Charles Duke guió desde la Tierra a los tripulantes de la Apolo. Tres años después pudo viajar. ¿Por qué dejó allá una imagen de su esposa e hijos?
¿Un astronauta puede creer en Dios? Estamos frente a uno que viajó a la Luna y dice que sí. Charles Duke, 83 años, moñito michi pintado con los colores de la bandera de los Estados Unidos y smoking de los que se usan para una gala homenaje, le cuenta a Viva que, a él, Dios lo guió muchas veces.
Lo dice en tono suave, evangelizador. Con una calma que sólo puede ganarse después de varias tormentas. Viva y Duke conversan mientras alrededor se va moviendo el engranaje de una mega fiesta organizada por la marca de relojes Omega para conmemorar el 50 aniversario de la exitosa Misión Apolo 11. Los invitados son de rubros tan diferentes que si uno levanta la vista puede cruzarse con los rostros de ex astronautas legendarios, influencers que tienen millones de seguidores en sus redes sociales, empresarios de todas las edades, periodistas de distintos países del mundo, actores top como George Clooney y hasta ex tenistas como Juan Pico Mónaco. El lugar: parte de las instalaciones del Centro Espacial Kennedy, justo debajo de un cohete Saturno V de 110,6 metros de largo que, acostado, funciona como techo para los más de 300 asistentes. Nada podía ser más lunar. La escenografía es impactante. Los ojos celestes de Duke se bambolean hacia arriba. “Esto es fantástico”, dice.
Houston, Houston
Sólo doce hombres lograron pisar la Luna. Duke fue el número 10. Con 36 años, además, fue el astronauta más joven en hacerlo. Eso sería suficiente para ganarse un lugar en la historia y disfrutar de los laureles hasta el final de sus días. Pero la grandeza de Duke no sólo está apuntalada por caminatas lunares. Es el hombre que estuvo del otro lado de la línea cuando los tripulantes de la Misión Apolo 11 completaron su hazaña el 20 de julio de 1969. Ese día fue el CapCom (interlocutor oficial con la cápsula) y cuando Armstrong dijo: “Houston, aquí Base Tranquilidad: El águila ha aterrizado”, él respondió, con cierto nerviosismo: “Base Tranqulidad, aquí Houston, tenemos a varias personas azules, a las que parece que les va a dar algo, ¿cómo están ustedes?” Armstrong, Aldrin y Collins recibieron todas las instrucciones para el alunizaje a través de la voz de Duke. Y a él también le contaron los riesgos que, por momentos, amenazaron la continuidad de la misión. Especialmente en el momento de alunizar.
“Durante el descenso tuvimos muchos problemas. Empezamos a registrar inconvenientes con los datos. Y luego comenzamos a sufrir sobrecargas en las consolas. Cuando vi eso en la mía, pensé: Nos estamos ahogando. Estamos perdiendo la computadora, no vamos a poder terminar”, relata Duke sobre los momentos más difíciles de la misión. Y mientras lo hace, acompaña el recuerdo con gestos suaves. Mueve la cabeza en señal de desconcierto y de –aun después de 50 años– leve confusión. Es fácil imaginar cómo fueron esos momentos. En la película The Fist Man (El primer hombre), el alunizaje es uno de los momentos de máxima tensión. Los astronautas se aproximan a la superficie lunar y se encuentran con rocas del tamaño de colectivos. Estaban desconcertados porque si posaban el módulo sobre ellas, obviamente, se iban a estrellar.
Duke estuvo ahí, poniéndose azul junto al resto de sus compañeros de la sala de control, en Houston. “En primer lugar, se trataba de un problema de trayectoria, ya que Armstrong luchaba por navegar con el módulo Aguila a través de un campo de rocas enormes. Mientras realizaba esa tarea, apareció un nuevo problema: el gasto de combustible. El módulo necesitaba mucho más combustible para reducir la velocidad y luego nivelarse para lograr descender. Empezamos a preocuparnos mucho”, explica el CapCom, quien mantuvo la calma apoyado tal vez en sus conocimientos como ingeniero astronáutico, egresado del MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts).
Tensión extrema
En ese momento de tensión extrema, el equipo de control de la misión emitió mensajes de alerta para la tripulación. Duke les notificó a los astronautas que el tiempo se estaba agotando y que sólo tenían 60 segundos para colocar al módulo sobre la Luna. Del otro lado se escuchó un “Recibido”.
“Treinta segundos después, llamé de nuevo: Aguila, 30 segundos –recuerda Duke y uno puede casi visualizar la gota de sudor que brotó de su frente mientras transmitía el mensaje–. Estaban cerca de alunizar, pero aún no encontraban el lugar exacto. Según mi reloj, unos 13 segundos después, llegaron”, revela.
“El temor era que el margen de combustible que se consideraba mínimo para no abortar la misión porque era esencial para garantizar que los astronautas pudieran acelerar y despegar de la superficie de la Luna, y que se estimaba en un 4 por ciento, se estuviese quemando en ese mismo instante”, detalla. Y aclara, con una sonrisa: “Si hubiéramos llegado a ese punto, estoy convencido de que Neil Armstrong habría contestado: ¿Dilo otra vez? y hubiera alunizado de todos modos”. Ese tramo de la historia de la Apolo 11 culminó con ocho palabras que todos querían escuchar: “Houston, aquí Base Tranquilidad: el águila ha alunizado”.
En medio de la gala en homenaje a los héroes de la Apolo 11, el general de brigada retirado, con cinco misiones espaciales, una a la Luna y otra como voz oficial de la histórica Apolo 11, Charles Duke camina por el salón del Centro Espacial Kennedy y se cruza con George Clooney, con quien compartirá mesa. El abrazo entre ellos es de oso. Clooney admira profundamente a los astronautas: más de una vez le tocó interpretarlos en películas. A Duke le cae muy bien el actor porque fue su compañero en un video que se grabó para esta ocasión, en donde cuenta, una vez más, la odisea de los 60 segundos para el alunizaje.
En el nombre de Dios
¿Cuántas veces lo ayudó Dios en su vida?, le pregunta Viva. Los ojos celestes de Duke miran otra vez hacia arriba y, su respuesta no tiene nada que ver con las misiones espaciales, o sí. “Bueno, hubo muchos momentos difíciles, pero lo que viví a nivel familiar a mi regreso de la Luna, fue para mí una prueba de que Dios existe.” Duke se refiere a 1975, tres años después del regreso de la Apolo 16, donde fue piloto del módulo Orion y logró traer a la Tierra 96 kilos de rocas lunares: fue la misión más exitosa de la Era Apolo. Casado con Dorothy, Dotty, y padre de dos hijos, Thomas y Charles, la familia para el ingeniero astronauta era la prioridad número 1. Pero, se sabe, las misiones lunares fueron duras antes, durante y después. En 1975, Dotty intentó quitarse la vida y la paz hogareña de los Duke se desmoronó.
“Cuando Dios ingresa en tu vida, sentís que todo puede mejorar”, afirma el ex astronauta. Dotty superó la crisis y volvió la armonía. Después del episodio, Duke se convirtió en un ferviente creyente y, siempre que puede, menciona a Dios como responsable de las mejores cosas que le pasaron en la vida. Incluso llegó a dar charlas sobre ese tema.
¿Por qué llevó y dejó una foto de su familia en la Luna?, quiere saber Viva. Y Duke responde con ternura de padre: “Los entrenamientos para la misión Apolo fueron muy intensos y siempre le restaban tiempo a la familia. Por eso, cuando me comunicaron que viajaba a la Luna, les dije a ellos: Ustedes vienen conmigo. Y los llevé, en una foto, soy el único que viajó con su familia a la Luna”. Dejó la imagen envuelta en un plástico y seguramente sigue allí, blancuzca por efecto de la radiación solar, con una inscripción en la parte de atrás: “Esta es la familia del astronauta Charlie Duke del planeta Tierra, que alunizó el 20 de abril de 1972”.
Después de una cena que no desentonó con la escenografía y luego de haber contado una y otra vez sus anécdotas a los invitados, Duke decide ir a descansar. Son las 23.45, hay Luna nueva en el cielo de Cabo Cañaveral. La tentación es mirarla y el sólo hecho de pensar que doce hombres llegaron allí y la conocieron, estremece. Fue una prueba de que, cuando la Humanidad se une, hasta los sueños más extraños pueden ser realidad.