Qué se puede despachar en la valija y qué no, las dudas sin fin y las conclusiones desopilantes de algunos viajeros. Visto y oído en el aeropuerto.
–¿Sabés si puedo pasar con el termo lleno de agua caliente? –les consulta Edgardo a todos los que crucen la mirada con la suya, en su deambular por el hall con la matera al hombro. Ya terminaron el trámite del check-in con su esposa y despacharon la valija. Dos pasajeros balbucean “ni idea” y otro arriesga un “creo que no”. El personal que trabaja en el aeropuerto tiene que saber, piensa.
–Disculpe, ¿usted me puede decir si puedo pasar los controles con termo lleno de agua caliente?
–¿Necesitan contratar asistencia al viajero? –repregunta la vendedora sonriente.
–Gracias, ya tenemos –le dice Edgardo por inercia. Encara a una morocha de trajecito.
–Al final del pasillo, a la izquierda, suben la escalera mecánica, pasan los controles y, después, viene Migraciones.
–Gracias, pero ¿puedo pasar con…? –no termina.
–A ver el boarding pass: el embarque de ustedes empieza a las 10 por la puerta 8. Tienen tiempo.
Ya sin interlocutores y, como llegaron a Ezeiza con más de tres horas de margen, se quedan tomando mate ahí mismo, al lado de la gente que espera para el check-in. En la cola hay 35 jubilados, con remeras amarillas que dicen en fucsia: Florianópolis. Pura euforia y voces chillonas. Comentan el caso de la pobre Blanca, perdió el DNI, con los nervios que tenía, no aparece por ningún lado, recién la vino a buscar el hijo porque no puede viajar, con la ilusión que tenía, pobre Blanca.
–¡Y esta parejita tomando mate! ¿Vinieron a despedir a alguien? –quiere saber la jubilada Elsa.
–No. Vamos todos en el mismo avión, pero no sabíamos si se puede pasar con el agua en el termo.
–¿Y no pueden pedir agua en algún restaurante?
–Sí, pero por las dudas…
–Hacen bien. La otra vez a ella (Elsa señala a su amiga Marta), íbamos a Cataratas, le sacaron un cuchillo del bolso de mano.
–¿¡Un cuchillo!? Eso sí está prohibido. No se pueden llevar alicates… Nada que corte.
–Uy, ¿me sacarán esta tijerita? La tengo siempre en la cartera y no me di cuenta de dejarla –se preocupa Elsa.
–No creo que pase con esa tijera, señora. ¿Por qué no la guarda en la valija? Todavía está a tiempo.
–¿Y mis remedios? No me los pueden quitar, ¿no?
–Con las pastillas no hay problema. Nada de líquidos. Perfumes no. Champú tampoco.
–Nos dijo el guía que están permitidas las cremas chiquitas pero envueltas en una bolsa tipo ziploc.
–Claro. Por el terrorismo. A veces te hacen sacar los zapatos y el cinturón. La notebook va aparte –dice Edgardo y repasa mentalmente todas las veces que sonó el detector de metales en distintos aeropuertos aunque había seguido al pie de la letra todas las intrucciones.
–El celular, el reloj, las monedas… –enumera Elsa.
–¡Ah! Recién ahora veo que usted ¡también lleva el mate! ¿Qué piensa hacer con el agua caliente? –se asombra Edgardo. ¿Por qué esta mujer no empezó por contarle qué piensa hacer ella con el agua caliente?
–Mi termo está vacío. Total para qué. Nos dijo el guía que había que despachar la bombilla.
–¿Está segura que le entendió bien al guía, señora? Por lógica, la bombilla es algo totalmente inofensivo… –Edgardo está convencido: seguro que hubo un malentendido por parte del guía o de Elsa. Pero no tiene ganas de discutir. Termina su mate y sube las escaleras mecánicas con su mujer, con rumbo a los temidos controles del aeropuerto.