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El hombre que camina junto a los leones

Jorge Alesanco nació en Madrid, pero vive en Masái Mara (Kenia). Es etólogo y se dedica a estudiar el comportamiento del león. Tras años de trabajo, la manada ha aceptado al naturalista como uno más de la familia. Su experiencia con los felinos queda retratada en la serie documental ‘El rey de la sabana’.
Los cielos sangran sobre Masái Mara. La salida y la puesta del sol pintan rojos y naranjas intensos en la bóveda celeste. A sus pies, kilómetros de sábana. Llanuras sin límite, donde solo las acacias recortan el horizonte. Más de 1.500 kilómetros cuadrados de extensión en los que habitan los conocidos como cinco grandes de África: elefante, búfalo, rinoceronte negro, leopardo y, por supuesto, león. Sus siluetas recortan el baño de luz que inunda la reserva. Sus bufidos, pisadas o barritos quiebran el silencio de Masái Mara.
Cuando llamas a Jorge Alesanco se puede escuchar a la fauna africana. Tras su voz, los hipopótamos gruñen en el río Mara. Es su particular banda sonora. Una de las pistas de ese álbum que se pincha cada noche en la sabana keniata. El naturalista habla desde el campamento para turistas que regenta junto a su esposa Mariola en el corazón de Masái Mara. La única luz es la de los candiles. A su alrededor, oscuridad y naturaleza. «Me gustaría morir en África», reconoce Alesanco a Sputnik Mundo.
Jorge Alesanco en Masái Mara (Kenia)
Hace más de una década que llegó a Kenia. Era uno de sus sueños de la niñez. Con tres años, Alesanco no se despegaba de sus libros de Félix Rodríguez de la Fuente. En sus páginas asomaban las grandes criaturas que poblaban África. «Los animales siempre fueron mi pasión. Y claro, entre todos, los más fantásticos eran los africanos», recuerda. Enciclopedias y documentales eran su ventana al mundo animal, limitado en su natal barrio de Chamartín.
La ciudad de Madrid no es el mejor lugar para contemplar flora y fauna. A los 18 años, dejó la jungla urbana para vivir en la sierra de Guadarrama. Su idea fue siempre vivir en el campo, cerca de la naturaleza. Junto a su mujer dirigieron una granja-escuela para los niños de la capital. Tuvo caballos, halcones, cuervos…incluso cocodrilos y serpientes. Sin embargo, la llamada de África se fue intensificando con el paso del tiempo. A la edad de 35, él y Mariola fueron de safari a Kenia. Jamás regresaron.
Se dice que el mal de África es real. Quien lo atrapa, no se recupera. La pareja quedó prendada de los ecosistemas del continente, pero también de sus gentes, su cultura y sus cielos limpios. Una enfermedad que dura ya 12 años. «En algunos aspectos es como retroceder en el tiempo. Hay algo salvaje y primigenio que atrae a todo el mundo que pisa tierra africana. Cuando llegas piensas que es un mundo hostil, plagado de enfermedades y animales peligrosos. Que nunca te vas a adaptar. Sin embargo, la hostilidad no es parte del carácter africano, sino la amabilidad. África se queda para siempre en tu alma», admite Alesanco.
Cocodrilo atacando a una cebra en Masái Mara (Kenia)
Al salir la luna, el rugido del león rasga la noche de Masái Mara. Impensable en casi ningún otro punto del planeta. «Es un privilegio oírlo todos los días. Es como vivir en un cuento. El mejor para cualquier naturalista», asegura. Sobre todo, si su campo de estudio es el comportamiento de los grandes felinos.

Rodeado de leones

El sol se pone en el horizonte de la sabana keniata. En ese momento, Alesanco se pone en movimiento. Por el día lleva a los visitantes de safari por la reserva natural. Al caer la penumbra, se sube al jeep con cámara, libreta y bolígrafo. Agudiza sus sentidos para iniciar la búsqueda de la manada. Se refiere a un grupo de leones que viven en las cercanías. Estos son su objeto de estudio.
Comenzó con los guepardos. El Servicio de la Vida Silvestre de Kenia aprobó su proyecto para la conservación de este felino. Sin embargo, seguirlos era complicado. Un día podían estar cerca de la base y al siguiente a decenas de kilómetros. Por el contrario, el león es territorial, por lo que suele hallarse en una misma zona. Para su suerte, hace 12 años una manada decidió instalarse cerca del campamento, en las proximidades del río Mara. Desde entonces, Alesanco ha dedicado sus noches a comprender sus fases de caza, su reproducción o su organización social. El león es un animal nocturno. «Soy etólogo, no biólogo. Me dedico a estudiar su comportamiento. Que uno no esté graduado no significa que no pueda aportar nada al trabajo científico. Félix Rodríguez o Jane Goodall eran etólogos, no biólogos. La etología no está en los libros, está en el campo», remarca el naturalista.
Leona cazando en Masái Mara (Kenia)
Alesanco ha pasado la mayor parte de su tiempo en África observando a los leones. Ha visto como un grupo de hembras mayores desplazaban a otras más jóvenes. La llegada de nuevos machos a la manada. El nacimiento y la muerte de varios cachorros. Algunos incluso en las garras de sus madres. «Cuando un joven león nómada llega a una manada, además de destronar al antiguo felino reinante, mata a sus hijos. No sin piedad, ya que a alguno le cuesta más de un día acabar con sus vidas. Pero, muchas veces son ayudados por las madres. Ellas que lo han dado todo por defender a sus crías. Que se han llegado hasta refugiar en nuestro campamento. Saben que la convivencia entre estos y el nuevo rey será imposible. Por propia supervivencia, los rechazan y se preparan para tener una nueva camada. Es algo que me ha sorprendido», explica.
Por su condición de científico, nunca interviene en los designios del ciclo natural. Él es un simple observador de la vida de los mamíferos. No significa que no le duela. «No puedo exculparme de mis sentimientos por ser científico. Se me parte el alma cuando ves a algún miembro muerto. Los ves como si fueran de tu propia familia. Siempre esperas que duren. Pero la vida del león es dura. Pasan frío, hambre, lluvias… Yo los comparo con la vida del ser humano en el Paleolítico. El león es comparable a los cazadores sociales que fuimos hace miles de años», señala Alesanco.
Leones en Masái Mara (Kenia)
Una manada a la que le une un vínculo. Tras años junto a ellos, los leones han establecido una relación de cercanía con él. El etólogo español es el primer hombre capaz de convivir con un grupo de leones africanos como un miembro más. Su presencia no les genera estrés. No le tienen miedo, como al resto de seres humanos. Según el naturalista, a ojos de los animales, ha dejado de ser un «hombre vertical» para convertirse en un macho de león.
Si su coche sufre un pinchazo o se encalla en el barro, la manada le espera. Las hembras le han guiado hasta el cubil donde depositan a las crías recién nacidas. Una vez, una cazadora regaló una gacela a Alesanco. «No es una presa fácil de conseguir. Esto no es como el gato doméstico que deja un pájaro a su dueño. La leona necesita la caza para sobrevivir. Fue lo que me demostró que me consideraba un león más. Esto solo lo hacen con los machos», puntualiza. Una amistad que le ha permitido estar a menos de 10 centímetros del rey de la sabana.
Jorge Alesanco junto a los leones de Masái Mara (Kenia)
No quita que no haya tenido enfrentamientos. En una ocasión, una leona de mayor edad desconfío de él. En defensa de los cachorros de otras hembras, empezó a rugir y a enseñar los dientes. «Pasé miedo, pero no podía demostrarlo. Si te estresas, el león también lo hará. Además, otras leonas vinieron a defenderme. Con el tiempo, me terminó aceptando», relata Alesanco. Los años le han transformado en un felino más.

«El estar tumbado junto a un león salvaje y que no te haga nada es un privilegio. A cualquier naturalista se le podrían los dientes largos».

Jorge Alesanco

Etólogo en Masái Mara

La convivencia

En Masái Mara, no solo habitan los grandes mamíferos del continente africano. Como su nombre indica, también es hogar de la etnia masái. Sus cabañas circulares de ramas, paja y barro es otro de los símbolos de la reserva. Viven del pastoreo nómada, aunque las fronteras modernas han acotado sus viajes, habitualmente entre Kenia y Tanzania. La ganadería es el corazón de su economía. La vaca, su bien más preciado. El punto de conflicto con el león.
La llegada de la pandemia dejó la llanura libre de turistas. Pero, con ella, vino la temporada de lluvias más fuerte de los últimos lustros. «Los masái decían que no había llovido así en 50 años», transmite Alesanco. Las precipitaciones provocaron el éxodo de los herbívoros, principales presas de los grandes felinos. Sin nada que llevarse a la boca y ningún tipo de sustento para sus crías, los leones empezaron a atacar a los rebaños de las tribus masái. Sin las cámaras de los visitantes apuntando, los moradores de la sabana se vengan.
Manada de ñus en Masái Mara (Kenia)
«Según su filosofía, el masái es el mayor conservacionista de la naturaleza. Rechaza la pesca y la caza, porque una persona evolucionada no las necesita para sobrevivir. No obstante, si atacan a su sustento es lógico que tomen represalias», lamenta el etólogo. Entonces, aparecen leones lanceados, colgados o envenenados. En Masái Mara quedan 40 manadas, compuestas por unos 300 individuos. En todo el mundo, poco más de 20.000. En los 90, alcanzaban los 100.000 ejemplares.
Para evitar la disminución de su población, en la reserva han creado la fundación Save the lions Masai-Mara. Su objetivo es favorecer la conservación de los leones que restan en el planeta. Para ello, pagan a los pastores el coste de las vacas devoradas por leones. «Al final, el masái es una víctima más. Hay que proteger su economía. Cuando vuelven los herbívoros, el león deja de atacar a las reses. Saben que son la presa del hombre. Un gesto como dar dinero al masái para comprar otra vaca, puede ayudar a la supervivencia del león», recalca Alesanco.

«Si no somos conscientes del problema, dejaremos de oír el rugido del león».

Jorge Alesanco

Etólogo en Masái Mara

Masái Mara es uno de los últimos rincones vírgenes del planeta. Un paraíso donde todavía se pueden ver a los grandes animales de la Tierra. Como en cierta película de animación, un lugar en el que la sombra del león recorta los sangrantes atardeceres sobre la planicie keniata. Y junto a la silueta del rey de la sabana, la de un madrileño.
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