El caso del escritor sentenciado por alterar un cuento de Borges

El resultado del peritaje entre el cuento de Borges y el texto de Pablo Katchadjian, el autor procesado, tardó un año en conocerse. La idea de que varias personas se hayan juntado en un salón de techos altos del Palacio de Tribunales y compararan de un lado El Aleph y del otro El aleph engordado es, como mínimo, surreal.

Luego de los resultados, la semana pasada, el juez Guillermo Carvajal dictaminó que “Pablo Esteban Katchadjian defraudó los derechos de propiedad intelectual que le reconoce la legislación vigente a María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges”.

Donde El Aleph dice: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía…”, Katchadjian escribió: “La candente y húmeda mañana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente murió, después de una imperiosa y extensa agonía…”.

“Surge en forma palmaria la alteración del texto de la obra de Borges por parte del evaluado, dejando caer por tierra el descargo intentado por este último, en cuanto pretende explicar que la publicación de El aleph engordado obedece simplemente a una experimentación literaria”, escribió el juez.

Dos años antes de publicar el libro en discordia, por su misma editorial, Katchadjian había sacado El Martín Fierro ordenado alfabéticamente: un ejercicio literario consistente en acomodar los versos del conocido poema gaucho de José Hernández según la estructura mencionada en el título.

La viuda de Borges, quien dijo haber leído las primeras páginas de El aleph engordado y luego haberle dado el texto a un abogado, es conocida por la vehemencia jurídica con la que trata a quienes, en el papel, se acercan demasiado a la memoria de su esposo.

En 2010 le ganó un juicio por difamación al crítico francés Pierre Assouline, luego de que este publicara en Le Nouvel Observateur un artículo sugiriendo que ella había manipulado la voluntad de Borges. Un año después demandó y obligó a la editorial Alfaguara a sacar de circulación el libro El Hacedor (de Borges). Remake, donde el escritor español Agustín Fernández Mallo realizaba una especie de juego literario con el texto original.

En ese momento, Alfaguara publicó un comunicado diciendo que “una de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que admiraba y se sentía influido”, pero la editorial igual debió retirar el libro de las librerías.

Ese mismo año, el abogado que representa a Kodama, Fernando Soto, inició el juicio por “plagio” contra Katchadjian. Soto cree que, aunque quizás no dinero, el escritor argentino obtuvo fama. Kodama piensa lo mismo.

“Este autor toma el cuento para montarse sobre El Aleph y ganar una notoriedad que no tiene por su propia obra”, dijo en una entrevista en 2015.

Durante la primera instancia, Katchadjian fue sobreseído, pero la Cámara de Casación revocó la decisión y ordenó continuar el proceso que derivó en el fallo.

En julio de 2015, varios escritores se manifestaron en la entrada de la Biblioteca Nacional en contra del juicio.

“Kodama es la rústica exageración de la figura del heredero”, dijo la escritora Beatriz Sarlo, “que cree que sus derechos se extienden no sólo a los resultados dinerarios sino que son soberanos sobre qué se hace o se deja de hacer con la obra, cuya propiedad la ley les garantiza”.

En aquel momento, Luisa Valenzuela, a cargo del PEN Club Buenos Aires, fue más medida: “No está del todo bien lo que hizo (Katchadjian), porque entiendo que hubo un pequeño abuso de confianza de su parte y que debería haber pedido permiso para usar los derechos”. Para ella, el escritor debería “haber hecho una diferenciación tipográfica”.

Katchadjian no ha querido dar declaraciones. Hablar con los medios durante todo el proceso judicial fue muy extenuante, dijo al ser consultado la semana pasada, y cree que el efecto de sus palabras en los jueces no sirvió para mucho.

Varios escritores argentinos piensan que el fallo es delirante.

Claudia Piñeiro opina que se le hizo “un proceso a un procedimiento literario”.

“Es un disparate. No hay plagio ni defraudación. Es un texto nuevo a partir de otro que en ningún momento dice que fuera de él”, sostiene la autora de Las viudas de los jueves. No engaña al lector. Hace lo mismo que hicieron tantos y sobre todo Borges: tomar la literatura y trabajar con ella”.