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Azul profundo: Francia no quiso dar lecciones, sino ser finalista

SAN PETERSBURGO.- «¿Por qué no nací francés?». El lamento en un clásico del teatro ruso de fines del 1700, cuando la refinada San Petersburgo de los zares hablaba en francés, jamás imaginó que, más de dos siglos después, el francés más renombrado sería un símbolo de la periferia parisina como Kylian Mbappé, negro de padre camerunés y madre argelina. Y que su acompañante sería Samuel Umtiti , negro de Yaoundé, emigrado a Francia al año de vida, y a quien Camerún quiso incorporar a su selección cuando él ya había elegido París. El compañero de Leo Messien Barcelona saltó a los seis minutos del segundo tiempo y, favorecido por un desvío en Marouane Fellaini, belga que podría jugar para Marruecos, anotó de cabeza el 1-0 que colocó a Francia en su tercera final en seis mundiales, a veinte años de la gran conquista de 1998.

La pelota parada, otra vez (y ya van 69 de 158, el 44 por ciento del Mundial ), definió un buen partido, que amagó mucho más de lo que prometió, acaso porque a Bélgica le faltó remate a su juego elaborado. Ganó la posesión (60-40), pero perdió por goleada en remates al arco (9-19). Eden Hazard, que arranca como Andrés Iniesta y gambetea como Juan Román Riquelme, desequilibró en una gran primera media hora, pero terminó muy individualista, poco asociado con Kevin de Bruyne y mucho menos con Romelu Lukaku, líder desaparecido. Todo lo contrario fue Mbappé, hábil como siempre en el uno contra uno, pero más colectivo, algo que la Francia más arrogante siempre alecciona a Bélgica, en la histórica y tensa relación entre dos vecinos animadores centrales del Mundial ruso.

La rivalidad, no precisamente sudamericana, careció de calor en las tribunas, sin clima en la previa, con vacíos y camisetas peruanas en primeras filas. En los minutos decisivos del final, más insólito aún, el estadio gritaba «Rusia, Rusia» o «Brasil, Brasil», hinchas que, luego, en la caótica salida del subte, cantaban «argentino inmundo» y aquello de los mil goles de Pelé que buscan ofender a Diego Maradona.

El espectáculo, aunque faltó más decisión belga en los desesperados momentos finales, estuvo en la cancha, con Mbappé y Hazard haciendo malabarismos, aunque el primero tuvo a su lado a un Antoine Griezmann que lo dejó lucir y a Blaise Matuidi ofrecido siempre como descarga, todos bajo el descanso auxiliador de N’golo Kante y la fortaleza de Umtiti, elegido el mejor del partido por el gol más que por su juego. Francia, verdugo de Perú, Argentina y Uruguay, fue otra vez un bloque sólido. Más calcio que champagne. Si hasta dio la impresión de que, si el partido duraba más, su victoria hubiese sido aún más cómoda.

Entonado por su línea de cuatro en la defensa en el resonante triunfo de cuartos de final ante Brasil, Bélgica inició el juego con un esquema 4-3-3, con Nacer Chandli corrido al lateral derecho. El volante de origen marroquí fue héroe del agónico 3-2 ante Japón, en los octavos de final, pero ayer, aún cuando pasó luego al medio campo, fue símbolo de la opacidad belga: mal en la marca, peor en las proyecciones.

Roberto Martínez, director técnico español formado en la Premier League, apostó otra vez a la posesión y a ciertas libertades individuales, como Tintin, héroe del cómic belga, derrotado ayer en su lucha contra Asterix, galo más nacionalista y pragmático, como Didier Deschamps, entrenador de Francia, hostigado por la prensa de su país aún en primera etapa del Mundial, pero hoy tan sonriente como cuando era capitán y levantó la Copa del Mundo en 1998.

Su mando se advirtió especialmente en los minutos finales, cuando goleadores como Griezmann y Olivier Giroud se pararon a los costados de Kanté para defender el 1-0. A Bélgica le faltó precisión y acaso algo de carácter. Y, las pocas veces que quebró el muro de Raphael Varanne-Umtiti, chocó contra el arquero capitán Hugo Lloris, que parecía el punto más flojo antes del Mundial, pero que en San Petersburgo cumplió una nueva gran actuación, igual que su colega Thibaut Courtois. Los dos mejores arqueros de la Copa también fueron responsables del magro 1-0.

Bélgica país, siempre a la sombra histórica de Francia, siguió funcionando aún cuando en 2011 cumplió un record histórico de 541 días sin poder formar gobierno. «¡Al fin campeones del mundo!», tituló el diario De Standaard el día del acuerdo. La selección que más unió a francófonos y flamencos, acaso la mejor generación de jugadores de toda su historia, creyó encontrar en Martínez al hombre que, por fin, haría realidad aquel titular irónico de 2011. Pero Francia fue mejor. No quiso dar lecciones, sino ganar. Y lo hizo liderada por Mbappé, la perla del bulevar periférico, de la banlieue, inversión coloquial de lieu du ban, literalmente, lugar del destierro.

Fue el más atrevido. Un bailarín francés de la San Petersburgo opulenta de los zares, pero de Siglo XXI, negro y con la pelota, como cuando asistió con pisada y taco a los diez minutos del complemento a Giroud. Esa jugada puede ser la joya del Mundial y lanzarlo inclusive a Balón de Oro si Francia gana la final el domingo en el estadio Luzhniki de Moscú. Podrá ser un premio a su selección poblada por hijos de africanos, una ilusión de inclusión que ofrece la pelota en un mundo más hostil.

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