Cuando la sensación térmica alcanza los 50 grados en las avenidas desérticas de Dubai, las hermanas Zahira y Latifah empiezan a correr sobre el hielo.
Con sus patines afilados, las dos adolescentes dibujan en la pista la figura incompleta de un ocho (un infinito con fin) en el Dubai Mall.
Están en el centro comercial más grande del mundo, envueltas en sus pañuelos y en la danza sin música de las luces violetas, rosadas y amarillas; y mientras tanto, su madre y su hermano de 6 años suben a un coche eléctrico del shopping para ir a ver los tiburones.
Bajan en la entrada del acuario Dubai Aquarium & Underwater Zoo, se sacan una foto junto a la réplica en tamaño real de King Croc (la estrella del paseo es este cocodrilo de 750 kilos) y se pierden de vista en un túnel transparente donde nadan mantarrayas y miles de peces de colores.
Ven pingüinos, medusas y escorpiones, antes de reunirse en el patio de comidas con las chicas ya sin patines: la mujer desliza una porción de pizza debajo del velo negro que tapa su boca, dejando al descubierto los ojos oscuros con pestañas cargadas de rímel.
Entre cascadas de 150 metros de altura y departamentos como Bloomingdale’s y Galeries Lafayette, algunos visitantes desorientados hacen cola para consultar las pantallas táctiles del shopping mall. “Usted se encuentra aquí”, tranquiliza un punto rojo en los mapas virtuales que organizan a más de 1.200 tiendas, 22 salas de cines y 160 propuestas para comer.
Con acceso a la torre más alta del mundo, el Burj Khalifa, y conexión interna con una estación del metro que lleva su nombre, el Dubai Mall satisface a la sociedad de consumo con marcas internacionales, entretenimiento, comida servida en vajilla descartable, wi-fi gratis y aire acondicionado hasta la una de la madrugada.
Es que en estas arenas concurridas de los Emiratos Árabes Unidos, los zocos (así se les dice a los mercados tradicionales de los países árabes) no le hacen sombra a los centros comerciales modernos y vanguardistas (por ejemplo, el Mall of Emirates tiene un centro de esquí).
Para llegar al hotel, un hombre de seguridad del Dubai Mall sugiere acortar camino atravesando el estacionamiento de un piso inferior, donde se recalientan los motores de los BMW, Porsche y Lamborghini.
Ahora la avenida principal de la ciudad parece menos agobiante y los turistas se empeñan en sacarle fotos borrosas a las palmeras datileras y sus luces blancas, que parpadean todas las noches y se enroscan a los troncos como serpientes.
Como fondo del decorado, las sendas peatonales son cerámicos brillantes, el neón recorre las siluetas asimétricas de los edificios y una pareja camina de la mano con actitud de extras de una película árabe: él tiene un pañuelo en la cabeza a cuadros blancos y rojos (ghutra) y una túnica blanca hasta las sandalias de cuero, y ella viste una abaya negra que sólo le permite enseñar las zapatillas celestes y la cartera Hermés.
Se camina lento al aire libre en verano: los litros de agua ingeridos se eliminan con la transpiración y la humedad empaña los anteojos, hasta que se encuentra refugio en una parada de colectivo con asientos limpios y aire acondicionado. Como el cubículo es de vidrio, el chofer puede ver si hay alguien esperando y el pasajero no necesita salir al calor para hacerle señas; por la noche, la gente aprieta un botón en el interior del recinto fresco y se enciende una luz para indicar que se está esperando el bus.
Hombres trabajando
Siempre hay treinta o cuarenta grúas en el horizonte. ¿Hasta dónde podrá crecer Dubai? ¿Llegará, tal como aspira, a los 20 millones de turistas para 2020? ¿Habrá alguna construcción en el centro (Downtown) con más de 50 años entre los rascacielos de vidrio y metal?
Junto a una foto del sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum, soberano de Dubai, se alza una bandera emiratí (tiene verde, blanco, negro y rojo). Es que desde 1971, Dubai es uno de los siete emiratos que conforman Emiratos Árabes Unidos (EAU) a orillas del Golfo Pérsico, en la península arábiga.
Si bien la capital es Abu Dhabi, fue en Dubai donde se tuvieron los reflejos más rápidos para invertir los ingresos del petróleo desde 1966 y diversificar la economía, estableciendo zonas francas libres de impuestos y convirtiéndose en la meca del turismo en la región.
Gracias a las construcciones desmesuradas, las conexiones y el servicio de línea aérea Emirates y las inversiones en el segmento turístico de lujo, el destino comenzó hipnotizando a ricos y famosos del planeta, para luego volverse una escala aérea casi obligada entre Occidente y el continente asiático.
Por estos días, y con el objetivo de deslumbrar a todos con la organización de la Expo Mundial 2020, Dubai intenta posicionarse como la capital del entretenimiento de Medio Oriente: ofreceparques temáticos que recuerdan a Orlando, cuenta con la fórmula de malls de compras y playas de Miami, y suma hoteles en el desierto y torres con aguas danzantes como Las Vegas. Todo esto atravesado por la religión musulmana, sin casinos y con alcohol sólo para los turistas.
“Con gran visión para atraer inversiones, en 1979, el jeque de la dinastía Al Maktoum, Rashid bin Saeed (gobernó Dubai desde 1958 hasta su muerte, en 1990), ordenó la construcción de la torre del World Trade Center Dubai en la avenida Sheikh Zayed, y durante veinte años fue el edificio más alto de los países árabes. Hasta que se levantó el hotel Burj Al Arab, la famosa vela de 7 estrellas, aunque no existe tal categoría”.
Una y otra vez, Sandra (la guía colombiana que llegó a Dubai para el casamiento de la hermana y vive en esta ciudad desde hace 9 años) enumera las iniciativas decisivas de sheikh Rashid, el padre de sheikh Mohammed (actual emir y primer ministro de Dubai y vicepresidente de los Emiratos), que “encontró a Dubai con un siglo de atraso y la dejó dos siglos adelante”.
Poco y nada queda de la pequeña villa de pescadores que vivía de las perlas sacadas de las profundidades del mar hasta la gran crisis sufrida en los años 40, como consecuencia de la aparición de perlas cultivadas en el mercado y de la Segunda Guerra Mundial.
Siempre con un comercio marítimo fluido gracias al brazo natural llamado Creek, la ciudad nació en sus márgenes y quedó dividida por este accidente geográfico, que se cruza en tradicionales barcazas o abras.
Para rastrear la historia de Dubai hay que caminar por Al Fahidi. El distrito más antiguo es color arena, tiene calles angostas y casas reconstruidas, y es el único lugar donde pueden verse los captadores de viento en lo alto de los muros (estas torres canalizaban las ráfagas hacia las viviendas con patios rectangulares, como un primitivo aire acondicionado).
Con algunas paredes originales de 1787, en este barrio hay un fuerte que alberga el Museo de Dubai. Desde recreaciones bien logradas de la vida cotidiana en el Golfo Pérsico antes del descubrimiento del petróleo hasta fotos históricas de la construcción del puerto Jebel Ali, la planta desalinizadora, el túnel Shindagha o el puente Garhoud.
Son bienvenidas las explicaciones (en inglés y en árabe) de las costumbres de estas tribus, los siglos en los que se destacaron los buscadores de perlas, las casas levantadas con hojas de palmeras datileras, los campamentos de beduinos, la importancia de los camellos en las caravanas y los oasis.
Las leyes del desierto “Hay que sacarse los zapatos”. Najat saluda con una sonrisa al grupo de turistas que ingresa al Centro Cultural Sheikh Mohammed y señala una estantería de madera donde todos dejan el calzado antes de sentarse en el suelo para almorzar.
“Open doors. Open minds”, propone la tarjeta que cuelga de su cuello, en alusión a los objetivos del lugar de abrir las puertas y mentes para propiciar la comprensión y erradicar los prejuicios. Ella es de Yemen y da las charlas explicativas en inglés, con un gran dominio de los códigos occidentales, haciendo reír mil veces a los comensales.
Con una túnica negra y rosa pálido que arrastra por la alfombra roja con arabescos, ella aclara que ésta es la mesa (¿alguien camina con los zapatos sobre la mesa de su casa?) y ofrece agua de rosas para lavarse las manos. Igual que en las caravanas por el desierto. Empieza la ceremonia del café.
Nada sucede como se espera: un joven indio viene de lejos con un turbante blanco y una cafetera de plata, estilizada como un cisne, para servir un brebaje tibio y traslúcido hasta la mitad de una taza que tiene el tamaño del dedal de un gigante. Ofrece un dátil, el pan del desierto.
Se adelanta Sandra, la guía colombiana: “El café árabe con el dátil es la bienvenida, y no está muy caliente porque es para tomar en el momento. Si una estira la mano nos vuelven a llenar el pocillo (sin asa) a medias; en cambio, si giramos así la muñeca significa que ya es suficiente. ¿Qué quiere decir si alguien recibe la taza llena? Que al terminar el café (siempre con cardamomo) los anfitriones lo invitan a retirarse”.
Los invitados se van sirviendo curry, arroz y pollo en los platos para comer con tenedor y cuchara sobre las rodillas. Dicen que hay que comer hasta que no quede nada, y como cierre, tomar un té con gusto a menta en un vaso de vidrio.
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Con el correr de la charla, Najat va respondiendo los interrogantes que surgen sobre el Islam, los pilares de la religión y los cinco llamados diarios a la oración, así como las restricciones a “las demostraciones públicas de cariño” y el matrimonio, contando la historia de la dote, los arreglos familiares y el máximo de cuatro esposas (todas deben recibir las mismas atenciones y bienes, por lo que no es tan frecuente).
“¿Cómo hacen los hombres para lucir su vestimenta blanca siempre impecable? ¡Se cambian varias veces al día!”, se ríe con ganas la mujer de ojos delineados en negro, y aclara que la tradición de cubrirse el cuerpo tiene raíces culturales y religiosas, pero también responde a los fenómenos climáticos extremos del desierto, con un sol abrasador, las noches frías del invierno y las desesperantes tormentas de arena.
Los visitantes se prueban la ropa tradicional y agradecen las explicaciones que antes sólo se daban en la mezquita Jumeirah, la más importante de Dubai. Se los despide sacándoles fotos, entregándoles viandas con la comida que sobró y perfumándoles el cuello con un aceite natural que perdura todo el día. La última reflexión de Najat: “Es importante oler bien. Porque entre el calor y los camellos…”.
Desde la cima del mundo
“En la India no hace tanto calor. Yo soy del sur, de Kerala”, se queja del clima Sanil Ali, que vive en Dubai desde hace tres años vendiendo souvenires en el piso 125 de la torre más alta del mundo.
Con 828 metros de altura y el hashtag “tocar el cielo”, Burj Khalifa ofrece un mirador Vip en el nivel 148 y una terraza vidriada en el 124. En ambos casos, el centenar de rascacielos que se ve por los ventanales adquiere las proporciones de una maqueta amarillenta y gris, atravesada en diagonal por la propia sombra de Burj Khalifa.
En total, 12.000 trabajadores acumularon 22 millones de horas-hombre durante los 6 años de construcción. Le demandarían más de 7.534 años de ininterrumpidas jornadas de 8 horas para hacer este trabajo por su cuenta”.
A falta de agua, llueven cifras desde el cielo de Dubai. Y se venden libros que compilan las frases de sheikh Mohammed, como “Imposible es una palabra usada por gente que teme soñar en grande”.
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También desde las alturas, los vuelos en hidroavión de Seawings permiten tomar conciencia de las dimensiones de una ciudad que está creciendo en dirección al desierto. La obra en construcción de un sueño infinito.
Allá abajo están los obreros indios, paquistaníes, afganos, iraníes y libaneses que trabajan sin pausa, en turnos rotativos. Por muchos años más, las grúas le seguirán ganando a las dunas.
Se sobrevuelan el centro financiero y el Downtown, las estaciones de metro con forma de ostra (un homenaje a los antiguos buscadores de perlas), los proyectos ambiciosos como Dubailand, las torres de la Marina y los íconos: la nave blanca del Burj Al Arab que emerge de las aguas verdes del Golfo Pérsico y las islas artificiales de The World y The Palm.
Hogar temporal de Diego Maradona, el barrio tiene forma de palmera y en las hojas y el tronco se multiplican mansiones con playas privadas y hoteles cinco estrellas. Por ejemplo, el exclusivo One & Only o el lúdico Atlantis, que se destaca por los toboganes de su parque acuático, el acuario, los delfines y el monorriel de Palm Jumeirah, que conecta la isla con el continente.
El vuelo en el hidroavión termina con su aterrizaje en el Creek, y pocas horas más tarde, estas mismas aguas se cruzan a bordo de un abra (una barcaza tradicional con un asiento largo de madera en el medio) en el instante en que empieza a vibrar el llamado a la oración.
En la otra orilla, el calor convierte en tentación a un helado de pistacho y leche de camello, para endulzar la caminata por las calles que venden telas y los mercados (o zocos) de especias y oro.
“Madam, le puedo demostrar que sus aros no son de diamantes”, observa Hamza, la primera persona en tres días que, efectivamente, nació en Dubai. Sin embargo, afirma que su padre (vendedor de perfumes árabes) y él son de Hama, una ciudad del centro de Siria.
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Entonces, de un cajón saca un aparato que sólo hace ruido cuando identifica un diamante. “Para usted, madam –asegura–, por tratarse de usted que viene de Argentina y me gustaba mucho el juego de Batistuta, le dejo este anillo de oro y diamantes en 340 dólares cuando cuesta 450”.
Al ir conversando con los vendedores, la visita al Zoco de Oro –una galería techada con unos 300 negocios– termina rápido. En la entrada, un letrero aclara que no está a la venta el anillo de oro más pesado del mundo: se llama “Najmat Taiba” y tiene un certificado de los récords Guinness por ostentar 58.686 kg de oro.
Entre burkinis y dunas
El cielo nunca es celeste en el verano de Dubai y en el horizonte se mezclan la bruma marina y la arena. Mientras que el mes más húmedo es septiembre, las temperaturas más elevadas se registran en julio y agosto: en estas semanas lucen vacías las calles de la ciudad y, hasta que cae el sol, no hay ni un alma en los nuevos paseos comerciales diseñados para caminar al aire libre (Citywalk, Boxpark y JBR).
Tampoco hay mucha gente en Jumeirah Beach, la playa que permite nadar a pocos metros del Burj Al Arab. Desde el mar transparente, bien salado y caliente que baña la base del hotel 7 estrellas, se mira con vértigo hacia el helipuerto porque allí jugaron al tenis Roger Federer y Andre Agassi. Un pase de magia para Dubai.
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En las playas y parques acuáticos, los turistas pueden tomar alcohol y vestir el traje de baño que gusten (el topless está prohibido), pero si una pareja se abraza con entusiasmo, el guardavidas le hará señas hasta lograr que un pico sea el límite de la fogosidad. Las mujeres que son musulmanas dejan los jeans en los casilleros del vestuario y salen con las burkinis (una combinación de trajes de neoprene, túnicas y pañuelos).
“Dicen que el cielo es el límite para la ambición. Nosotros decimos: el cielo es sólo el principio”. Las frases de sheikh Mohammed se van materializando: el subterráneo funciona sin chofer, en forma automática, y ofrece wi-fi gratis y aire acondicionado tanto en las estaciones como en los vagones.
A diferencia del parque acuático Wild Wadi o los malls, en el metro se ven menos mujeres con sus cabezas cubiertas (incluyendo a las del vagón que no permite la presencia de hombres), especialmente en el horario en el que salen del trabajo o la facultad.
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Es que tomar el transporte público brinda una experiencia que no ofrecería ninguna excursión turística, como la que lleva a los visitantes al desierto para saltar en 4×4 por las dunas doradas, presenciar un show con halcones (es para mostrar cómo ayudaban a cazar a los beduinos), sacar fotos en el ocaso y cenar sobre las alfombras de un campamento.
Ojalá no fuera tan masiva la propuesta de viajar al pasado: el paseo en camello entre unas cincuenta camionetas, la comida buffet y el show de una odalisca que baila increíble, mientras algunos turistas se hacen tatuajes de henna y otros fuman shishas con sabor a manzana.
¿Qué otros sueños dorados guardará el desierto? ¿Qué temores encerrarán las noches en campamentos y los días en caravanas? Todos coinciden en que hay que volver, pero de noviembre a mayo. Como se suele bromear en Dubai, aquí hay dos temperaturas: el calor y el infierno.