Las estadísticas demuestran que ciudades como Londres, París o Berlín están entre las más seguras del mundo; sin embargo, esto parece evaporarse en el imaginario colectivo cada vez que se produce un nuevo atentado
Los ataques múltiples terroristas de los últimos años obligaron a los gobiernos europeos a reforzar los controles fronterizos, aumentar los efectivos de seguridad y de los servicios de inteligencia, y a adoptar una serie de medidas de protección en aeropuertos, estaciones ferroviarias, transportes en común y sitios públicos en general.
Pero ese esfuerzo, enorme desde el punto de vista financiero y humano, parece evaporarse en el imaginario colectivo cada vez que se produce un nuevo atentado. Entonces, las redes sociales -y algunos medios de comunicación- desempolvan la idea de una «Europa-colador» o ineficaz, impotente frente al terrorismo.
Esas acusaciones ignoran una realidad: las estadísticas demuestran que ciudades como Londres, París o Berlín están entre las más seguras del mundo; que los servicios de inteligencia y de seguridad de Gran Bretaña, Francia y Alemania se ubican en el pelotón de los diez mejores del planeta. Y que, comparados con el número de víctimas fatales de violencia en el resto del globo, los luctuosos saldos del terrorismo en Europa son ínfimos.
Algunos ejemplos. Desde el ataque terrorista contra el semanario «Charlie Hebdo» en enero de 2015, los atentados islamistas en Europa provocaron 324 muertos. De ellos, 239 en Francia. Todos los autores fueron identificados y neutralizados en menos de una semana. Entre el atentado de Manchester del 22 de mayo y de Londres el sábado pasado, las fuerzas de seguridad británicas desmantelaron cinco complots terroristas. Exactamente lo mismo sucede en Francia y en Alemania cotidianamente.
Pero los gobiernos son conscientes de que eso no basta. Los pueblos suelen tener la memoria corta. Con los recuerdos, es posible diseñar un mundo ideal e intentar así olvidar la dura realidad, como los sangrientos atentados que sacudieron a Italia, Alemania o Francia en los años 1960, 1970, 1980 y 1990 por diversas razones.
Después de los atentados de noviembre de 2015 en Francia, el Reino Unido anunció el despliegue de 600 policías armados suplementarios en Londres, llevando ese número a 2.800, en un país donde las fuerzas de seguridad patrullan sin armas. Pero, al mismo tiempo, Theresa May eliminó 20.000 puestos de policías entre 2010 y 2016 cuando era ministra del Interior. A diferencia de Francia, Gran Bretaña no utiliza sus fuerzas armadas para patrullar el espacio público. Las nuevas medidas no evitaron, sin embargo, que el 6 de diciembre un hombre degollara a otro en la calle al grito de «Esto es por Siria».
Al año siguiente, también aumentaron los efectivos de los servicios secretos británicos (fue el MI6). Según el periódico The Times, la agencia de inteligencia llamó en 2016 a concurso para incorporar 1.000 espías suplementarios para combatir el terrorismo e invertir más en material digital. Después de esa campaña, el MI6 debe contar actualmente con 3.500 agentes.
Ese mismo año, el Parlamento británico adoptó una ley que otorgó extensos poderes de vigilancia a la policía y a los servicios de inteligencia. Calificada de «la ley de vigilancia más extrema en la historia de las democracias occidentales» por el lanzador de alertas Edward Snowden, el texto acuerda base legal al pirateo de computadoras y teléfonos celulares, a condición de obtener la autorización previa de un juez.
En Francia sucedió más o menos lo mismo. Aunque el gobierno francés agregó el estado de emergencia, que el nuevo presidente Emmanuel Macron decidió prolongar hasta noviembre próximo, fecha en que se promulgará una nueva ley de seguridad que incluirá varias medidas para facilitar el trabajo de las fuerzas de seguridad y de inteligencia.
Desde los atentados de noviembre de 2015 en París, Francia desplegó en permanencia más 10.000 efectivos de seguridad y militares en todo el país, enmarcados en dos operativos: Vigipirate y Sentinelle.
En el terreno de la inteligencia, los efectivos de la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI) deberían aumentar en 13% antes de 2018, con 430 agentes que se sumarán a los 3.200 actuales.
Alemania también decidió endurecer su actitud frente al terrorismo después de los atentados cometidos en su territorio en los últimos meses: aumento de efectivos policiales y de inteligencia, expulsión expeditiva de delincuentes extranjeros, prohibición de la burqa en los espacios públicos y medidas concretas coma el posible fin de la doble nacionalidad que facilita la circulación de candidatos al jihadismo. El gobierno también estudia la intervención de las fuerzas armadas en operaciones de patrullaje.
En un marco más general, Europa tiene una programa específico de lucha contra el terrorismo como por ejemplo la llamada Red Atlas, un grupo de fuerzas especiales de policía de 27 países de la Unión Europea (UE). El objetivo de esa red es el de mejorar la cooperación entre unidades de policía y reforzar las competencias de cada una a través de la formación.
Europa cuenta además con dos agencias específicas: Europol, suerte de Interpol europea, y Frontex, agencia responsable del control de fronteras aéreas, marítimas y terrestres del bloque.
Ninguno de esos esfuerzos parece alcanzar para disuadir a alguien decidido a matar y, sobre todo, a morir. Hay que reconocerlo, si bien el terrorismo siempre existió, el número de ataques registró un aumento acelerado en el siglo XXI. En estos 15 años, los atentados terroristas pasaron de menos de 2.000 a cerca de 14.000 en el planeta, mientras que el número e muertos se multiplicó por nueve.
Pero ese aumento no concierne ni Estados Unidos ni Europa. Sus principales víctimas han sido cinco países: Irak, Pakistán; Afganistán, Nigeria y Siria. Entre ellos totalizan el 55% de los atentados del siglo. El blanco de sus autores no era el mundo occidental, sino las poblaciones musulmanas, chiitas y sunitas.