«No es fácil ser un peshmerga. El salario es bajo, se lucha con armas poco sofisticadas y Estado Islámico (EI) es un enemigo difícil», confiesa a LA NACION vía chat Khasraw Hamarashid, desde la ciudad de Suleimaniya, en el Kurdistán iraquí.
Hace algunos años que Khasraw, de 26 años, decidió dejar de lado la lucha armada. Hoy trabaja de profesor de inglés en una organización gubernamental y sólo a veces acompaña en el frente a su padre y a su hermano mellizo, que sí son combatientes.
Los peshmergas («los que se enfrentan a la muerte», en kurdo) son el ejército «de facto» de la región autónoma del Kurdistán iraquí. Entre quejas de falta de presupuesto y poco reconocimiento, luchan desde hace más de dos años contra EI.
En los últimos días volvieron al centro de la escena por su participación en la decisiva batalla por la reconquista de Mosul, la segunda ciudad de Irak y el lugar donde EI declaró la creación de su califato, en junio de 2014. El avance parece ser efectivo. Ayer, los peshmergas anunciaron la liberación de la ciudad de Bashiqa, 12 kilómetros al nordeste de Mosul.
Son sólo 4000 los combatientes kurdos que forman parte de la operación en Mosul, que comenzó hace una semana. Representan un grupo pequeño en comparación con el ejército iraquí (de 30.000 miembros) y de las milicias chiitas (6000).
La ofensiva, en la que también participa la coalición internacional liderada por Estados Unidos, será probablemente la mayor batalla en Irak desde la invasión norteamericana en 2003.
Pero los peshmergas no sólo buscan derrotar a los jihadistas. «Aunque tiene un rol secundario en Mosul, quieren participar para quedar mejor parados y aferrarse a los territorios que conquistaron desde 2014», explicó a LA NACION Michael Gunter, experto en los kurdos y profesor de la Tennessee Tech University.
Los kurdos ocuparon el vacío que dejó el abatido ejército iraquí cuando EI invadió el norte y el oeste de Irak y ahora controlan un 40% más de territorio que en 2014. Un paso importante para cumplir con sus aspiraciones de independencia, algo con lo que sueñan desde la caída del Imperio Otomano, en 1923.
Los países limítrofes han estado preocupados durante mucho tiempo por las implicaciones que un Estado soberano kurdo tendría en sus propios territorios. Turquía, Siria e Irán tienen, al igual que Irak, grandes minorías kurdas.
Otro temor, como sugiere el Instituto para el Estudio de la Guerra, es que el gobierno del Kurdistán «aproveche la oportunidad para expulsar a los árabes sunnitas de sus hogares, como ya hicieron tras las operaciones en Sinjar en noviembre de 2015».
Pero los kurdos se defienden. Sostienen que están corrigiendo viejas políticas de líderes iraquíes, sobre todo las que imperaron en la época de Saddam Hussein. La política de «arabización» del ex dictador en el norte del país provocó el desplazamiento y la muerte de cientos de miles de kurdos.
Los kurdos insisten en que su prioridad es proteger los 1000 kilómetros de frontera que comparten con los jihadistas. «Es complicado, porque cuando EI tomó Mosul y otras ciudades se apoderó de las armas que dejó el ejército de Irak. Además, son capaces de cualquier cosa: usan escudos humanos. Incluso en las últimas batallas llevaron civiles a luchar», dice Khasraw.
De todos modos, el ex combatiente cuenta que en el último tiempo la situación de los peshmergas mejoró un poco. «Al principio peleaban con viejos Kalashnikov, pero ahora recibieron de los alemanes los misiles Milan [antitanque], que son muy efectivos», contó.
Además de Alemania, Estados Unidos acordó en julio pasado darles ayuda militar y financiara a las milicias. «El entrenamiento de la coalición fue muy útil y se nota que hay más preparación», comenta Khasraw. Aunque ya dejó las armas, el joven participó en agosto pasado de la liberación de Gwer, ubicado a 40 kilómetros de Mosul.
Le pagaron por pelear, pero asegura que no lo hizo por la plata. «Un peshmerga nunca lucha por el dinero. Lo hace por proteger sus fronteras, su tierra», concluye.