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Francisco pidió abrir «los ojos ante los excluidos»

«No hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos». En una misa que celebró ante miles de pobres, en el marco del Jubileo de las personas socialmente excluidas, último gran evento del Año Santo de la Misericordia, el Papa volvió hoy a llamar la atención sobre la injusticia social del mundo e hizo un llamado a abrir los ojos ante los excluidos. Y recordó que darle la espalda a los pobres «es darle la espalda a Dios».
«Hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte», dijo Francisco, en una homilía que pronunció ante 6000 personas socialmente excluidas de 22 países, en la Basílica de San Pedro.

Ante ellas, el Papa aseguró que «cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en lugar de las personas que hay que amar, estamos ante un síntoma de esclerosis espiritual». Y denunció la «trágica» contradicción de nuestra época: «cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello». «Es una gran injusticia que nos tiene que preocupar, mucho más que el saber cuándo y cómo será el fin del mundo. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos», sentenció.
El papa Francisco. Foto: EFE

Evocando las lecturas del día, en el sermón Francisco habló del sentido de la existencia humana. Recordó que «en este mundo casi todo pasa, como el agua que corre», pero que hay cosas importantes que permanecen. Y subrayó que son dos las cosas que quedan: Dios y el prójimo. «Estas dos riquezas no desaparecen. Estos son los bienes más grandes, para amar. Todo lo demás, el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta Basílica, pasa. Pero no debemos excluir de la vida a Dios y a los demás», destacó.

«Hoy, queridos hermanos y hermanas, es su Jubileo, y con su presencia nos ayudan a sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: Él no se queda en las apariencias, sino que pone sus ojos en el humilde y abatido, en tantos pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que no nos damos cuenta de Lázaro que es excluido y rechazado. Es darle la espalda a Dios. ¡Es darle la espalda a Dios!», clamó.
Luego de recordar que hoy en las catedrales y santuarios de todo el mundo se cierran las Puertas de la Misericordia -el domingo que viene se cerrará la de la Basílica de San Pedro, lo que pondrá fin al Jubileo-, Francisco hizo un pedido: «Abramos nuestros ojos al prójimo, especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta».

El Papa aseguró, finalmente, que hacia allí se dirige la lente de la Iglesia, que debe apartarse «de los oropeles que distraen, de los intereses y los privilegios, del aferrarse al poder y a la gloria, de la seducción del espíritu del mundo». Citando el discurso de apertura de la segunda Sesión del Concilio Vaticano II, de Pablo VI, el ex arzobispo de Buenos Aires también recordó que la Iglesia mira «a toda la humanidad que sufre y que llora; ésta le pertenece por derecho evangélico». Y que «nuestra tarea consiste en cuidar de la verdadera riqueza que son los pobres». «A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy sea la «Jornada de los pobres»», agregó, saliéndose del texto preparado, provocando aplausos en la Basílica de San Pedro.

Más tarde, asomándose de la ventana del Palacio Apostólico para la oración mariana del Angelus, Francisco llamó a los fieles a no dejarse engañar por los falsos mesías, ni «dejarse aterrar y desorientar por guerras, revoluciones y calamidades, porque también ellas forman parte de este mundo». «La Iglesia es rica de ejemplos de personas que han sostenido tribulaciones y sufrimientos terribles con serenidad, porque tenían conciencia de estar en manos de Dios. Él es un Padre fiel que no abandona a sus hijos. ¡Dios no nos abandona nunca! Debemos tener esta certeza en el corazón. ¡Dios no nos abandona nunca!».

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