Gais en tiempos de Cicerón: para el macho romano las mujeres no bastaban

Eva Cantarella revisa en ‘Según natura’ los equívocos y persistentes clichés sobre las relaciones sexuales en la antigüedad clásica

«Esta costumbre de amar a muchachos me parece nacida en los gimnasios griegos, en los que estos amores son libres y tolerados», escribe Cicerón que, sin embargo, como relató Plinio el Joven, dedicó un epigrama «a su Tirón», el esclavo al que siguió amando incluso después de liberarlo de la esclavitud. ¿Estamos ante un ejemplo flagrante de hipocresía, de cínica distancia entre las virtudes públicas y los vicios privados? La verdad es que no. El cliché histórico afirma que los romanos defendieron una heterosexualidad intachable y despreciaron ‘el vicio griego’ de la homosexualidad generalizada. Este mito es falso y el equívoco es claro. La idea totalmente engañosa es que los romanos identificaban homosexualidad y pederastia. Lo explica la historiadora italiana y experta en Derecho griego y romano Eva Cantarella en el libro ‘Según natura: la bisexualidad en el mundo antiguo’ (Akal).

«Sería un completo error pensar por esto que los romanos eran rigurosamente heterosexuales: para un romano, la expresión máxima de la virilidad consistía en someter a los hombres. Demasiado fácil y muy poca cosa es, para un verdadero hombre, someter a sus deseos a las mujeres. Para el macho romano potente e inagotable, las mujeres no podían ser suficiente. Su sexualidad exuberante e irrefrenable debía expresarse sin límites: debía poseer todos los posibles objetos de su deseo, independientemente de su sexo».

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‘Según natura’, de Eva Cantarella (Akal)

La reedición de ‘Según natura’, editado por primera vez en español en 1991 y que llevaba ya demasiado tiempo descatalogado e inencontrable, es una excelente noticia. Señalado como uno de los ensayos históricos cruciales sobre la inagotable polémica acerca de la sexualidad en la época clásica, lo firmaba además una de las más competentes estudiosas mundiales de la antigüedad. Su originalidad atañe a dos advertencias rompedoras. La primera aclara que lo característico del mundo griego y romano no fue la liberalidad respecto a la condición homosexual -un fenómeno histórico mucho más reciente- sino la bisexualidad -enfocada, claro está, siempre desde el punto de vista masculino. Y la segunda advertencia añade que frente al interesado estereotipo cristiano sobre el libertinaje de los antiguos, las prácticas sexuales de estos se hallaban firmemente codificas por el arte, la sociedad y las leyes. Sólo que de otra manera…

Esclavos y prostitutos

¿Cortejar a un muchacho mediante un amable y seductor juego intelectual, psicológico y sexual, mimarlo, cuidar de él y demostrarle tu amor? Tal cosa era propia de helenos e inadmisible para un romano. La pederastia griega basada en la relación jerárquica entre un amante maestro (erastēs) y un alumno amado (erōmenos) no tenía lugar en la Roma conquistadora e invicta. La homosexualidad sí era, en cualquier caso, aceptada allí, pero no en forma de sexo con muchachos libres sino con esclavos jóvenes. No se trataba de hacer de alguien un buen ciudadano mediante la educación y la sodomía sino de demostrar el absoluto dominio del pater familias sobre todo aquello que le pertenecía. Sí, también sodomizándolo.

Cita Canterella al erudito francés Paul Veyne: «Roma no esperó a la helenización para mostrar indulgencia alguna hacia una cierta forma de amores masculinos. El monumento más antiguo de las letras latinas que hemos conservado, el teatro de Plauto, inmediatamente anterior a la grecomanía, está lleno de alusiones homófilas de sabor genuinamente local; el modo más habitual de empezar el juego con un esclavo consiste en recordarle qué servicio el amo espera de él, para el cual ‘el esclavo debe ponerse a cuatro patas'».

El amo solía recordar al esclavo que su mejor servicio sería ponerse a cuatro patas

Además de permitir las relaciones sexuales con esclavos, la ética romana -y leyes como la célebre Scatina que solo castigaba la pederastia- consideraban también lícito la compra de servicios sexuales a prostitutos o ‘scortum’. De hecho, el calendario romano dedicaba dos fiestas al oficio más antiguo, el 25 de abril para el oficio masculino y el 26 del mismo mes para el femenino. En cualquier caso, la prostitución masculina no estaba extendida en demasía por una sencilla razón: era un producto de lujo accesible sólo para las clases más pudiente. Según testimonio de Polibio, Catón denuncia en determinado momento que para acceder a semejante y apetecible producto, un romano podía acabar dilapidando su fortuna.

«Ninguna condena ni ningún castigo entonces en la Roma republicana», remata Cantarella, «para la homosexualidad en cuanto tal: lo único que era criticado en las relaciones entre hombres (siempre que no involucrasen a un joven nacido libre) eran los excesos a los cuales inducían a abandonarse, y el hecho de que podían llevar a asumir un estilo de vida no conforme con el modelo austero y riguroso que los romanos siguieron exaltando y pregonando, incluso cuando el aumento de la riqueza introdujo en la ciudad nuevos lujos y nueva molicie».