Primero tembló el piso, muy levemente, casi imperceptiblemente. Una rápida inspección alrededor confirmó la sensación: los armarios en la casa se movían.
Un segundo, dos segundos, tres y paró.
Hubo un momento de quietud y luego golpeó un estallido que sacudió la tierra.
Esta vez todo el edificio se estremeció, pero eso no fue nada comparado al ruido.
Y eso sucedió a más de 10 km del epicentro de la explosión en Beirut.
Hubo un movimiento instintivo de asomarse a las ventanas para ver dónde se elevaba la nube de humo en la capital. Luego llegó el instinto de huida: ¿qué pasa si hay otra explosión?
Para muchos, fue la detonación más intensa que jamás habían escuchado. Y no es que las explosiones en Líbano sean algo fuera de lo común.
En la carretera que conduce a Beirut desde el norte, las ambulancias se movían con dificultad entre el tráfico colapsado por todos aquellos que corrían para saber de sus parientes y amigos.
En la otra vía, los automóviles pasaban rápidamente en dirección contraria, escapando del infierno.
Con el tráfico paralizado, la radio y los teléfonos móviles transmitían noticias horrorosas de hospitales abrumados, miles de heridos y un incendio descontrolado.
Los que se dirigían hacia Beirut fueron forzados por el ejército a dar media vuelta o continuar a pie si así lo deseaban.
Los vidrios rotos crujían bajo las pisadas en el último tramo de carretera antes de entrar a la ciudad y un tractor pasaba rugiendo mientras despejaba montones de escombros.
Los edificios eran casi irreconocibles, con los marcos de las ventanas destrozados y sin luz.
Unas pocas figuras mudas emergieron de entre la oscuridad, algunas heridas pero caminando, otras sentadas con la vista perdida y casi en silencio total.
Mientras más cerca de Beirut, más oscuridad.
Incendio en el puerto
Todo empezó con un incendio en el puerto. Todavía no está claro el momento exacto en que empezaron las llamas.
Sobre las 17:54 locales, un mensaje en Twitter de un corresponsal del diario estadounidense Los Angeles Times mostró el humo elevándose hacia el cielo.
Lo que pasó a continuación se ha visto en los videos que han circulado por todas las redes sociales. Una explosión inicial lanzó restos al aire y un humo más denso y oscuro.
Luego aparecen destellos, parecidos a fuegos artificiales. Se puede detectar un área intensa de llamas debajo del humo.
35 segundos después de la primera detonación, ocurre una segunda explosión masiva. Una inmensa columna de humo rojizo oscuro se eleva, seguida de una nube blanca en forma de hongo.
La consecuencia han sido decenas de muertos y miles de heridos. El corazón de la ciudad quedó destruido.
¿El origen de todo? Un almacén con casi 3.000 toneladas de nitrato de amonio, un químico que en ocasiones se usa para fabricar explosivos.
El barco que nadie quería
En el verano de 2014, el capitán Boris Prokoshev y varios miembros de su tripulación llevaban meses varados en el puerto de Beirut.
El barco, llamado MV Rhosus, había zarpado de Batumi, en Georgia, a finales de septiembre de 2013.
Su destino final era el puerto de Beira, en Mozambique.
Construido en 1986, el Rhosus ya estaba envejeciendo.
En julio de 2013, en el puerto de Sevilla, los inspectores habían detectado 14 deficiencias, desde cubiertas oxidadas hasta poca prevención contra incendios.
Desde mayo de 2012, tenía un nuevo dueño, Igor Grechushkin, un empresario ruso residente en Chipre. Según los contratos comerciales, el MV Rhosus era la primera experiencia de Grechushkin administrando su propio barco.
En Batumi, el recibo de la carga registra a Rustavi Azot LLC como la compañía que provee el nitrato de amonio e indica que el cliente es el Banco Internacional de Mozambique, que actúa de intermediario para una pequeña empresa mozambiqueña especializada en la fabricación de explosivos comerciales.
Prokoshev, que afirma que se incorporó al Rhosus como capitán en Turquía, dijo a la BBC que notó rápidamente que había problemas.
La tripulación original había abandonado el barco, indica, porque no se les había pagado en cuatro meses.
Según Prokoshev, cuando el barco llegó a Atenas con su nueva tripulación, tuvieron que devolver la comida y otras provisiones a los abastecedores porque el dueño había dicho que no tenía como pagarlos.
La nave permaneció cuatro semanas allí mientras el dueño buscaba un cargamento adicional que le permitiera pagar las tarifas de tránsito por el Canal de Suez, la ruta que conecta el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo atravesando Egipto.
Eso fue lo que finalmente decidió el fatídico desvío a Beirut.
Prokoshev explicó a la BBC que esa parada era para recoger cargamento adicional: un envío de equipos de construcción de vías, incluyendo aplanadoras pesadas.
Pero alguien no había calculado bien. Cuando elevaron la carga con cabrestantes, las escotillas en cubierta empezaron a ceder.
«Las escotillas estaban viejas y oxidadas. No podíamos llevar la carga. Me negué. Iba a partir el barco», aseguró Prokoshev.
Desistieron de la tarea, pero la nueva tripulación temía que corrieran la misma suerte de sus antecesores.
Por eso, Prokoshev decidió ir a Chipre y resolver el asunto con Grechushkin, el arrendatario del barco.