Exclusividad sexual y otros contratos

«Meter los cuernos, engañar, traicionar, ser infiel» decimos a la hora de descubrir que nuestra pareja se contacta amorosa o sexualmente con otra persona o cuando sentimos la necesidad de hacerlo nosotros mismos.

Hay muchas formas de engañar que no parecen tener el mismo peso. Tu pareja te puede engañar no confesándote que no tolera a tu hermana, o manejando la economía de ambos sin darte explicaciones, o no contándote algo esencial de su vida pasada. Te puede engañar de éstas y otras decenas de maneras. Saberlo te puede doler, te puede preocupar, te puede hacer descubrir que no conocías tan bien a tu otro. Pero si llegás a descubrir que está viendo a otra persona, sea en plan ocasional o estable, tu confianza se fragmenta de una manera radical y sentís «me traicionó». La sola idea de que haya otra persona en su horizonte, de que no seas solo vos, abre la compuerta del cuestionamiento más hondo sobre la confianza, la sinceridad y la autoestima.

Duele saber que no se es la única persona, duele en lo más hondo de la identidad, duele en lo más preciado del orgullo.

Casarse es comprometerse a construir juntos una familia, tener hijos y asegurar que lleguen a adultos en las mejores condiciones posibles, a sostenerse en los momentos difíciles, a invertir en ello energía y esfuerzo material y emocional. Pero el eje del contrato es la promesa de fidelidad, que no habrá otra persona nunca jamás, ni en nuestros pensamientos ni en nuestros actos, especialmente los sexuales. La fidelidad se refiere al pacto de exclusividad sexual.

Este modelo tradicional de contrato está haciendo agua por varios lados. La vida se ha extendido tanto que ya no nos morimos alrededor de los 40 como solía pasar hace no mucho tiempo, ahora podemos duplicar esa expectativa e incluso superarla. Aquel «hasta que la muerte nos separe» llegaba hasta que los hijos salían de la adolescencia, mientras que ahora llegamos a ver la adultez de nuestros nietos y hasta el nacimiento de sus hijos. ¿Somos los mismos a los 20 que a los 40 o a los 60? ¿nos siguen gustando las mismas cosas? ¿fuimos incorporando otros horizontes y sueños? ¿nuestra pareja nos acompañó en los cambios? ¿y si sus cambios tomaron un camino divergente? ¿y si la convivencia nos ha transformado en hermanos y hemos perdido el ardor sexual?

La rutina, el hábito, tan tranquilizante por un lado es abrumador por otro. Conociendo la coreografía no hay que andar inventando pasos a cada rato, pero el baile puede volverse insípido, poco estimulante.

Y aparece un otro fuera de la pareja que vuelve a encender el entusiasmo, aunque sea por un rato. ¿Si respondemos estamos traicionando a nuestra pareja, le somos infieles? Podemos resistirnos a la tentación y que la infidelidad quede escondida en un deseo secreto y renunciar a la aventura (y ser infieles «solo» en el deseo).

Las relaciones extra matrimoniales, explícitas o secretas, existen. Algunas son defraudaciones pero otras pueden no serlo, cuando diferenciamos fidelidad de lealtad. ¿Cómo ser leal a la pareja y ser íntegro con uno mismo? La idea de lealtad es privilegiar el bienestar del otro, no fragmentar su confianza con lo que pueda vivir como una traición. Hay encuentros extra matrimoniales que no son consecuencia de un conflicto en la pareja sino de necesidades particulares que no pueden ser satisfechas en el contexto de la pareja. ¿Cómo satisfacerlas y cuidar al otro al mismo tiempo? Ésa sería la idea de la lealtad.

Sabemos que si lo decimos, la información quedará firmemente adherida a su memoria y la recuperación de la confianza será muy trabajosa. Por eso muchas veces la lealtad lleva a mantener el secreto para no herir de muerte al otro dando una información acerca de algo que es una búsqueda personal y que puede no tener consecuencias en la vida de la pareja. La revelación de encuentros sexuales fuera del matrimonio puede ser un quiebre insuperable.

Pero cuando no se trata de algo ocasional, asumirlo y separarse es la forma de ser leal. Claro que una separación implica perder todo lo tejido de a dos, familia, amigos, los mil y un detalles de la convivencia, todo lo que se ha construido juntos y que nos identifica.

Sigue existiendo, en algunas comunidades, la casa grande y la casa chica justificados en el «natural» temperamento masculino. Allí, tener más de una pareja sexual es más aceptado para los hombres que para las mujeres vistas como sujetos sexuales sin apetencias «naturales» activas. Es decir, si un hombre tiene alguna relación fuera del matrimonio es porque su «naturaleza» se lo impone y si lo tiene una mujer es por perversión o maldad.

La pareja monogámica cisgénero (héterosexual) está siendo cuestionada y hoy se están explorando diferentes alternativas. Géneros, sexualidades, necesidades e identidades están siendo desafiadas en búsquedas que aún no sabemos a qué conducirán ni cómo resultarán en la constitución de familias y en la crianza de los hijos.

Los jóvenes están aprendiendo a prestarse atención y a pactar. Las parejas gays nos han enseñado ese beneficio de convenir, en cada caso, como serán las cosas. Pareja abierta o cerrada. Relaciones inclusivas o exclusivas. Reserva sobre lo que se hace fuera de la pareja o transparencia comunicativa siempre. Tríos. Swingers. Bisexualidad. Género no binario. Poliamor. La bandeja se va llenando de diferentes alternativas que hasta no hace mucho eran inimaginables. La moral religiosa, la cultura tradicional, las costumbres han naturalizado tanto la «normalidad» de lo heterosexual-de-a-dos que cualquier otra posibilidad no entraba en el campo perceptivo.

Pero para la mayoría, la institución pareja sigue siendo la mejor elección, la que proporciona una estructura conocida, estable y cómoda. Algunas están emprendiendo algunos desvíos, las parejas «monogamish» como se dice en inglés es decir, monógamos pero con escapadas consentidas. Son pactos que se diseñan a medida y no admiten generalizaciones pero que se basan en la distinción entre fidelidad y lealtad.

En lugar de la tradicional fidelidad sexual, la lealtad como respeto hacia el otro e integridad hacia uno mismo Se pone en cuestión lo que está bien y lo que está mal, se revisan ideologías y morales establecidas. Igual que las mezclas de sabores, colores y olores en la cocina que se enriquecen con las experimentaciones de los chefs, de otras culturas, así la sexualidad humana está siendo revisitada, deconstruida y rearmada a gusto de los consumidores.

Los humanos nos diferenciamos del resto de los mamíferos también en esta expectativa de exclusividad sexual. Pero buscamos a nuestro alrededor, igual que los otros mamíferos, nuevos estímulos que nos mantengan despiertos, alertas, interesados. No necesariamente es un otro, puede ser una nueva actividad o la realización de un sueño postergado.

Durante siglos las mujeres han sido desleales, enredadas entre dos traiciones, consigo mismas y con sus propios maridos al no asumir su deseo y su realización personal. Claro, no eran infieles porque no rompían el pacto de exclusividad.

Se están abriendo otras puertas a las que asomarnos y revisar nuestro deseo y nuestra vida que tiene visos de durar mucho. La lealtad es un compromiso con la integridad, la verdad y la valentía de asumirlo. No se trata de sexo aunque a veces sí. Se trata de apetencias y amores, de estímulos y motivación. No todo puede satisfacerse en la pareja. Y el que ello no suceda no necesariamente hiere a la pareja. Pero hay que tenerlo claro primero con uno mismo, sin auto engaños, sin hostilidad, sin herir a nadie. Y si hay que renunciar porque es la única forma de ser leal, será una elección deliberada y conciente. Y siempre que uno puede elegir puede desplegar el ala de la libertad y ser dueño de su vida.

Por: Diana Wang