Dejó la escuela en quinto grado y estudió 100 lenguas por su cuenta

Riccardo Bertani es un campesino que se dedicó a estudiar idiomas y dialectos de todo el mundo, más de 100, de los cuales tradujo cuentos y fábulas, y escribió diccionarios y analogías sobre lenguas remotas y en extinción, desde su casa en Campegine, cerca de Reggio Emilia, Italia. El señor Bertani estudió más de 100 lenguas, sin moverse de su casa, y possee una colección de libros y diccionarios única en el mundo. Foto: Cézaro De Luca

Riccardo Bertani, un campesino de 86 años, vive en la casa donde nació y nunca salió de Italia. Clarín fue a visitarlo. «Detesto que vengan a verme como al mono del circo», dijo. Y contó su historia.

Historias de superación
“No sé bien cuántas lenguas conozco. No las he contado. Están las publicaciones y los escritos que hice, que son cientos. Pero ni siquiera yo mismo lo creería si vienen a decirme que alguien habla más de cien lenguas.” Palabras de Riccardo Bertani, el campesino italiano que abandonó la escuela en quinto grado, estudió solo durante 70 años y se convirtió en un erudito autodidacta: jamás cruzó la frontera y sin embargo domina la geografía lingüística de tierras remotas, de dialectos en vías de extinción.
“Hice cinco años de primaria y luego me escapé. La escuela me resultaba castrante. Me tenía cautivo. Y yo esperaba siempre aprender algo más allá de lo que me enseñaba la escuela -dice Bertani-.

Cuando terminé el quinto grado volví a mi casa y dije: ‘Basta de la escuela y de los maestros’. A mis padres nos les quedó otra más que aceptar mi decisión.” Bertani -soltero, nacido y criado en Campegine, en la provincia de Reggio Emilia-, tiene 86 años y una inexplicable devoción por las lenguas siberianas, manchurias, eslavas, finlandesas y turcas que se empeñó en aprender, sin ayuda ni método de estudio, en la soledad de los campos de Campegine, un pueblo agrícola de dos mil familias del cual su padre fue el primer intendente del dopoguerra.
Riccardo Bertani muestra un libro con el que estudió en la escuela, uno de los que motivó su abandono tiempos del fascismo (Foto: Cézaro De Luca)
“Ojo que entiendo todas esas lenguas y las sé leer pero no me pida que las hable porque no sé hacerlo -dice-. Aprendí el ruso en tres o cuatro meses con un diccionario y una gramática que encontré por ahí. Al poco tiempo ya leía el periódico Pravda. Pero no lo hablo. Las primeras traducciones las hice del ucraniano. Pero detesto que vengan a verme como al mono del circo.”

Está en una de las dos habitaciones de la planta baja de la casa en la que nació en 1930, la misma que donó, junto con su biblioteca y sus obras completas, a la comuna de Campegine. Aquí pasa horas, desde la madrugada hasta después de almorzar, escribiendo a mano -“antes lo hacía con lápiz negro, hoy con birome pero jamás con máquina de escribir”- sobre las páginas vacías de agendas de otras décadas.
Una agenda utilizada por Riccardo Bertani para estudiar la lengua de los Onas. (Foto: Cézaro De Luca)
Nunca está solo. Los vecinos van rotando y se arman lindas tertulias ante la mirada congelada del retrato de Tolstoi que Bertani pegó en una vitrina.

El escritorio está bien nutrido: un diccionario, de su autoría, que compara la lengua que habla una tribu íbero-caucásica con el italiano y con la lengua vasca, un diccionario mongol-italiano y hasta una traducción de antiguas leyendas tehuelches.

“Me interesé mucho por los onas de Tierra del Fuego, una tribu cuya lengua tiene paralelismos con la de una tribu de Kamchatka y que conservó su idioma porque quedó aislada en la Patagonia”, dice Bertani, de espaldas a una valija de cartón -como la que los inmigrantes de principios del siglo XX traían a la Argentina-, arcón de todas sus publicaciones.
Riccardo Bertani ha realizado la traducción de las «Leyendas Tehuelches de la Patagonia». (Foto: Cézaro De Luca)
Es una casa campesina, de dos pisos y rodeada de tierra para cultivar. “He sido un pésimo campesino o un campesino en el lugar equivocado -ríe Bertani-. Hacía el trabajo pero mi cabeza estaba más allá de los montes Urales. Para mí, sumergirme en las lenguas es entrar en otra dimensión.”

Todavía hace frío y el piso de baldosas hiela hasta la suela de los zapatos. Bertani tiene, debajo del escritorio, un tablón del madera donde apoya sus pies. Cada tanto su gata le hace compañía a sus zapatos.

En 1996 donó su patrimonio -los volúmenes que escribió más los cientos de revistas filológicas, diarios culturales, libros y diccionarios que fue acopiando- al municipio de Campegine, que hoy se ocupa de él. Todas las mañanas lo visita una enfermera y dos veces al día le mandan una vianda con la comida calentita.

Su casa es una prolongación de la biblioteca de Campegine. “Esta biblioteca es, sin intención de ser presuntuoso, única en cuanto a los diccionarios, gramáticas y tratados lingüísticos -dice este hombre que vive rodeado de libros que ya han sido catalogados-. Me dedicaba a estudiar. La lengua que me atrajo sobre todo es el yakut, de Siberia nororiental y las lenguas de Finlandia y Estonia.” .

-¿Hay una lengua que explique una idea mejor que otras?

-Me interesan todas las lenguas. El pueblo que pierde la propia lengua pierde la propia identidad. Además, un idioma no vale cuando no se piensa en esa lengua. Por eso creo que el dialecto no se debe enseñar en la escuela ni hacerlo hablar a los chicos. El nuestro era un dialecto agrícola campesino pero que hoy no tendría más significado.

Bertani no madruga más para escribir a mano en páginas de días ya vencidos, de agendas ya vividas. Dice, como quien admite una derrota, que no se levanta, como solía, a las tres de la mañana para rastrear afinidades lingüísticas en idiomas casi desconocidos para el común de los mortales. No más a las tres. Sino a las cinco.