Entre elogios al bahiense, críticas a Leonard y dolor por la desgracia de Gregg Popovich, la ciudad vive días especiales.
Los cerca de 15 grados de la media mañana texana en San Antonio, sumados a una brisa por momentos incómoda y un sol que, avergonzado, se esconde tras una espesa capa de nubes que pronto le dará paso a una corta pero molesta lluvia, tornan el arranque del viernes como una extensión de lo vivido aquí hace apenas unas horas. Es un momento frío, oscuro, doloroso (dentro y fuera de la cancha) para los San Antonio Spurs, una de las franquicias de la NBA -sino la más en las últimas dos décadas- acostumbradas al fulgor de los éxitos. La tercera derrota en igual cantidad de partidos ante Golden State Warriors dejó los ánimos por el piso, incluso en una fecha especial.
El oficial de migraciones pierde la tenue sonrisa de bienvenida rápidamente. No, todo está en regla. Lo que sucede es que escucha la razón de la llegada del enviado, el resultado regresa a su mente y se amarga de inmediato. «Anoche quedamos 0-3», anoticia al cronista antes de que este siquiera pudiera chequear los resultados online. Aunque, como toda sensación relacionada a un evento deportivo por estas latitudes, esa desilusión será efímera, con plena consciencia de que se trata, en definitiva, de un juego.
El origen del pasaporte, más que una pista, es la certeza para el agente, que comenta sobre el hombre en cuestión: «Espero que no sea el último partido de Manu. Ha jugado increíble este año».
Y agrega, con la exactitud de un verdadero fanático: «Es el mejor argentino de la historia, ¿verdad? Cuatro veces campeón, dos veces All-Star, Mejor Sexto Hombre del Año…».
Para Stacia, que transita las calles de la ciudad como conductora de un Uber al volante de su Chevrolet, son varios los nombres propios de estos últimos días. Uno, el de Gregg Popovich, por la pérdida de su esposa Erin (fallecida el miércoles): «Es una pena, muy triste. El coach Pop es el mejor de la liga y acá todos lo quieren mucho». Poniendo la mira más en el aspecto deportivo, ensalzará las virtudes de Ginóbili («sigue jugando con mucha pasión, es un ejemplo») cuando ponga de manifiesto su malestar con Kawhi Leonard, la estrella del equipo ausente por lesión y cuyo retorno es un misterio del que por aquí se dicen mil cosas. «Me pone muy mal porque es mi jugador favorito. Y si no quiere jugar más, está bien. Pero que se despida dentro de la cancha. Si juega y lo hace bien, vendrá cualquier equipo a buscarlo», sentencia. Queda claro su amor por los Spurs, pese a haber crecido en New Jersey y reconocerse hincha de los Lakers.
Quien sí es fanática de la camiseta plateada y negra es Linda, quien llegando a los 50 años (aunque no dirá cuántos exactamente) atiende en un restorán a metros del Riverwalk -el emblemático río por el que Ginóbili y compañía han recorrido la ciudad luego de cada título- y pasea por el local, orgullosa, con más de una veintena de pines del equipo sobre su camisa. «Manu es el símbolo del equipo -asegura-. Me encantaría que siga jugando porque los jóvenes necesitan un veterano que los guíe y no hay nadie como él para eso».
Como le pasa a la conductora, que cuestiona a un hombre mientras ensalza a otro, la dualidad se apodera también de las calles. Porque mientras Golden State golpea al equipo de todos con fuerza y lo tiene al borde del nocaut (jamás en la historia un equipo dio vuelta una serie que arrancó 0-3), el centro de la ciudad se prepara para la Fiesta, la celebración anual que nació en 1891 y conmemora a los héroes del Álamo. El edificio que lleva ese nombre, fundado por católicos que llegaron en una misión de Roma, fue lugar de una mítica batalla que los texanos perdieron en marzo de 1836, pero que, al cabo, terminó gestando el triunfo en la batalla de San Jacinto, conflicto gracias al que Texas logró su independencia de México un mes más tarde. Hoy es un museo y continúa siendo el símbolo máximo de la ciudad, además de ser desde hace tres años Patrimonio de la Humanidad.