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El primer oro argentino en los Juegos de la Juventud: Ordás y el legado de una familia olímpica

El photofinish demoró unos segundos el festejo más esperado. Cientos de personas saltaron y gritaron en el Puente de la Mujer de Puerto Madero. María Sol Ordás había ganado la primera medalla de oro para la Argentina en los Juegos de la Juventud Buenos Aires 2018, la tercera de la delegación nacional.

Otra vez el remo, una prueba acostumbrada a entregarle emociones al deporte argentino, fue el encargado de dar el golpe mayor. Tal como había sucedido la víspera con Felipe Modarelli y Tomás Herrera en el dos sin timonel, que abrieron el medallero para los albicelestes en Buenos Aires 2018.

Ahora fue el turno de Ordás, la oriunda de San Nicolás y con tradición olímpica desde el momento de nacer. Sus padres son Damián Ordás, remero en Sydney 2000, y Dolores Amaya, competidora en la misma disciplina en Atlanta 1996. De hecho, no pudo viajar a la ciudad australiano porque dio a luz a la pequeña Sol días antes de la inauguración de los Juegos.

El oro que obtuvo la bonaerense en el single scull, en el Parque Urbano, era una de las grandes apuestas de estos Juegos de la Juventud. Venía de ser subcampeona mundial en República Checa, donde en las semis había marcado el récord mundial en la distancia tradicional, 2000 metros.

Aquí se adaptó a los 500 metros y arrasó con sus rivales. Tal fue la diferencia en todas sus series que en la ronda previa a la final llegó a la meta sin remar, festejando, concluyendo con el impulso de las últimas paladas.

El Puente de la Mujer, como en las jornadas previas, estuvo repleto y estalló con los dos triunfos de la alta joven. Junto a Delfina Pignatiello y los equipos de hockey 5 son las grandes estrellas celeste y blancas de esta competencia.

La final del single scull tuvo espectadores de lujo. Además del extenista David Nalbandian y del nadador sudafricano Chad Le Clos (es uno de los embajadores), estuvieron presentes Gerardo Werthein, presidente del Comité Olímpico Argentino, y su par internacional, el alemán Thomas Bach.

Hubo que esperar hasta los últimos metros para avizorar un triunfo argentino. Salvo para la propia campeona, que venía palmo a palmo con la sueca Elin Lindroth, y festejó ni bien cruzó la meta. Sólo 50 centésimas las separaron, con un tiempo de 1.43.81 para la dorada de San Nicolás.

«No podía parar de llorar, lo esperé cuatro años y ya pasó. Estoy muy contenta por el esfuerzo que hicimos. Todo valió la pena, incluso cuando nos peleábamos por la convivencia», confesó sonriente Ordás tras la premiación, que reunió a un nutrido grupo de fanáticos que cantó el himno y no paró de cantar por ella con redoblante incluido.

Sobre lo ajustado de la regata, explico que «siempre es mejor salir adelante, pero a veces hay complicaciones. Yo soy de salir atrás, pero no por estrategia. Sabía que si íbamos parejos, en algún momento iba a estar adelante, aunque fuera al final».

Pese a su herencia olímpica, la nicoleña confesó que no es de dialogar mucho sobre remo en su casa, e incluso no tuvo contacto con sus padres antes de competir por una cuestión deportiva. «No hablé en ningún momento con ellos, no quería desconcentrarme. No me gusta hablar de las regatas, soy apática, pero es mi concentración. No me gusta que me den consejos, está mi entrenador para eso», señaló.

«Es un empujón importante. En el mundial no se me dio por nada, y este es el último paso para pensar que sí se puede», apuntó, al tiempo que expresó que se levantó «muy nerviosa» y que vivió un día muy emotivo en el que se quebró muchas veces.

Argentina ya completó todos los lugares del podio y gran parte de ellos fue gracias al remo. Ahora llegó la ansiada dorada. Ordás ya puede decir que con 18 años, tiene un oro en una familia bien olímpica.

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