lo que hoy es Sajonia-Anhalt era parte de la RDA. En un día soleado y frío de finales de octubre, caminamos por el mismo terreno donde Olejnik prestaba entonces servicio militar.

“Yo era soldado conductor; a la primerísima línea de frontera sólo enviaban a soldados muy formados, con expediente político impecable”, aclara. El servicio era de 18 meses, pero él sólo cumplió 14, pues le licenciaron al desmoronarse el sistema. Entonces estudió para aparejador, y durante años construyó casas en su Salzwedel natal.

Aunque no lejos se divisa una carretera, se respira calma en este lugar. “Las grullas se marchan ahora a Extremadura, hasta febrero; luego regresarán”, señala Olejnik. En la antigua frontera vuelan a su antojo muchas aves, entre ellas pajaritos cada vez más escasos en Alemania, como la tarabilla norteña o el alcaudón dorsirrojo. Ornitólogos de la RFA habían avistado esa riqueza natural en los años setenta mirando hacia la RDA con prismáticos. Y a finales de 1989, expertos del este y del oeste se conjuraron para preservarla, a través de una organización ya existente, la Federación para el Medio Ambiente y la Conservación de la Naturaleza de Alemania (BUND, por sus siglas en alemán).

Un grupo de jóvenes salta el Muro hacia Berlín oeste en julio de 1989.
Un grupo de jóvenes salta el Muro hacia Berlín oeste en julio de 1989.

Bautizaron la franja como Grünes Band (cinta verde), y lograron que las autoridades les confiaran las tierras no reclamadas por dueños expropiados por la RDA. También han comprado algunas tierras. Parte de esa frontera ha sido designada zona protegida por dos länder de la antigua RDA: Sajonia-Anhalt decidió en octubre preservar así sus 343 kilómetros, y Turingia lo hizo el año pasado con sus 763 kilómetros. BUND espera que los otros siete länder (tres orientales y cuatro occidentales) por donde pasa la cinta verde se sumen también.

“En Alemania, la protección de la naturaleza es competencia de los länder; por eso es importante que todos participen”, dice más tarde Dieter Leupold, vicepresidente de BUND para Sajonia-Anhalt, en la oficina de Salzweder, en la que también trabaja Olejnik. Hace poco les visitó una delegación de Corea del Sur. “Querían conocer nuestra experiencia para aplicarla algún día a la zona desmilitarizada entre las dos Coreas –cuenta Leupold–. Pero su caso será distinto, pues su zona es más ancha, 4 kilómetros, y pueden haberse instalado más animales”.

Foto de archivo tomada el 18 de julio de 1986 de una vista general de Berlín dividido cerca del «checkpoing Charlie» en Berlín (Alemania).
Foto de archivo tomada el 18 de julio de 1986 de una vista general de Berlín dividido cerca del «checkpoing Charlie» en Berlín (Alemania).

Aparte de su valor como naturaleza, en torno a la Grünes Band hay vestigios del telón de acero (torretas, búnkeres …), que pueden verse siguiendo rutas a pie o en bicicleta.

Esa frontera interalemana causó también muchas muertes. Una investigación del 2017 de la Universidad Libre de Berlín (FU Berlín) documentó 327 muertos a lo largo de esa frontera, pero los expertos creen que hubo hasta 1.500 víctimas. Murieron por disparos de la guardia, pisaron minas, o se ahogaron en aguas fronterizas, y algunos eran alemanes occidentales. El fallecido de más edad fue un agricultor de 81 años de Baja Sajonia –land occidental limítrofe con Sajonia-Anhalt– que pisó una mina en 1967.

Los expertos de la FU Berlín investigan también unos 200 suicidios en la tropa de frontera, 44 de ellos relacionados con el servicio. Había en la RDA soldados valerosos que intentaban disimular y no disparar contra civiles a la fuga, pero la presión de la cadena de mando era terrible. La instrucción de disparar no fue revocada hasta abril de 1989, siete meses antes de la caída del muro de Berlín. Las minas dejaron de usarse a inicios de los años ochenta.

El esquema de frontera de la RDA incluía: una alambrada de dos metros de altura, un foso para evitar que vehículos intentaran cruzar a toda velocidad, y una zona arenosa que era rastrillada para detectar huellas, todo ello en una franja de alta seguridad de unos 500 metros, y una amplia área interna de 5 kilómetros de acceso muy restringido.

Había torres de vigilancia cada medio kilómetro, y a una de ellas –la mayoría fueron demolidas– subimos a otear lo que era frontera y hoy es franja verde. “Un oficial al mando de 10-15 soldados era responsable de vigilar una sección de 15 kilómetros –explica Olejnik–; pero en esa época no patrullaban, había sistemas de señalización electrónica, y si había alerta, enviaban a una patrulla”. Él mismo fue enviado una vez como conductor a un arresto. “Era agosto de 1989; un antiguo soldado que conocía el sitio intentó subir por la alambrada y se cayó, se escondió en el foso, pero le encontraron –recuerda–. Ni él ni nosotros podíamos imaginar que pocos meses después no haría falta escapar…”.

 

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