Jessica Bennett está muy resfriada. Su voz suena rasposa y grave, y habla con pausado esfuerzo. Esto es, en cierta manera, irónico, dado que cuando ella llamaba a personajes de la política para sesudas notas de investigación en algunos de los principales medios de Estados Unidos (trabajó en The Boston Globe, Time y Newsweek, además de The New York Times), enseguida le decían que sonaba como una Valley Girl, una adolescente tilinga de la soleada California, y no la tomaban en serio.
Varios de los términos que Bennett así compiló en su libro se volvieron ya parte del léxico cotidiano y armas de combate en la era del movimiento #Metoo. Pero su coronación más simbólica ocurrió pocos meses atrás: The New York Times la nombró editora de género, un puesto nuevo que atraviesa distintas secciones y plataformas y que revolucionó a la Vieja Dama Gris.
Jessica Bennett claramente hoy es el nombre de rigor al invocar temas de género, aunque ello haya sido lo que la catapultó a la fama todavía tiene algo difícil de creer para ella.
«Yo soy de la generación de las Spice Girls, del Girl Power -recuerda Bennett, nacida en 1981, en diálogo con LA NACION revista-, y pensaba que nuestras luchas iban a ser otras. Hasta que no terminé la universidad y entré a trabajar en Newsweek ni me había dado cuenta de que las mujeres y los hombres no éramos tratados de la misma manera. Ahí pensé: ‘Epa, parece que tengo que ser feminista’, pero hasta ese momento lo consideraba una reliquia de la época de mi madre, de luchas que ya se habían ganado hacía tiempo».
-¿Cuál fue la mayor sorpresa después de publicar el libro, que se volvió tal fenómeno social?
-¡Donald Trump! Yo, como gran parte de los que trabajamos en los medios, dábamos por hecho que íbamos camino a la primera presidente mujer. Imaginate lo que se siente hacer todo un libro sobre las formas sutiles en las que todavía se siente el sexismo y que, de pronto, ves cómo el país elige un presidente que es lo opuesto a sutil en todo. Incluyendo, por supuesto, sus comentarios respecto de las mujeres e incluyendo acusaciones de acoso sexual en su contra. Hasta cierto punto yo sentí: «Ay, mi Dios, quizá no debería estar escribiendo sobre el sexismo sutil en la oficina. Debería estar lidiando con el sexismo abierto y evidente…».
-¿Por qué seguiste adelante con el sexismo sutil, entonces?
-Porque me di cuenta de que el sexismo sutil fue, en buena parte, lo que llevó a Trump al poder. Estaba implícito en la forma en la que se cuestionaba constantemente si Hillary Clinton -pero no él- era confiable y si Hillary Clinton -pero no él- estaba debidamente calificada. Esto concuerda con estudios que prueban que las mujeres deben estar doblemente cualificadas que sus pares masculinos para ser percibidas como igualmente buenas. Se le pedía a ella -pero no a Trump- que sonriera más, se la calificó de chillona, lo cual nunca se hace con los hombres. Y Hillary, como tantas mujeres, tenía que encontrar ese balance casi imposible entre ser agradable y tener autoridad. Si era cálida, era débil; si era fría, era mandona. El sexismo sutil hizo que fuera fácil perdonar a Trump una carrera llena de errores, pero los errores de una mujer son más duramente criticados y se recuerdan por más tiempo.
-¿Y cuál fue la mayor sorpresa después de llegar a la posición en The New York Times de la que todo el mundo parece estar hablando?
-Yo entré en el diario un par de semanas después de que el escándalo de Harvey Weinstein saliera a la luz. Así que los primeros meses todo fue sumergirnos de cabeza en casos de acoso sexual. Con el cinismo típico de periodista yo estaba alerta esperando el cansancio del público, que se aburrieran los lectores, o que algún tipo de gran reacción negativa surgiera. Y, sin embargo, todavía no pasó; por el contrario, el tema se fue expandiendo, convirtiéndose en un fenómeno global fascinante.
-¿Va a acabar la gran cobertura del #MeToo?
-No creo que el impulso muera en el futuro cercano, pero creo que ahora la conversación está girando un poco hacia cuál es la solución. ¿Qué fue lo que hizo que esto durara tanto? ¿Cómo prevenirlo? Una de las áreas en las que quiero que nos metamos de lleno es el repensar lo que significa ser hombre. Hay temas de fondo sobre sexo, género y poder para investigar que pueden abrir la conversación. Lo que se intentó hasta ahora, claramente, no funcionó.
-Igual, en The New York Times están diversificando cómo cubren los temas de género. Fue un gran éxito que hayan publicado los obituarios de mujeres que lo merecían, pero que el diario olvidó. Personalmente fue un shock cuando vi que faltaba Charlotte Brontë. O la fotógrafa Diane Arbus, tan de moda ahora por su trabajo pionero. Pero no todo era cultura, política o derechos sociales: descubrieron, por ejemplo, a la mujer que trajo el tenis a los Estados Unidos, que prácticamente nadie conocía.
-El caso de los obituarios es el ejemplo perfecto de lo que quiero lograr con mi trabajo, porque critica a la sociedad, pero a la vez critica a los prejuicios mismos del diario. Y cuenta buenas historias, usando, también, un formato interactivo con la participación de todas las secciones. Encontramos que desde 1851, solo entre un 15 y un 20 por ciento de los obituarios fueron para mujeres, y en los últimos años no mejoró tanto. Efectivamente, no publicamos nada cuando murió Charlotte Brontë. Pero lo peor es que cuando murió su marido, sí le publicamos un obituario, donde decíamos que él era famoso por «ser el marido de Charlotte Brontë». Algunas mujeres sí recibieron obituarios, pero la crítica va a la forma en la que los escribimos. Por ejemplo, pusimos como noticia que murió «la mujer de Diego Rivera». Solo mucho más abajo en la nota se mencionaba que Frida Kahlo era, también, artista.
-Muchos están señalando cómo personas inocentes pueden terminar víctimas del #MeToo. O que puede ser contraproducente para las mujeres si lleva a una reacción negativa cuando se lo ve como un exceso.
-Siempre va a existir gente que llame a esto una caza de brujas. Pero quien mire las estadísticas encontrará que la gente generalmente no hace acusaciones falsas. Dicho esto, hay que tener una conversación importante respecto del debido proceso. El castigo debe ser acorde con el crimen. En algunos casos estamos hablando de violadores seriales como Harvey Weinstein. En otros casos, sobre nociones complicadas respecto del consentimiento para una relación sexual. ¿Todos deberían recibir el mismo castigo? No lo creo. Pero pienso que toda esta charla sobre una reacción negativa esta viniendo de paranoicos. Después de todo, la mayor parte de los acusados fueron reemplazados en su posición por una mujer y esto continúa. Hay otro tema que se desprende de esto: esa no debería ser la forma para que las mujeres consigan trabajos, y tengo serias dudas respecto de que se lo muestre como algo positivo. Pero no veo que nada vaya a frenar al#MeToo en breve.
PASADO PORTEÑO Bennett nació en Seattle, en lo que describe como «una especie de utopía progre», con padres y hermanos varones muy abiertos y que estaban involucrados en el tema de las minorías. «Yo, enseguida, fui mejor que los chicos académicamente, practicaba todos los deportes; estaba tan dado por sentado en la forma en la que fui criada que los hombres y las mujeres eran iguales que nunca hablamos de feminismo ni usamos la palabra feminista», dice.
En cambio, lo que siempre tuvo claro es que quería ser periodista.
«Una vez vino el editor del Seattle Times a la escuela, a la clase de literatura. Se ve que le caí bien, y se convirtió en una especie de mentor. No es que todo haya sido fácil desde entonces, pero sí sabía exactamente lo que quería ser, y eso ayuda», reconoce.
Estudió en la Universidad de Boston, donde era reportera-estudiante y cubría hechos policiales para The Boston Globe, y cursó, en 2004, un semestre de estudios en la Universidad de Buenos Aires. «Tenía muchas ganas de ir a la Argentina porque parte de mi familia de origen croata vive allí. ¡Y tengo una prima abogada especialista en derechos humanos!», se enorgullece. De esa época guarda los mejores recuerdos. «Vivía en el barrio de Belgrano. Tuve muchos novios, comí muchos bifes -¡qué delicia!-, visité Mendoza por los vinos. Compré la ropa de diseño más cool imaginable, mis amigas se volvieron locas cuando se las mostré a la vuelta en Estados Unidos. Lo que nunca pude fue acostumbrarme del todo al horario de las salidas porteñas, al Buenos Aires time«, resume, divertida. Entonces, su foco de interés sobre el país estaba en la recuperación de las industrias por parte de los trabajadores («mi castellano no era suficiente para entender todo, pero estaba dentro de las fábricas y me las arreglé lo suficiente como para que fuera mi tema de tesis, era una época interesante, aunque hoy me es muy lejana», resume). No se centró, entonces, en la relación entre los sexos en el ambiente laboral, pero asegura que la situación de la que escribe para Estados Unidos se aplica a nuestro país perfectamente.
«Creo que el sexismo cotidiano, sobre todo en los ambientes de trabajo, es realmente universal. Por ejemplo, el tema de que las mujeres son interrumpidas cuando hablan el doble que los hombres, o el doble estándar que se nos impone sobre cómo ser un líder: si somos flexibles, nos ven como débiles; si somos duras, unas perras, y nada femeninas. El debate de ideas sobre cómo navegar con éxito las distintas situaciones que se plantean cotidianamente para las mujeres que trabajan me parece que puede servir en cualquier parte», asegura.
–Creo que es una terminología que adoptó la derecha para desestimar cosas que, en muchos casos, simplemente son la realidad. ¿Si yo pienso en ser políticamente correcta en mi vida cotidiana? No. De hecho, solo con ver el lenguaje que uso en mi libro posiblemente yo sea una persona políticamente incorrecta y tuve gente que me lo cuestionó. Cuando llamo a algo «Anuncio de Servicio al Pene» dicen que es ofensivo, muy simplista. O que los términos como manterruptor (combinación de hombre e interruptor, que hace referencia a que los hombres tienden a interrumpir cuando hablan las mujeres) o mansplainer (la forma condescendiente en que los hombres tienden a explicar algo cuando se dirigen a las mujeres aunque sepan menos que ellas del tema), no toman en cuenta que no todos los hombres son de una manera determinada. Y eso ya lo sé. De hecho, lo pongo clarito en el libro y muestro las estadísticas. Pero son términos que explican una cosa complicada de manera fácil, son graciosos y se vuelven efectivos. Si la gente se ofende con ellos, posiblemente no debería leer mi libro porque se ofenderá por otras cosas también.
No todos los términos en el libro son invención de Bennett y su Club de Lucha. Algunos ya circulaban y Bennett los compiló dando renovada fama a las responsables. Por ejemplo, mansplainer nació con una anécdota de la novelista Rebecca Solnit. En una fiesta, un hombre la acorraló para hablarle de un libro que sí o sí ella tenía que leer. Insistió con esto dirigiéndose a ella con una mal disimulada superioridad y no dejó a Solnit meter bocado, ni siquiera para explicarle que ella era la autora del libro en cuestión (y que, por los comentarios que hacía, estaba claro que él ni siquiera lo había leído). La historia se convirtió en un ensayo que luego fue el germen del libro Men Explain Things to Me (Los hombres me explican cosas), que en 2014 fue uno de los pioneros de esta especie de renovado género de literatura feminista mordaz y que Bennett altamente recomienda (como ejemplo, también, de cómo las mujeres tienen que ayudarse unas a otras en su rubro).
-El cliché es que las feministas no tienen sentido del humor, pero en tu libro es un recurso que usás muchísimo, ¿por qué?
-Básicamente, es mi estilo al escribir y mi propia voz, pero también refleja que en el Club original había muchas comediantes. Algunas hacían stand-up, otras eran guionistas, otras cineastas, nos dedicábamos a abordar estos temas tan serios, pero al mismo tiempo nos matábamos de risa. Genuinamente, creo que el humor sirve para abrir la puerta al abordaje de temas complicados y sensitivos. Y yo quería que a mi libro lo leyeran hombres. Necesitamos que los hombres sean parte de esto. Es fundamental para que sea efectivo, y lo del feminismo puede sentirse un tema agotador y mezquino si se bombardea con él todo el tiempo. Quise, entonces, inyectar una cierta levedad sin que por eso pierda seriedad el asunto. En temas duros e intensos muchas veces es la risa la que nos mantiene cuerdos y centrados. Yo no escribo para que todo lo que digo le sirva a todo el mundo. Pero sí estoy segura de que todos encontrarán algo útil, sea una mujer buscando consejos para manejarse con el sexo opuesto en la oficina, o bien hombres que notan que hay comportamientos con los que no están de acuerdo y quieren saber cómo apoyar a las mujeres. Son tácticas simples con las que creo que es muy práctico contar, más allá de toda la filosofía que hay detrás.
-Decís «necesitamos a los hombres». ¿Cómo lo ves en la educación de las nuevas generaciones?
-Cuando se habla de preparar a las chicas para enfrentar los desafíos, es importante hacerlo con los hijos varones también. Por ejemplo, en las tareas del hogar. El problema no es solo el estereotipo de cuáles se asignan a cada sexo. Está también el tema de que cuando se asignan ciertas tareas a los varones y otras ciertas tareas a las mujeres, está probado que son muchas más las que se asignan a las mujeres. También es importante estar atentos como padres al consumo de los medios de comunicación, ya sea el cine, la televisión e Internet, para ver cómo se muestra el liderazgo. Si en todo lo que están viendo, o jugando, los chicos el héroe es un varón, hay que hablar con ellos. Si no es ajustada la forma en la que algo es representado, o es sexista, hay enseñarles a mantener una perspectiva crítica, aun desde muy chicos. Y agrandar la biblioteca con libros con mujeres protagonistas, pero para que los lean los varones también.
-Pero ¿es todo esto un problema de los hombres o un problema del poder? Cuando las mujeres tengan las mismas posiciones de poder de los hombres, ¿abusarán de él igualmente?
-Siempre va a haber problemas, pero soy optimista. No tenemos hoy un mundo con igualdad en las posiciones de liderazgo, así que no podemos saber qué sucedería. Pero sí ya hay estudios que muestran que si logramos una paridad de géneros en todos los niveles las cosas deberían mejorar. Las empresas tendrían una mayor ganancia y el GDP, por solo mencionar los datos de Estados Unidos, aumentaría en un 26 por ciento. Cuando los hombres toman un papel activo en la crianza de los hijos, en familias que no son monoparentales, está probado que los niños son más felices, más sanos y más listos. Así que creo que si tenemos más mujeres en posiciones de poder algunas cosas se corregirán solas. Ciertamente, nada va a ser perfecto. Todo poder corrompe. Pero en los grandes números nunca hemos tenido la oportunidad de ver qué pasa, y creo que llegó el momento de intentarlo seriamente.
- 1981. Nace en Seattle en un ambiente muy progresista y de centroizquierda. Cuando un periodista del diario local visita la escuela, decide que el periodismo será su destino .
- 2004. Como estudiante en la Universidad de Boston, donde ya es reportera para The Boston Globe, hace un programa de seis meses en la UBA e investiga el fenómeno de las fábricas recuperadas.
- 2012. Luego de pasar por Newsweek, Time y Tumblr comienza a escribir para The New York Times. Entre sus notas más renombradas está la primera entrevista de Monica Lewinsky en una década, una nota de opinión sobre la Mujer Maravilla, e investigaciones sobre emprendedoras en el campo de la marihuana.
- 2016. Publica la primera edición de El club de la lucha feminista: manual de supervivencia en el trabajo para mujeres, considerado la nueva Biblia para las mujeres en el trabajo hoy.
- 2017. Es nombrada editora de género en The New York Times tras una búsqueda que el diario llevó durante un año y para la cual hubo 300 postulantes de todo el mundo. Su misión es dirigir, incorporando a las distintas secciones del diario, la cobertura de cómo el género influye en la vida de la gente.
- EL FUTURO. Según Bennett, el sexismo no es culpa de ninguna persona en particular, ni siquiera de Donald Trump, aclara. «Son actitudes que están insertas en nuestra cultura», sostiene. Sin embargo, es optimista: dice que eventos como las marchas multitudinarias del Día de la Mujer mostraron que hay poder en los grandes números para encaminarse hacia un futuro distinto.