La última vez que fueron vistos con vida, Luis Mónaco y Ester Felipe estaban ingresados en La Perla, uno de los centros clandestinos de detención y tortura que instauró el régimen militar que tomó el poder en Argentina tras el golpe de Estado en 1976.
La pareja compartió ahí con Ana Iliovic y Liliana Callizo, dos secuestradas que sobrevivirían a la detención.
«Yo tengo una nena, una niña chiquita», recuerdan que les contó Ester Felipe.
Recién un mes antes, había dado a luz a su hija Paula.
«Estaba aterrada. Aún no se conocían muchos casos de bebés tan chiquitos arrancados de los brazos de sus madres», le explica Iliovic a la BBC.
Luego de una semana detenidos, Luis Mónaco y Ester Felipe fueron «transferidos», una manera eufemística que se usaba para hablar del traslado de detenidos que terminaba en su desaparición forzada.
Hoy Paula Mónaco Felipe tiene 46 años y es una premiada periodista independiente, escritora, productora e investigadora que ha dedicado parte de su carrera a investigar los casos de desapariciones, no en su Argentina natal sino en México, adonde se mudó en 2004.
Cajita de voz
Desde pequeña, Paula supo que sus padres habían sido secuestrados por el régimen militar y que probablemente murieron como otros 30.000 argentinos detenidos en aquella oscura época, según constantan las cifras recogidas por organizaciones de derechos humanos.
Las fotos de Luis Mónaco y Ester Felipe estaban colgadas en las paredes de la casa de sus abuelos maternos, donde ella se crio.
«Mis papás siempre estuvieron muy presentes en mi casa, en mi familia siempre se habló mucho de ellos y se les nombraba en Navidad, en sus cumpleaños, en las comidas familiares de domingo», cuenta.
Entre los detalles de los ausentes que la familia guardaba había una serie de caseettes a través de los cuales Paula pudo conocer incluso las voces de sus padres.
«Estos casetes son muy importantes para mí. Aunque no los escuche siempre, aunque a veces, de hecho, no los quiera escuchar, son un tesoro muy bonito que ahí está», relató en el programa radial de la BBC Outlook, cuyo link puedes encontrar al final de este artículo.
«Pero tengo con ellos una relación ambigua», admite.
«Me pasa algo curioso, porque son voces que no reconozco. Aunque las haya escuchado varias veces, no es lo mismo que reconocer el timbre de voz de alguien que uno tiene en la vida cotidiana».
Aún así, «es como una cajita que puedo abrir y que salga algo maravilloso, una huella humana muy personal, muy propia de personas que sí existieron en algún lugar», dice del único que ella conserva.
«Porque la desaparición forzada es un mecanismo tan perverso que hasta hace parecer que estamos locos, que los desaparecidos -y más con el paso del tiempo- no existieron nunca».
La noticia de Paula
La tradición de intercambio de cintas de la familia materna de Paula Mónaco Felipe, comenzó luego de que su tía Liliana Felipe saliera al extranjero en 1975.
Reconocida cantante, pianista y compositora, Liliana partió de gira por América Latina y cuando se quedaba por un largo tiempo en el algún lugar, enviaba la dirección postal y las novedades que tenía en un casete.
Es en uno de ellos donde se escucha a Ester Felipe saludando: «Hola Liliana, ¿cómo estás? Me imagino que bárbaro».
En otro, Luis Mónaco le anuncia a la tía Liliana que llegaría al mundo la pequeña Paula: «Y bueno, la novedad más feliz que tenemos en los últimos tiempos es el embarazo de Ester».
Los casetes iban y venían.
El 24 de marzo de 1976, militares realizaron un golpe de Estado en Argentina e impusieron la ley marcial. Suspendieron las garantías constitucionales, disolvieron el Congreso, aplicaron una estricta censura a los medios y formaron una Junta Militar gobernante.
Miles de trabajadores, sindicalistas, estudiantes y activistas fueron detenidos sin juicio ni debido proceso bajo el llamado «Proceso de Reorganización Nacional», enfocado principalmente en desmantelar a guerrillas de izquierda.
Muchos detenidos terminaron en centros clandestinos de detención, tortura y exterminio instalados a lo largo de todo el país. El miedo y el control social crecieron. La gente cuidaba lo que decía.
«En esos tiempos había listas negras de canciones que no se podían poner en la radio. Y si una radio las ponía, la censuraban o la cerraban. La gente también quemaba los libros, los escondía», explica Paula Mónaco.
Pese a todo, la correspondencia de casetes de la familia continuó.
En una cinta, Luis Mónaco grabó un fragmento de «Para la libertad», una canción de Joan Manuel Serrat basada en un célebre poema del dramaturgo y poeta español Miguel Hernández, muerto a los 31 años de tuberculosis, encarcelado en medio de la Guerra Civil Española.
La letra habla sobre la lucha contra el fascismo y el autoritarismo.
En esa grabación, le dice a Liliana: «Pienso que de lo único que nos sirve esto es como elemento que le haga llegar nuestra voz permanente, nuestro aliento permanente para todos. Nuestro cariño, nuestro recuerdo… Que las cosas se definan bien un día y que podamos vivir bien un día, todos».
Luis Mónaco estaba desafiando la censura.
«El tono en que habla mi papá, la canción que eligió, es como muy críptico. Y de eso no me había fijado antes», señala Paula Mónaco.
El secuestro de Luis y Ester
El miércoles 11 de enero de 1978, la dureza del régimen militar golpeó a los Mónaco Felipe.
Aquel día, en un operativo paralelo, los «milicos» se llevaron por la fuerza a Ester y Luis en la localidad cordobesa de Villa María, tras irrumpir en la casa de los Felipe y en el apartamento de la familia.
Él partía el jueves temprano a un viaje rutinario de trabajo, y al estar ella recién parida habían decidido que era mejor que esa noche durmiera con sus padres por si necesitaba ayuda.
Paula tenía solo 25 días de nacida.
El hecho de que haya sido una operación coordinada en dos lugares distinto prueba que hubo un trabajo de inteligencia previa, indica Paula.
«Mis papás eran guerrilleros. Estaban en el ERP, el Ejército Revolucionario Popular, una organización que los militares consideraban peligrosa para su régimen», dice. «Y tenían una doble vida que ni siquiera la familia conocía».
Maniatados y con los ojos vendados, Ester Felipe y Luis Mónaco fueron secuestrados e ingresados al infame centro clandestino de detención de La Perla, ubicado a las afueras de la capital cordobesa.
«A la mayoría de los que estaban en La Perla se los llevaron para matarlos», afirma Ana Iliovich, quien era una estudiante de 20 años cuando fue llevada allí en mayo de 1976, dos meses después del golpe de Estado.
Ana es una de las últimas personas que vio con vida a Luis y Ester.
«Habíamos dos personas que en ese momento dirigíamos la comida. Me acerqué a ellos para ofrecerles algo de comer. Y la mamá de Paula, Ester, me agradeció que pudiéramos conversar. Fue un momento. Después iban y volvían las guardias, que no te dejaban ni hablar», explica.
Desaparecidos en Argentina
1976-1983
30.000
personas desaparecidas
- 1.200 cuerpos han sido encontrados por el EAAF.
- 710 han sido identificados.
- 300 restituciones se han hecho hasta ahora.
Ella y Liliana Callizo -quien luego fue testigo crucial en los juicios contra los militares-, le contaron a la familia de Paula Mónaco sobre el asesinato de sus padres.
«Coinciden en que más o menos mis papás estuvieron dentro de La Perla, vivos, durante una semana. Después los fusilaron y desaparecieron sus cuerpos, como el de todas las personas que pasaron por allí y no sabemos dónde están», afirma Paula.
«Mi abuela Esther tuvo una depresión muy fuerte, se enfermó y prácticamente murió de tristeza. Mi abuelo, Gregorio, en cambio, se transformó en una persona activista, militante político, uno de los fundadores de organizaciones de derechos humanos», explica la destacada periodista.
Unir las piezas
En medio de la tragedia, la comunicación con casetes entre Liliana y la familia perduró por años, así que la misma Paula hizo parte de ella.
«Por lo general, cuando llegaba un casete nos reuníamos al domingo siguiente», relata. «Recuerdo que en casa había una grabadora negra, que pesaba como un ladrillo, y que para la familia era muy emocionante el momento de grabar las respuestas«.
«Mi abuela le preguntaba cómo estaba de peso, si más gordita o más flaquita, porque le estaba tejiendo un suéter. Mis tías le tenían novedad de que alguna estaba embarazada. Se iban pasando las novedades», explica.
Con los años, Paula comenzó a recolectar lo que ella llama un «botín de recuerdos».
«Tengo una carta que mi mamá le escribió a mi tía después del parto, en la que le hablaba un poco de mí, y un videito en el que está cantando».
«También una foto con mi mamá y dos con ambos. Las únicas que hay».
«A mí papá lo he ido descubriendo más lentamente. Como crecí con la familia materna y él además era fotógrafo y el que tomaba las fotos de mi mamá, mis primos, mis tíos, y las poquitas que alcanzó a tomar de mí, casi no había visto imágenes de él».
«Pero hace unos diez años, lo descubrí en unos videos del canal de la Universidad Nacional de Córdoba, donde trabajó como periodista».
«Fue muy emocionante», comparte.
Del activismo al periodismo
La restauración del gobierno civil en Argentina llegó en 1983 y a partir de entonces inició un proceso de juicio a los jefes militares responsables de las desapariciones.
Pero el silencio de los implicados ha impedido localizar el paradero de la mayoría de ellos. Luis Mónaco y Ester Felipe están en esa lista.
«Es un poco desesperante habiendo transcurrido 45 años. Hasta en la guerra se permite enterrar a los muertos. Pero esos militares argentinos no tuvieron ni una rayita de decencia como para decir dónde están los muertos«, indica Paula.
«Los responsables de La Perla están claramente identificados y sentenciados, con varias condenas cada uno. Lo que nunca han dicho es dónde pusieron los cuerpos. De hecho, hasta en alguna audiencia de los juicios se han hasta enorgullecido de sus acciones».
Desde muy chica, Paula se vio fuertemente influenciada por su abuelo Gregorio en el activismo por los derechos humanos y la búsqueda de la verdad y la justicia, y participa desde 1995 en Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.).
Y aunque estudió comunicación, rechazaba el periodismo, pues recuerda que creció «viendo esos medios afines al poder y a la mentira y al silencio» que le causaban rechazo.
En 2004 decidió partir a México a hacer en la UNAM un posgrado de política y comunicaciones, pero por casualidad encontró un trabajo en un periódico nacional en el que colaboró en las secciones de noticias internacionales, deportes y gastronomía.
Los temas de desapariciones forzadas los veía con distancia, prefería concentrarse en otras temáticas, como si no le correspondiese, explica. Hasta que comenzó a sentir que podía trabajar como cualquier periodista, con rigor, y tal vez aportar algo más por tener esa experiencia en la piel.
«Tenemos nuestra personalidad teñida por lo que hemos vivido y yo soy hija de dos personas desaparecidas, alguien que creció con la ausencia y con la desaparición. Entonces he dejado de pelear con eso«, reflexiona.
- 100.017desaparecidas y no localizadas.
- Hombresson el 74,7%.
- 20-39 añoses el rango de edad de la mayoría de desaparecidos.
- Estadoscon más desaparecidos: Jalisco, Tamaulipas, Estado de México y Nuevo León.
Fuente: Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de México (1964 – 16 de mayo de 2022)
Desde hace unos años, ha dedicado parte de su trabajo a los derechos humanos en México, un país que en seis décadas ha contado más de 100.000 desaparecidos, decenas de miles de ellos en las últimas dos décadas producto de la violencia criminal y el narcotráfico.
El caso de los 43 estudiantes desaparecidos el 26 de septiembre de 2014 la llevó a escribir el libro «Ayotzinapa. Horas eternas», descrito como uno de las obras más importantes de esos trágicos sucesos.
También ha sido reconocida en dos ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, en 2019 junto a Wendy Selene Pérez Becerra y Miguel Tovar por «Los jornaleros forenses», un reportaje en profundidad sobre seis hombres que buscan en fosas clandestinas lo que queda de quienes ahí fueron escondidos, y en 2021 junto a Wendy Selene Pérez Becerra, Luis Brito y Miguel Tovar por «Traficantes de ADN», una crónica de cómo se lucra con el dolor de las familias que buscan a miles de desaparecidos.
«La desaparición forzada nos va enloqueciendo, a la familia por un lado, y a la sociedad también, hasta el punto de crear disfunciones que nos hacen hasta dudar de la existencia, que nos hacen olvidarnos de muchas cosas», considera.
«Esos casetes, así como las fotos, como algunos objetos, una cadenita o una taza, el pantalón, la camisa que nos quedó, son pruebas de que existieron en algún lugar».