La biohacker Janine Medina estuvo en la Argentina para contar cómo es vivir con un chip en la mano y cuál es el futuro de la combinación del hardware con el cuerpo humano
La semana pasada estuvo en Buenos Aires, donde implantó 25 chips bajo la piel a personas que fueron a la conferencia Andsec. Cada uno, tenía un valor de US$ 25 y los turnos se agotaron rápidamente. El kit para insertarlo incluía la jeringa con el chip adentro, guantes, curita, gasas, alcohol y una tela para evitar que el brazo tenga contacto con otra superficie durante la instalación.
Su pasión por el biohacking (que incluye entre otras cosas la implantación de chips y que ayuda ampliar las capacidades físicas y mentales del ser humano) empezó hace 12 años, cuando trabajaba en el Ejército estadounidense. «Lo que notaba era que el historial médico de los que estaban en el servicio era muy diferente al que tenían después. Es decir: no podían tener un registro único para toda su vida. Ese fue mi disparador para empezar a pensar en el poder del biohacking». Medina hoy trabaja en sistemas únicos informáticos que llevan el historial de las personas. Datos, por supuesto, muy sensibles. «El objetivo es más adelante que puedas llevar tu historia clínica a donde sea que vayas», explica. «Si yo ahora me desmayo no sabés más que mi nombre, no podés saber información útil que puede, quizás, salvarme la vida», explica.
Hardware implantado
Medina ya hizo pruebas en eso de «llevar tu historia clínica a todos lados». Su tesis la hizo en base a la implantación de chips en personas que tienen algún tipo de asistencia social. Quiere ayudarlos a que puedan ser identificados de manera más rápida, «para poder ofrecerles ayuda inmediata». Junto a un amigo (especialista en hardware; ella, en software), empezaron las primeras pruebas en 2016. El dispositivo llevaría algunos datos médicos como antecedentes o tipo de sangre. «Nina» -como le dicen- se animó a un chip en el brazo derecho que, por problemas cutáneos, no se pudo adaptar y hoy solo le queda la cicatriz.
En el izquierdo, cerca del húmero, hicieron otro intento de manera diferente: le armaron una especie de bolsillo en la piel para alojarlo. Tampoco funcionó: el chip se rompió, esta vez porque el «espacio era demasiado pequeño». Nina decidió igualmente dejar el testigo adentro para experimentar «cómo cicatriza» y sumar más pruebas a su laboratorio.
Los que sí funcionan están en sus manos. En la derecha lleva un chip RFID. Mide aproximadamente 12 milímetros de largo y dos de ancho. Lo utiliza para suspender la computadora si es que se aleja a más de 60 centímetros, algo que la ayuda a proteger los datos sensibles con historiales médicos que tiene en su computadora.
En la otra mano posee un chip NFC (como el que usa la SUBE al pagar el pasaje), hoy en desuso. La utilizaba para entrar a su lugar de trabajo en Seattle. «Para ir a abrir la puerta, no necesitaba que alguien lo hiciera. Acercaba la mano y listo. Próximamente lo voy a programar para otra cosa», adelanta. Estos tres chips que hoy tiene en su cuerpo le impiden realizarse resonancias magnéticas.
El fenómeno del biohacking no es nuevo. Amal Graafstra se puso un chip RFID en la mano en 2005 para abrir la puerta de su casa sin llaves. Hace más de una década se usaba en Estados Unidos para identificar empleados. En América latina algunos ejecutivos los utilizan para ser localizados constantemente. En 2016 el Club Atlético Tigre hizo una campaña para insertar chips en la mano de sus socios para facilitar su identificación al entrar en la cancha. Una investigación de 2014 realizada por la consultora D’Alessio IROL en el país revelaba que 7 de cada 10 personas evaluarían la posibilidad de colocarles chips a sus hijos si fueran útiles para cuidar la salud. Según algunas estimaciones ya hay 5 mil personas en los Estados Unidos que utilizan estos chips para desbloquear puertas, abrir autos, entrar a trabajos, sin necesidad de portar tarjetas de acceso. En Europa, cifras similares. Dangerous Things es uno de los mayores proveedores mundiales de implantes. Ahí trabajó hasta hace un tiempo Medina. «Esto ayuda a simplificar tu vida», señala.
-Pero da un poco de miedo.
-Ah, ¿sí? ¿Cómo te sentirías si ahora mismo te saco el teléfono? Yo creo que ya estamos insertados en esa época. Y es más: tu teléfono tiene mucho más información que la que yo tengo en mis chips, eso seguro. Dependemos tanto de la tecnología que ya no sabemos cómo separarnos de ella.
-¿A vos no te asusta?
-El biohacking no debería ser atemorizante. La imaginación de la gente lo convirtió en eso. Cuando aparecieron los implantes, las prótesis, nadie le tenía miedo. Porque te permitían sufrir menos, porque hacían que volvieras a caminar. Pero son pedazos de metal adheridos a tu cuerpo; eso también es biohacking. El mayor problema, creo, es la información que circula.
-Pienso en tu gran objetivo, el de llevar información médica encima. ¿Qué podría pasar con el robo de información de ese tipo?
-La información médica será y es un gran commodity. Porque con eso vos podrías hacerte pasar por otra persona. La mayor parte de mi trabajo tiene que ver con evitar que otras personas puedan acceder a ella. Por eso es clave el software, que es lo que más a mí me interesa. Alguien, por ejemplo, podría vender tu información médica y hacerse pasar por vos, es una realidad. Pero será una decisión personal cuánta información quieras poner en el chip, como así también los modos en que cuidás la información que tenés en el teléfono. Biohacking es también trabajar mucho en infraestructura y seguridad; no es solo ponerse chips. Hay que ponerle capas de seguridad. Mi mayor objetivo en la vida también es que la información médica de los pacientes no vaya a donde no tiene que ir.
Medina es una de las organizadoras voluntarias de DefCon, una de las conferencias más importantes de esta temática, que se realiza a fines de julio en Las Vegas. Sus tópicos de rutina tienen que ver con este tema. La mayoría de sus amigos tiene implantados chips. «Me muevo en ese mundo», sonríe.
«Podés tocar si querés, pero aflojá el brazo porque puede lastimarme», invita Medina. Se arremanga y guía con su mano. «Podés hacer tu vida normal, no tenés que tener ningún cuidado en especial», asegura. «De hecho, el otro día me golpée la mano y no me pasó nada. En muchos momentos me olvido completamente que lo tengo puesto», asegura.
-¿Estás pensando en insertarte chips adicionales?
-Tal vez. Hay una nueva tecnología que se llama microfluidos. En los diabéticos permite por ejemplo medir en sangre el nivel de azúcar en forma constante. No tenés que estar pinchándote para saber. Esta misma tecnología sirve para medir los problemas renales. Mis riñones no funcionan tan bien como quisiera, y lo utilizaría para medir mejor el sistema. Creo que finalmente este tipo de movimiento va a ayudar muchísimo a la medicina.