Kristin Enmark se refiere al hombre que la capturó con otros tres colegas durante seis días
El robo de Norrmalmstorg pasó a la historia por los fuertes lazos que se desarrollaron entre los rehenes y sus captores, una reacción que pasó a llamarse Síndrome de Estocolmo.
«Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él», declaró Kristin Enmark refiriéndose al hombre que la tuvo como rehén con otros tres colegas durante seis días.
Esa mañana de agosto, las puertas del Banco de Crédito en pleno centro de la capital sueca acababan de abrir, cuando un hombre entró con una maleta, sacó una ametralladora y disparó hacia el techo.
«Me dio miedo, por supuesto», recuerda Enmark en conversación con la BBC.
«Me tiré al piso. El ladrón vino a donde estaba y nos hizo señas a una colega y a mí para que nos levantáramos. Yo creo que mi cerebro dejó de funcionar. Era un terror sin nombre».
«Ni en mis peores pesadillas me había imaginado que algo así me iba a suceder».
En esa época, Enmark tenía 23 años. Fue escogida como rehen por uno de los atracadores del banco.
Se trataba de Jan Olsson, que estaba armado hasta los dientes y ya había herido a uno de los dos policías que habían respondido al llamado de alerta.
Olsson ató a las rehenes y empezó a presentar sus exigencias: quería una gran cantidad de dinero, un auto y que le entregaran a Clark Olofsson, un delincuente que estaba cumpliendo una condena de cárcel.
«Cuando pidió que trajeran al otro criminal pensé: ‘esto va a ser un infierno’, porque Olofsson era muy famoso en Suecia. Era considerado como una persona extremadamente peligrosa», cuenta Enmark.
Intentando disipar la tensión, la policía lo trajo de la cárcel y le permitió que entrara al banco.
Olofsson inmediatamente tomó el control de la situación.
Primero, le ordenó a Olsson que desatara a las tres mujeres. Luego, encontró a un joven escondido en el depósito y lo llevó donde estaban las otras rehenes.
En cuestión de horas, el estatus de Olofsson como líder del grupo fue confirmado por la policía.
«Había un acuerdo entre la policía y él para que fuera el negociador. Cuando uno está en esa posición, uno toma lo que puede. De pronto no era confianza pero sentí que quizás debía respetar a ese hombre ya que quizás podía hacer algo por nosotros», explica.
Mientras que el primer delincuente, Olsson, le causaba terror, Enmark empezó a considerar a Olofsson como un amigo.
«Me acogió bajo su manto protector y me decía: ‘a ti nada te va a pasar’. Es difícil explicárselo a gente que no ha estado en esa situación cuán significativo fue eso para mí. Sentía que a alguien le importaba. Quizás era un tipo de dependencia».
«En todo caso, fue brillante pues si Olsson iba a hacerle daño a alguien, no iba a ser a mí».
«No me siento mal por lo que sentí: hice lo que pude para sobrevivir».
A la pregunta de si tal vez era porque a Olofsson sentía atracción sexual por ella, contesta que nunca se lo demostró.
«Nunca me tocó en ‘lugares no indicados’. Se trataba sólo de dos personas tranquilizándose mutuamente».
Ya para el segundo día del asalto Enmark sentía tanto respecto por Olofsson que cuando él le dio el número del teléfono del primer ministro de Suecia, Olof Palme, no dudó en rogarle que dejara a libres a los criminales.
La policía grabó la conversación:
PM: Pero no deben quedar libres. Considere la situación: estaban robando un banco y disparándole a la policía.
Enmark: No, déjeme decirle que fue la policía la que disparó primero.
PM: ¿Puede hacer que ese tipo suelte su arma? ¿Le puede explicar que la situación es desesperada?
Enmark: No, no va a funcionar.
PM: ¿Por qué no? ¿No es un ser humano?
Enmark: Lo que está diciendo es que él no tiene nada que perder.
Desilusionada y enojada con el mundo exterior, Enmark hizo unas declaraciones por la radio sueca ese mismo día que eran tan osadas -usando hasta una grosería para referirse a la policía- que su mamá la llamó esa noche a regañarla.
«Mi mamá era una profesora de colegio y para ella era muy importante que uno hablara bien, así que me dijo que no le gustaba el lenguaje que había usado. Y me puse brava. ¡Yo estaba de rehén y ella se estaba preocupando por eso!».
Su estrategia para sobrevivir al identificarse con uno de sus captores hizo que su conducta cambiara, algo que ella no notó en ese momento.
Recuerda por ejemplo que el segundo día, el ladrón, Olsson, amenazó con dispararle a Sven, el rehén que había estado escondido.
«Quería mostrarle a la policía que estaba hablando en serio, que era peligroso, y le dijo a Sven que le iba a pegar un tiro en la pierna. Sven, por supuesto, se asustó, y el ladrón le dijo: ‘no voy a pegarte en ningún hueso, ni te voy a hacer mucho daño’, pero Sven no se calmó».
«Me tomó 10 años contarle a alguien lo que le dije en ese momento».
«Le dije: ‘¡Pero Sven, sólo es la pierna!'».
«Me avergüenzo de eso. Trato de ser una buena persona y nunca herir a nadie, pero en esa situación pensé que Sven era un cobarde».
Por suerte, Olsson no llevó a cabo su plan, pero incluso Sven admitió que sentía gratitud hacia sus captores y que tenía que forzarse a recordar que se trataba de dos criminales violentos, no de unos amigos.
Los rehenes estuvieron cautivos durante seis días en la bóveda del banco, mientras la policía les proveía a todos comida y cerveza.
Finalmente al sexto día, la policía decidió romper el techo de la bóveda y desarmar a los secuestradores con gas lacrimógeno, a pesar de que Olsson había amenazado con matar a todos los rehenes si hacían precisamente eso.
Enmark todavía está disgustada con la policía por la manera en la que realizaron el rescate.
«¡Realmente furiosa! Me parece que es intento de asesinato tirar gas lacrimógeno cuando hay seis personas atrapadas en una bóveda, sin saber si iban a poder entrar para rescatarnos».
Al final, los delincuentes se entregaron y nadie resultó herido.
El primer ladrón, Jan Olsson, fue condenado a 10 años de cárcel y Clark Olofsson, su cómplice, a seis años.
En entrevistas subsecuentes, Olsson aseguró que no pudo matar a los rehenes porque se habían vuelto muy amigos.
40 años más tarde, Kristin Enmark todavía se refiere a Carlk Oloffson como su amigo, y siguen escribiéndose cartas.
Nunca lo ha confrontado por lo que hizo.
«Quizás al principio él habría podido persuadir a Olsson de que nos dejara ir. Pero no sé si trató de hacerlo. Le voy a preguntar en la próxima carta que le escriba».
Pero, le pregunta la BBC, ¿no debería señalarle que todo lo que hizo no estuvo bien?
«Pues, sí… le hablaré sobre eso», responde, riendo, Enmark.
Los rehenes fueron examinados por psiquiatras y su reacción emocional de identificación con sus captores pasó a llamarse Síndrome de Estocolmo. La frase fue acuñada por el criminólogo y psiquiatra Nils Bejerot.
Kristin Enmark escribió un libro sobre sus experiencias en el que argumentó que el Síndrome de Estocolmo no existe.
El síndrome, también conocido como vinculación afectiva de terror o traumática, no está reconocido por los dos manuales más importantes de psiquiatría: el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales y la Clasificación internacional de enfermedades.