Fiodor Dostoievski: escribir con rabia ante una vida oscura

Nacido hace exactos 200 años, el escritor ruso pasó por una vida particular, que incluyó escasez, una condena a muerte, exilio, muerte de seres queridos y que terminó colándose en las páginas de su obras. En Culto damos un paseo por las claves de su obra de la mano de dos especialistas.

La fría mañana del 22 de diciembre de 1849, Fiodor Dostoievski iba a morir. Un juez había determinado que un pelotón de fusilamiento acabara con su vida bajo el cargo de conspirar contra el zar Nicolás I. Dostoiesvki pertenecía al Círculo Petrashevski, una organización fundada en San Petersburgo, dedicada a debatir y propagar las ideas de los socialistas utópicos que por entonces ya circulaban en Europa. Por supuesto, se oponían a la férrea autocracia zarista y al sistema de servidumbre.

Con el viento helado del inclemente invierno ruso pegándole en su cuerpo, con los ojos vendados y esperando que las balas entraran en su cuerpo, Dostoievski estaba entregado. Sin embargo, a último minuto el oficial a cargo sacó un pañuelo blanco y leyó una resolución. La condena a muerte había sido conmutada. El alivio fue momentáneo, porque la nueva pena era quizás peor: cinco años de trabajos forzados en Omsk, Siberia.

Esos años en el exilio llegaban cuando el escritor ya había publicado su primer libro, Pobres gentes (1846). Posteriormente, la escritura daría luz a la novela Humillados y ofendidos (1861), basada en esos años en Siberia.

Una vida como la del Antiguo Testamento

La desgracia de una prisión no sería lo único acontecido en la vida de Dostoievski. Le seguiría una vida de privaciones, muertes como la de su madre, en 1837, la de su hermano Mijail y la su primera esposa, estas dos en 1864, por lo que debió hacerse cargo de su cuñada y sus sobrinos. Además, una mala situación económica, como si la sombra de la desgracia se le hubiese pegado y no quisiera zafar.

“La vida de Dostoievski es la de un personaje del Antiguo Testamento, heroica, en nada moderna ni burguesa. Está obligado eternamente a luchar con el ángel como Jacob, a rebelarse contra Dios y a doblegarse como Job. Sin un instante de seguridad ni de reposo, debe sentir siempre la presencia de Dios, que lo castiga porque lo ama. Para que el camino llegue al infinito no puede descansar feliz un solo minuto”, escribió posteriormente el austriaco Stefan Zweig en su obra Tres Maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski (1920).

De hecho, su segunda esposa, Anna Dostoyevskaya -con quien se casó en 1867-, cumplió un rol clave para que su vida no se descarrilara, pues no dudó en empeñar incluso su propia ropa para salvar a su marido de las deudas, mientras ambos vivían en Alemania, hacia fines de la década de 1860. Posteriormente, ella se convirtió en su editora. De hecho, su importancia fue tal que en agosto pasado la editorial estadounidense Riverhead Books publicó una biografía sobre su figura.

Con Anna, habían tenido una hija, en 1868, llamada Sonia. Pero murió a los tres meses después de nacida. “Si Siberia fue el purgatorio, la antesala de su sufrimiento, Francia, Alemania e Italia son sin duda su infierno. Apenas nos atrevemos a imaginarnos esta trágica existencia. Pero cada vez que paseo por las calles de Dresde y paso por delante de alguna casa mísera y sucia, se me ocurre pensar si acaso no vivió allí, entre buhoneros y peones, en un cuarto piso, solo, infinitamente solo en este mundo de actividades extrañas para él”, explica Stefan Zweig en el mencionado volumen.

Incluso el comienzo de su vida ya había sido algo especial: Fiódor Mijáilovich Dostoievski nació en un asilo. “Desde el primer hálito de vida ya le es asignado el puesto que ocupará en el mundo, un lugar aparte, en el desprecio, cerca de las heces de la vida y, sin embargo, en medio del destino humano, vecino del dolor, el sufrimiento y la muerte”, señala Zweig. Desde ahí, tras la muerte de su madre en 1837, fue enviado por su padre, un autoritario médico militar, a la escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo.

Realismo descarnado

De alguna manera, esa vida acontecida se coló en las páginas de su obra. “Dostoievski escribe rabiosamente, con una visceralidad imparable -explica a Culto la crítica literaria y académica de la UC, Patricia Espinosa-. Cada una de sus frases contiene una potencia crítica no solo a su contexto sino a diversos modos de conformación de tipos sociales. A nivel estructural es destacable su potencia dialógica y su capacidad de confrontar el monologismo como bien señaló Mijaíl Bajtín”.

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Espinosa destaca otros rasgos de su narrativa, como la construcción de sus personajes. “Su realismo descarnado y su mirada odiosa con todos sus personajes es un rasgo distintivo que particularmente me parece destacable. Pocas veces encontramos un autor que desprecie y aborrezca a sus personajes de un modo tan virulento como Dostoievski”.

En esos años de mediados del siglo XIX, la publicación no solo se daba en formato libro, también en la prensa periódica. Ese aspecto es algo que según explica Espinosa, hay que poner ojo, porque también salpicó su escritura. “Otro de los aspectos estilísticos importantes, es su capacidad de generar expectativas, derivada de sus largos años de publicación en prensa, y la presencia del mal como motivo literario. La realidad es siempre corrupta o potencialmente corruptible, nada queda en pie para la mirada ácida, amarga y siempre vívida de Dostoievski”.

Su obra incluyó cuentos y también novelas. En este aspecto, destacan Humillados y ofendidos (1861), El jugador (1866), El idiota (1868-1869), Memorias del subsuelo (1864), por supuesto Crimen y castigo (1866) y Los hermanos Karamázov (1880), esta última se publicó un año antes de su muerte.

¿Cuál es una puerta de entrada a su obra? Patricia Espinosa señala: “Crimen y Castigo, ya que es una obra que se encuentra el germen de lo que serán sus grandes obras vendieras. El tema del mal, la justicia, el castigo y la redención aparecen de forma, para mi gusto, demasiado vívida. Pese a ello, es un libro umbral que marca la entrada a su producción literaria. Otro libro impostergable es Los endemoniados, una obra mayor, precisa, una maravilla literaria donde el autor despliega su armamento con una maestría atronadora”.

Por su lado, el poeta y crítico literario Matías Rivas señala: “Memorias del subsuelo, me parece que es una obra muy impresionante sobre todo cuando uno la lee de adolescente, es una novela breve que prefigura personajes como Raskólnikov [de Crimen y castigo] o los hermanos Karamázov. Tiene un protagonista que es un antihéroe, muy propio de Dostoievski”.

Asimismo, huellas de su obra también pueden seguirse en la literatura nacional. “En José Donoso advierto cierta influencia dostoievskiana; aunque definitivamente quien más la tiene es Roberto Bolaño -señala Espinosa-. Esa capacidad para construir múltiples personajes con unas cuantas pinceladas, tipos insoportables como García Madero, por ejemplo, es totalmente dostovieskiana. Igualmente la concepción bolañeana de una hipernovela y la interrogante constante sobre el al son definitivamente hebras estéticas devenidas de Dostoievski”.

Matías Rivas asegura: “Tuvo mucha influencia en la narrativa de los años 50, en escritores como José Donoso, Claudio Giaconi, que escribió sobre Gogol. Gente como Germán Marín o Carlos Droguett, también tienen vínculo con Dostoievski. Manuel Rojas también. Hasta cierto momento era imprescindible leerlo, era un escritor fundamental, muy difícil de saltárselo, constituía parte de lo que se llamaba la cultura mínima. Dostoievski se leía en los colegios, no se si ahora se hace, pero claro, es muy corrosivo y quizás es muy incorrecto para los colegios, particularmente Crimen y castigo”.

“La literatura rusa fue muy comentada en Chile en cierto momento, pero eso se perdió en la actualidad. Quizás Paulina Flores tiene rastros de Dostoievski, creo que perfectamente podría ser una lectora de él. Alberto Fuguet dijo que el mejor comienzo de libro que había conocido era el de Memorias del subsuelo”, agrega Rivas.

Es conocida la anécdota en que el mismísimo José Donoso expulsó de su taller literario al joven Fuguet, en 1984, por leer a Charles Bukowski en vez de Dostoievksi. “No leer a Dostoievksi te podía costar la expulsión de un taller literario, hoy día no creo que eso pase porque hay una pérdida, lo que habla del cambio cultural que nos hace menos letrados. Menos leídos”.