La tensión en la península se reavivó con las advertencias de Kim Jong-un sobre un posible ataque nuclear, pero siguen latentes desde la guerra de hace más de medio siglo
La guerra entre Corea del Norte y Corea del Sur no terminó. Al menos, técnicamente. Si bien hace años que no hay ataques ni bombardeos ni desembarcos, la paz nunca se firmó. Y eso se siente.
Aunque en el pasado supieron ser un único territorio, las ambiciones propias y ajenas despertaron en los dos pueblos una enemistad que lleva más de seis décadas y que marca una tensión que se centra en pocos metros cuadrados pero se extiende por más de diez mil kilómetros, hasta Washington .
En las últimas semanas, el líder de Pyongyang, Kim Jong-un , demostró que su país tiene arsenal nuclear y que no teme en ponerlo a prueba para defenderse de quien sea. La violencia parece volver el tiempo atrás y recordar aquellos años en que la zona era zona de combate total, en que murieron dos millones y medio de personas.
Cuando las dos eran una
La historia es vieja. Los primeros registros de un lugar llamado Corea están fechados en el 938 después de Cristo. Era un mundo de imperios más que de países. En este lugar llamado Corea, de más de 220 mil kilómetros cuadrados, convivían los habitantes de este pueblo milenario antiquísimo, con más cosas en común que diferencias y bajo las órdenes de la dinastía Joseon, que respondía a la dinastía Qing de China .
Era una sociedad preindustrial aislacionista que tenía prohibido el comercio exterior. Era un territorio codiciado. El imperio de Japón tenía una voluntad expansionista y veía en este lugar llamado Corea un oportunidad ideal. En 1910 se metió de lleno en sus tierras, sometió con su fuerza a sus ciudadanos y tomó el control de la vida diaria, del trabajo, del lenguaje, de la vestimenta y de las costumbres.
Japón impuso en Corea un sistema colonial mercantilista de extracción y explotación de los recursos naturales, y duras penas a los coreanos que no se comportasen como ellos querían: los castigaban, los violaban, los saqueaban, los obligaban a trabajos forzosos, los mataban de hambre.
Fueron 38 años de martirios que dieron espacio a un sentimiento nacionalista nunca antes visto en Corea. En 1948, la derrota del imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial terminó también con sus conquistas. Japón no tenía fuerzas para defender nada. Entonces, los aliados tomaron el control y a dividieron a Corea en dos para que nadie se ofendiera: el norte quedó para la por aquella época Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); el sur, bajo la órbita de Estados Unidos.
La ruptura
El paralelo 38. Esa fue la línea divisoria que separó aquel lugar llamado Corea en dos. Cuando sintieron que era tiempo de dejarlos solos, los soldados soviéticos y los estadounidenses volvieron a sus casas.
El norte y el sur crearon dos estados soberanos en medio de la Guerra Fría. Cada uno con su ideología, la que había heredado de su protector. El 15 de agosto de 1948, se creó al sur la República de Corea, un país proveedor de alimentos y dirigido por el proestadounidense Syngman Rhee. Días después, el 9 de septiembre, nació la República Democrática Popular de Corea, un país dedicado a la industria del acero y la química, comandado por la dinastía de Kim Il-sung.
El norte se regía por el comunismo de la URSS; el sur, por el capitalismo de EE.UU.; los dos eran gobiernos autoritarios y querían lo mismo: recuperar el terreno dividido y mandar en ambas mitades.
El 25 de junio de 1950, las dos Coreas entraron en guerra. La República Democrática Popular de Corea (mejor conocida como Corea del Norte) contra la República de Corea (mejor conocida como Corea del Sur); el Oriente contra Occidente; el comunismo contra el capitalismo.
En medio de la Guerra Fría ya instalada, este conflicto bélico abría un nuevo campo. Había que actuar. Estados Unidos no dudó: al poco de enterarse de que las tropas del norte habían cruzado el paralelo 38, mandaron soldados a luchar. China no se quedó atrás. La aliada histórica de Rusia, quien apoyó la guerra pero no con soldados, decidió que era tiempo de defender al norte.
Fueron tres años de violencia en los que se estima cerca de un millón y medio de norcoreanos perdieron la vida; como también 778 mil surcoreanos. Además, murieron 54 mil soldados estadounidenses y 180 mil chinos.
Sin cambios a la vista, el 27 de julio de 1953 se firmó el Armisticio en Panmunjong, un documento que puso fin a las hostilidades. Aunque no fue un tratado de paz, la batalla terminó allí y la situación geográfica quedó igual.
Dos Coreas: una al norte y otra al sur del paralelo 38. Desde hace 69 años.
«Desde el fin de la guerra los países viven en tensión de manera particular. En Corea del Sur no pasa nada. La prensa internacional está asustada por una posible guerra nuclear y ahí la gente nada. Nunca desemboca en algo grave y se cree que no va a desembocar. Además, ellos son un mismo grupo étnico, tienen una identidad fuerte, en los 70 los autoritarismos en ambos países impusieron la idea del pueblo coreano. Hay cierta hermandad en el imaginario», comentó en diálogo con LA NACION Pilar Álvarez, quien vivió 6 años en Corea del Sur, es investigadora del Conicet y experta en historia política de Corea.
La vida separada
La barrera que funciona de frontera no es más grande que la de un andén y pasa por la mesa de reuniones. Cuando se juntan las autoridades de las dos Coreas, cada uno habla desde su país. Al otro lado no se pasa. Es un territorio chico que genera una controversia enorme porque, técnicamente, la guerra sigue.
Si fuera todo un país, Corea limitaría al noroeste y al oeste con China, apenas al noreste con Rusia y estaría separada de Japón al este por un estrecho y un mar.
Del paralelo 39 hacia arriba, viven 25 millones norcoreanos bajo una dinastía y solo 3 millones tienen celular. Allí las comunicaciones son controladas, como también la navegación en internet. El acceso a un auto propio no es sencillo y su economía está principalmente manejada por la industria del carbón. Tiene el cuarto Ejército más grande de todos, dirigido por la dinastía Kim.
Del paralelo 39 hacia abajo, viven 50 millones y las comunicaciones son libres y gobierna un presidente que se elige en una votación. Aunque no ajeno a problemas (la destitución de la presidenta Park Geun-hye por corrupción es buen ejemplo), su economía no para de prosperar porque el país, Corea del Sur, se convirtió en los últimos años en uno de los productores más importantes del mundo.
«Muchas de las imágenes que circulan son del peor momento de Corea del Norte, la década del 90, cuando se cortaron los subsidios y el país no pudo sostenerse y llegaron las hambrunas. Pero eso ya pasó. Pyongyang se recuperó. Hay inversiones, se trata de implementar una economía mixta, un socialismo de mercado al estilo chino. Por eso, esta crisis encuentra a una Corea del Norte mejor posicionada», aseguró Álvarez.
El rol de EE.UU.
Los insultos que se dijeron en las últimas semanas el presidente Donald Trump y el líder Kim Jong-un no son novedad sino parte del pasado. La tensión entre ambos países fue en momentos más visibles, en otros no tanto, pero estuvo siempre porque EE.UU. fue la razón por la que Corea del Norte no ganó la guerra.
Cuando en 1953 los dos bandos decidieron terminar con la lucha armada, el documento oficial para que la paz entrara en vigor fue firmado por Corea del Norte, representado por las autoridades de Corea del Norte, y por Corea del Sur, representado por las autoridades de Estados Unidos.
Así de profundo es el vínculo de Washington con Corea del Sur. Así se entiende la rivalidad con el norte. En los comienzos de la república popular, el por entonces presidente de EE.UU., el demócrata Harry Truman, vio en el país liderado por los Kim la amenaza latente de un comunismo que podía prosperar, expandirse y vencer al modelo nacional.
Desde entonces, Corea del Norte, sus líderes y todos los habitantes ven a Estados Unidos como el gran enemigo, incluso más que los vecinos del sur.
«La situación no es lineal. Cada crisis ha encontrado a las Corea en determinadas circunstancias, con determinadas relaciones intercoreanas y en distintos momentos de su desarrollo. Ahora se vive la confrontación de Donald Trump hacia China y ellos siempre están cautivos de lo que deciden estas grandes potencias», agregó Álvarez, quien también ahondó sobre el rol que juega Estados Unidos para cada nación.
«Es el enemigo por excelencia en Corea del Norte, donde sobra propaganda antiestadounidense. Eso está desde el inicio porque Corea del Norte pierde la guerra por EE.UU. No hay dudas ni otro enemigo en el relato. En Corea del Sur la situación es más contradictoria. EE. UU. es el lugar donde uno debería estudiar, da opciones para el mercado. Pero las bases militares generan amor y odio. Están metidas en el centro de Seúl y provocan problemas de convivencia. Hay mucha fascinación hacia EE.UU. pero también hay críticas. Hay protestas contra Trump, carteles en su repudio y y eso es algo interesante en medio de esta última crisis», finalizó Álvarez.
Edición fotográfica de Fernanda Corbani