Confieso que he viajado / Italia
Por Emiliano Torres. Cineasta y director de la premiada película «El invierno».
En 2012, mi trabajo como asistente de dirección en el cine italiano me llevó hasta allí. Viví en la isla durante ocho meses.
Linosa es una isla de alta mar; dos volcanes ya extintos forman la accidentada geografía de la isla. La oscuridad de la roca se mezcla con ocasionales manchas doradas y rojas de los minerales que componen la piedra volcánica y que brillan de una manera única con los rayos del sol. Por su forma montañosa y casi redonda se trata de una isla muy expuesta a los vientos, especialmente al Scirocco, viento del Sahara que dificulta las maniobras de atraco de las pocas embarcaciones que llegan. Los habitantes de la isla recomiendan no tener discusiones fuertes mientras dure el Scirocco, ya que los ánimos se exasperan con facilidad. En días de temporal, las embarcaciones son subidas a tierra para evitar que se golpeen contra la costa, las calles de la isla se pueblan de barcos y botes, una postal tan extraña como bella.
La condición dificultosa de los puertos, y el hecho de que más de la mitad del fondo marino que rodea la isla haya sido declarado reserva natural, hace de la pesca una actividad menor y casi artesanal, y convierte a Linosa en un lugar especialmente atractivo para el buceo.
Viendo la isla desde el mar, es relativamente sencillo darse cuenta cómo fueron las erupciones y los derrumbes que le dieron su forma final. El pequeño centro que se desparrama luego del puerto, no tiene nada de lujoso y todo de pintoresco. No hay hoteles pero la gente está habituada a alojar a los turistas en sus casas, con comodidades que van mucho mas allá de las que puedan encontrarse en un cinco estrellas.
Los habitantes de Linosa son cautos y reservados, y se deben superar ciertas pruebas antes de lograr su confianza. Se habla isolano, un dialecto que tiene puntos de contacto con el siciliano, aunque con mayores influencias árabes, incomprensible aun para los italianos. Pero lo que allí importan no son las palabras sino los gestos: el respeto entre vecinos y el cuidado por el medio ambiente son una cuestión de supervivencia básica.
En lugares como estos el menú es el calendario. Entre historias de pescadores, acordeones y concursos de clavados en las aguas transparentes y azules del Mediterráneo la tarde pasa lenta y apacible.
Linosa es un punto en el mapa; la mayoría de las veces ni siquiera eso. Volví dos veces más y seguiré volviendo cada vez que pueda. La gente sigue recordando mi nombre y yo el suyo. Tomé algunas de las decisiones más importantes de mi vida allí, entre ellas, llevar adelante mi primera película como director –“El Invierno”–, filmada en El Chaltén, otro paraíso tan aislado como único. Pero esa es otra historia.