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El retiro de Pico Mónaco: el optimista que llegó a ser top ten seguirá girando

Uno de los mejores productos de la escuela tandilense de tenis anunció su retiro, tras 14 años; lejos de quedarse quieto, en su futuro asoman nuevos desafíos, como por ejemplo ser dirigente de su amado Estudiantes

Juan Mónaco construyó, con dedicación, despliegue físico y optimismo, una carrera muy valiosa, que tuvo su punto máximo en la temporada 2012, cuando llegó a ser número 10 del mundo. Pico, uno de los tres hijos de Héctor y Cristina, es uno de los mejores productos de la escuela tandilense de tenis, aquella que se inició con la disciplinada filosofía de Raúl Pérez Roldán y continuó con el Negro Marcelo Gómez. A los 15 años, el hincha fanático de Estudiantes de La Plata dejó el país y se radicó en Miami, primero, y luego en Barcelona, con el objetivo de seguir desarrollándose y dar el salto. Y pudo cumplir sus sueños.

«Fue durísimo. Era una apuesta, pero tenía claro que iba en busca de mi sueño. Sabía que me encontraría con momentos difíciles, de sacrificio, sobre todo siendo muy joven. Pasar las Fiestas solo, mis cumpleaños o los de mis seres queridos, perderme las fiestas de 15 de todas mis compañeras del colegio… En Tandil hice el colegio del primero al noveno grado, el EGB, y después venía el Polimodal, pero me tuve que cambiar a la noche, hice el primer año, me fui a España y lo terminé a distancia. Entonces es como que perdí muchas cosas. Iba al colegio San José, al que fueron mi papá, mi tío, mis hermanos, todos los Mónaco. Es un colegio de curas, al que también fueron Juan Martín [Del Potro], [Mariano] Zabaleta, Machi González. Las amistades que tenía eran muy fuertes y cuando estuve en España se me pasó por la cabeza largar todo. Pero trataba de llevarme bien con los chicos de todo el mundo con los que compartía entrenamientos. Así me hice amigo de Andy Murray y también conocí a Rafa [Nadal]. Nos conocemos desde cuando no teníamos ni un punto para el ranking», le contó Mónaco a LA NACION en enero de 2014.

«Con Andy Murray y con Rafa [Nadal] nos conocemos desde cuando no teníamos ni un punto para el ranking»

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De chico, antes de dedicarse por completo al tenis, en la ciudad de la piedra movediza Mónaco combinó sus dos deportes: con la número 5 en Grupo Universitario y con la raqueta en Independiente, bajo la sabiduría del Negro Gómez, formador de tenistas. A los 10 años ya tenía una rutina de domingo: Carlos Romeo, padre de Bernardo, ex goleador de San Lorenzo y Estudiantes, y también tandilense, lo pasaba a buscar por la casa a la mañana y juntos se iban para La Plata a ver jugar a Bernie. Iban y volvían en el día. Allí nació la pasión de Juan por el equipo platense; de hecho, tiene un tatuaje del escudo en la pierna izquierda. «¿Qué me faltó para ser futbolista? Cuando era chico ganaba todos los torneos de tenis. Entonces iba a competir a nivel regional, provincial o nacional, y siempre volvía con la copa a casa. Tuve rachas de un año y medio sin perder cuando tenía 12 años. Con mi equipo de fútbol, Universitario, fuimos a jugar a River y le ganamos 2-1. Pero pesó que siempre me iba bien en el tenis», explicó Mónaco alguna vez.

El jugador de 1,85m. y 81kg. disputó más de 600 partidos en el ATP Tour. Su marca fue 342 triunfos y 271 derrotas. Conquistó nueve títulos individuales (el primero fue Buenos Aires, en 2007) y alcanzó otras 12 finales. Logró 20 triunfos ante jugadores del top ten, incluidos Rafa Nadal y Andy Murray. Tuvo, con momentos más gratos que otros, alta presencia en la Copa Davis; sumó 17 series con el equipo nacional y el año pasado fue uno de los jugadores que participaron en la campaña del histórico título. Mónaco estuvo en los cuartos de final, ante Italia, en Pesaro, donde perdió con Fabio Fognini por 6-1, 6-1 y 7-5.

En algunos tramos de su carrera, la ansiedad llegó a perjudicarlo en ciertos partidos y en el momento de cerrar las victorias. Llegó a disfrutar y a padecer lo mejor y lo peor del efecto que genera la Davis en la Argentina. El año pasado, en Italia, reconocía: «Con el tiempo uno se da cuenta y entiende la idiosincrasia argentina. Es así. Por ahí, cuando sos más joven te duele y no entendés que la gente sea tan cambiante, por llamarlo de alguna manera. Con el tiempo vas entendiendo. El argentino… No nos vayamos tan lejos: lo putean a Messi, ¡que es el mejor de toda la historia! Y que si hubiera ganado el Mundial era más grande que Maradona. Entiendo el fervor que se vive en la Argentina y a veces me causa gracia, y prefiero tomarlo de esa manera. Obviamente no es divertida la crítica destructiva que viene de regalo. Si yo hice las cosas mal y la crítica me ayuda, bienvenida sea. La crítica por criticar, del argentino desde el sillón, no me gusta, pero a esta altura de mi carrera me divierte».

Una de las mayores palizas de su carrera la sufrió, precisamente, ante su amigo Nadal. Fue por la final de la Copa Davis 2011, ante España en Sevilla. El primer día de acción en La Cartuja, el mallorquín lo derrotó por 6-1, 6-1 y 6-2. Pico se fue desconsolado al vestuario albiceleste y allí surgió una anécdota que ilustró la relación que ambos construyeron. «Una vez que termina el partido tenía una desilusión enorme. Me acuerdo que ya empezaban a jugar Juan Martín (Del Potro) y David (Ferrer) y todo el equipo se fue a la cancha. Me quedé sólo en el vestuario. Estaba llorando, hecho mierda y uno me empieza a tocar la cabeza, como diciéndome ‘no pasa nada’. Yo estaba con una toalla tapándome la cabeza y no sabía quién era. Miro y era Rafa, que se había metido en nuestro vestuario. Había pedido permiso al de seguridad, se metió, nos quedamos hablando un rato del partido. Fue un gran gesto», describió el argentino. El fútbol y los partidos de PlayStation fueron un hilo conductor entre Nadal y Mónaco.

En las últimas temporadas sus muñecas sufrieron el desgaste. Inclusive, en agosto de 2015 debió ingresar en un quirófano. El doctor Gabriel Clembosky lo operó de la muñeca derecha. «El cuerpo se va oxidando. Si yo no me cuido bien las muñecas sufro muchísimo, pero es normal después de más de tantos partidos. Además, en un entrenamiento de dos horas, le pegás entre 700 y 1000 veces a la pelotita. El impacto es demasiado. Somos robots, no es normal la fuerza que hacemos en la muñeca. Es la misma fuerza que hace una persona normal en 15 vidas, más o menos», llegó a analizar Mónaco. Para seguir compitiendo, optó por infiltrarse durante muchos meses, pero aquel procedimiento fue desgastando los cartílagos y los tendones. «He llegado a despertar a la mañana con la mano tan empastada de tantas infiltraciones, que tenía que abrir la canilla de agua caliente y dejar la mano debajo del agua durante cinco minutos para poder empezar a moverla. Eso lo viví durante cinco meses antes de operarme, todos los días. Me levantaba entre cuatro y cinco veces por noche con dolor de mano. Los últimos dos meses dormí con una faja para tener fija la muñeca. Para cada entrenamiento que hacía antes de operarme necesitaba de media hora de masajes de mi kinesiólogo para que la muñeca entrara en calor y estuviera en condiciones de entrenar. Y para jugar, pastillas e infiltración. En Copa Davis he llegado a tomar cuatro Dolten de 75 mg para poder terminar un partido de cinco sets. Hice malabares para poder terminar de jugar un partido», confesó a LA NACION Revista, en enero último. Esa situación le fue marcando el camino. El tenis fue perdiendo terreno y otros incentivos profesionales ganaron lugar, como la producción de cerveza artesanal. Además, no son pocos los que le auguran un futuro en la dirigencia deportiva (probablemente con su querido Estudiantes como base).

Entre otros aspectos de la vida, Mónaco también tuvo que acostumbrarse a salir en revistas o programas del corazón por sus noviazgos con chicas famosas. Hoy, 14 años después de su comienzo en el circuito profesional, en pareja con la modelo Pampita Ardohain y con otros proyectos personales, Pico decidió ponerle punto final a una carrera en la que consiguió, quizás, mucho más de lo que soñó.

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