Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, cumple cien años, y los amantes de la literatura infantil (y de la buena literatura en general) lo siguen recomendando a las nuevas generaciones. Por la fuerza del lenguaje y de las imágenes, por el realismo y la potencia con que plantea los conflictos humanos, el libro es un clásico único y salvaje, de esos que no ofrecen moralejas, sino que hacen de la lectura una experiencia inolvidable.
Como dice Ana María Shua, los ocho cuentos que integran el libro «son perfectos, de la más alta calidad». «Los disfruté cuando era chica y los disfrutaron mis hijas treinta años después. Son geniales. La naturaleza es paisaje, pero, también, personaje. Los animales hablan y sienten como personas, pero no están groseramente humanizados. Al contrario, parte del atractivo de los textos es el minucioso realismo con el que se cuentan sus características y sus hábitos: qué comen, dónde viven, cómo cazan, cómo juegan. Quiroga no necesita demorarse en ninguna descripción. Es siempre a través de la acción que el lector se entera de todo lo que necesita saber».
Desde que los derechos son de dominio público se publicaron muchas ediciones: ilustradas (Medina rescata la de Alcalá Grupo Editor, de España), económicas para la escuela (Planeta Lector y Grandes Obras de la Literatura Universal, de Norma) y de colección como la edición aniversario de Loqueleo, con ilustraciones de la artista plástica Alejandra Knoll. «Tiene un dossier con textos de Liliana Bodoc y Ricardo Mariño, entre otros. Hay fotos, una biografía muy completa, tapas de ediciones históricas. Vendimos más de 6000 ejemplares solo en el primer semestre porque lo piden de muchas escuelas», cuenta la editora María Fernanda Maquieira. Y agrega: «Es un libro fundamental, que se sigue leyendo porque Quiroga ha construido un universo auténtico, fuerte y emocionante. Gusta a chicos y a grandes porque los hace entrar en una aventura increíble, pero además hay una forma de contar esas historias sin ornamentos, directa y visual, sin ñoñerías ni moralejas. Para su época, Quiroga fue un avanzado, un maestro del cuento».
La periodista y autora Graciela Melgarejo lo leyó por primera vez en el secundario, en la edición de Losada de 1956, «que era de mi padre y que hoy todavía conservo, encuadernada, en la biblioteca». «Más tarde, regalé el libro muchas veces, y por tradición y por gusto siempre en ediciones de Losada -recuerda-. Sé que estos textos perduran porque son perfectos y tan inolvidables como los Cuentos de amor, de locura y de muerte, pero los ‘de la selva ‘ están escritos con amor, ternura y humor».
Sobre la vigencia cien años después, Medina concluye: «Releer hoy en día Cuentos de la selva es un desafío a la imaginación y al placer de encontrarse con uno de los mejores narradores del relato para niños en lengua española».